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De la década del ochenta a la actualidad

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Desde inicios de la década de 1980, la literatura peruana comenzó a experimentar un giro inusitado. Acorde con los cambios de paradigma en el orden político, como el retorno del país a la democracia y, más tarde, en el plano global, la reunificación de Alemania y la desaparición de la Unión Soviética, autores nacidos durante la década de 1960 apostaron por poéticas que superasen las previsiones. Sin embargo, los ochenta, asimismo, sirvieron de marco a la terrible violencia desatada por Sendero Luminoso contra el Estado peruano.

También fue la época de la hiperinflación, producto de la inoperancia y corrupción del primer gobierno de Alan García. ¿Por qué, entonces, si los autores más jóvenes debían haber tomado partido por el realismo más visceral para dar cuenta de esos años infernales, optaban por reclamar como suyas las escrituras de clásicos como Borges, Cortázar o Monterroso? Y esto no implica que los narradores renunciaran a recrear con fidelidad el mundo de pesadilla en el que se había transformado nuestra sociedad. Muchos recorrían esos territorios, afines a íconos como Vargas Llosa, Miguel Gutiérrez, Oswaldo Reynoso o Bryce Echenique, pero eso no era impedimento para plantear, de manera alterna, escrituras más próximas a la irrealidad en diversos grados. Los cambios de rumbo estaban muy relacionados con la crisis del realismo como uso artístico excluyente. El país ya era otro y la escritura debía ampliar su registro para dar cuenta de que esas mutaciones también podían transferirse a ficciones desrealizadoras.

Quizá hubo una intuición de que las estéticas del siglo XIX, que maduraron durante el siglo XX, ya no bastaban para testimoniar la demencia colectiva que el cataclismo de la guerra interna engendraba. ¿No escribió Kafka sus historias entre las cenizas dejadas por la Guerra Mundial de 1914? El gran narrador checo vio a su generación desaparecer en el marasmo del conflicto. Salvando diferencias, lo fantástico emerge en los períodos de crisis e incertidumbre. En ellas es que la semilla germina con creces. Pero, sintomáticamente, en nuestros lares, escasos autores se arriesgaban a practicarlo de modo exclusivo, como parte de un proyecto asumido sin temor a los riesgos.

Dos escritores nacidos en 1960 deben considerarse puntales de esta dinámica: Mario Bellatín y Carlos Herrera, cuyos primeros libros Mujeres de sal y Morgana aparecieron en 1986 y 1988, respectivamente. El caso de Bellatín es particular, pues se formó en el Perú, aunque nació en Ciudad de México. Más tarde, reivindicaría ese hecho instalándose en la populosa capital azteca. En ambos autores subsiste una voluntad de romper con lo convencional y previsible, distanciándose de las representaciones usuales a las que nos tenía acostumbrados el sistema literario.

En la década siguiente, la de 1990, los proyectos de estos dos escritores se consolidaron, deviniendo referencias importantes de nuestras letras. Puede decirse que las condiciones imperantes fueron las mismas durante los dos primeros años, hasta que en setiembre de 1992, se produjo la captura del líder subversivo Abimael Guzmán. El gobierno de Fujimori, amparado en esta coyuntura (había cerrado el Congreso en abril del mismo año) se transformó en una dictadura civil que supuso un alto costo para la institucionalidad.

Cuando parecía que el realismo más descarnado relegaría a la narrativa fantástica nuevamente al desván, nombres como los de Enrique Prochazka (1960) y Gonzalo Portals (1961) anunciaron lo contrario. Publicaron libros (Un único desierto y El designio de la luz) que fueron muy bien recibidos por la crítica especializada en 1997 y 1999, respectivamente. Ambos desplegaron una escritura orientada a lo insólito, lo extraño, la fantasía clásica y especulativa, así como el horror refinado.

Debe destacarse aquí que uno de los escasos investigadores que siempre ha incluido lo fantástico peruano en sus abordajes, es Ricardo González Vigil (1949). A través de ensayos y especialmente, en los pormenorizados prólogos a los volúmenes El cuento peruano, publicados por Ediciones COPE hasta 2001, Gonzáles Vigil también ha procurado atender al género con apertura intelectual. En el tomo que cubre la década que va de 1990 al año 2000, el crítico sostuvo que:

[...] bastante significativa fue, también, la literatura fantástica, muchas veces fusionada con un toque surreal u onírico: Rivera Martínez, Ninapayta de la Rosa, Nilo Espinoza Haro, el Reynoso de En busca de Aladino, Robles Godoy, Prochazka, Carlos Herrera, Portals Zubiate, Mellet [...]. Llama la atención la des-realización practicada por tres autores de casi la misma edad, insulares y personalísimos: Prochazka, Carlos Herrera y Portals Zubiate. (p. 21)

Hacia fines de los noventa y comienzos de la década del 2000, etapa señalada por la caída del fujimorato, una nueva hornada de narradores orientados a la fantasía comenzó a emerger. Eran, evidentemente, herederos de autores ya mencionados, por lo menos en la actitud. Y más de uno se reconocía en los esfuerzos de figuras como José B. Adolph o Julio Ramón Ribeyro (1929-1994), quien cultivó con brillantez (aunque no con constancia), una veta fantástica.

La década pasada vio surgir, poco a poco, a autores que han sabido evadir hasta hoy con astucia las trabas impuestas por el circuito editorial, renuente a lanzar productos que los gerentes de marketing no consideran rentables. A través de publicaciones electrónicas de diversa índole, como revistas, páginas web o blogs, muchos dan a conocer sin ataduras sus trabajos. El universo virtual es otra de las circunstancias que ha permitido mejorar el posicionamiento de esta narrativa. Gracias a los nuevos medios, lo fantástico excedió las fronteras previsibles. Dejó de ser una práctica marginal para desplazarse hacia el centro de las miradas.

En paralelo, se publicaron importantes antologías, como La estirpe del ensueño (2007), del también mencionado Gonzalo Portals y Diecisiete fantásticos cuentos peruanos(2008), de Gabriel Rimachi y Carlos Sotomayor. En formato físico, testimoniaban que lo fantástico siempre flotó, como un fantasma, entre nosotros. Si se estableció como una tradición, es un tema que aún inspirará abordajes críticos diversos.

Lo cierto es que estas publicaciones supieron equilibrar los aportes de los mayores con las propuestas de los noveles, quienes manifestaron pocos tapujos si se trataba de incorporar referentes que no procedían en exclusiva de la literatura, sino de otros formatos, como el cine, la televisión, los cómics y cuanto fuese posible procesar. Y es probable que esa circunstancia, la de haberse alimentado no solo de textos literarios, sino de cultura pop en varias de sus facetas, constituya una marca en el caso de quienes publican desde el año 2000. Ellos comparten dominios con figuras consagradas que, en mayor o menor medida, han cultivado la fantasía a lo largo de sus carreras. Por ejemplo, Carlos Calderón Fajardo (1946) o Fernando Iwasaki (1961).

Las tendencias son heterogéneas y por lo tanto, una lista de ellas podría estar sujeta a discusión, lo mismo que sus representantes más destacados. Ningún término es absoluto; todos son provisionales:

I. Intelectualismo y especulación (micro-relato y relato breve):

– José Donayre Hoefken y Ricardo Sumalavia.

II. Ciencia ficción:

– Daniel Salvo, Pablo Nicoli y Carlos Saldívar.

III. Ficción fantástica poética y/o experimental:

– Carlos Yushimito y Johan Page.

IV. Historias de fantasmas:

– Carlos Freyre.

V. Fantasía histórica:

– Sandro Bossio.

VI. Fantasía paródica:

– Gonzalo Málaga.

VII. Fantasía de impronta policial y/o enigma:

– Alexis Iparraguirre.

La nómina es solo una tentativa y no pretende agotar el ejercicio de comprender a cabalidad hacia dónde se dirige la literatura fantástica en el Perú. Por lo menos tres de estos escritores (Salvo, Bossio y Málaga) no son limeños, lo que demuestra con nitidez que el género no es privativo de escritores capitalinos. Lo que cada tendencia signifique será materia de futuras reelaboraciones. También es posible que esta taxonomía sea refutada por otras. Se han dejado a un lado orientaciones que aún no se asientan, puesto que la mayoría de sus cultores o son muy jóvenes o han asumido el ejercicio de la literatura como una actividad que, para ellos, no parece ser absorbente o seria (o es más una cuestión de frivolidad). En muchos casos, y en declaraciones difundidas por los foros, promueven el concepto erróneo de que para escribir no se necesita rigor técnico y conocimientos.

Sobre los caminos que la narrativa fantástica recorrerá los próximos años, solo cabe presumir que las tendencias continuarán diversificándose y ofrecerán proyectos cada vez menos localizados en un contexto reconocible y más orientado a la indefinición o la ambivalencia. Habrá una vocación global y un interés cada vez más creciente por la hibridez. De ese modo, la línea que va desde el Modernismo hasta nuestra época probará que siempre fuimos un país donde realidad y ficción son dos planos muy difíciles de separar.

* * *

El presente trabajo, compuesto por doce ensayos, pretende brindar un panorama sobre los autores más representativos e influyentes en la consolidación de este modo literario. Hemos optado por una estructura dividida en tres grandes periodos (Modernismo y Vanguardia, Generación del Cincuenta y las tendencias de los años sesenta a los noventa). Este recorrido esclarece un proceso que da cuenta de una etapa fundacional, aún impregnada de ciertos componentes estéticos del siglo XIX, la eclosión vanguardista, la afirmación de la narrativa de contornos fantásticos propios en la Generación del Cincuenta y las diversas exploraciones en las décadas posteriores.

Nuestra selección obedece a un criterio de representatividad e innovación y a escritores que han supuesto un hito decisivo en el modo de lo fantástico y que han ido configurando una tradición. Si bien es cierto que esta no fue gran protagonista en la primera mitad del siglo XX, hoy ha alcanzado una posición relevante y atendida por los estudiosos tanto nacionales como extranjeros. Cada ensayo se aboca a un autor decisivo y nuestra lista incluye a Clemente Palma, Abraham Valdelomar, César Vallejo, Julio Ramón Ribeyro, José Durand, Luis Loayza, Manuel Mejía Valera, José Adolph, Rodolfo Hinostroza, Harry Belevan, Carlos Calderón Fajardo y Enrique Prochazka. Aun cuando cada ensayo tiene una impronta distinta, hemos procurado mantener una estructura semejante. En todos los casos ofrecemos una presentación del autor, su posición en el marco de la narrativa peruana y el modo fantástico, y un trabajo de análisis textual que privilegia los relatos que mejor grafican la opción por esta práctica ficcional.

Somos conscientes de que quedan fuera de nuestra selección algunos escritores valiosos mencionados anteriormente en nuestro panorama. Sin embargo, este libro es también una selección y un testimonio de parte en el que los tres coautores eligen las voces que consideran centrales. Creemos que la justificación puede hallarla el lector en cada ensayo particular. Por eso, este libro es una invitación a los futuros estudiosos para que continúen explorando este fructífero dominio.

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