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1.4. Su primera aproximación política en la rebelión de los Ayuntamientos vascos (1934)

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Nada más conocerse el triunfo de la CEDA de Gil Robles y del Partido Radical de Lerroux, el diario de Prieto tituló: «Los nacionalistas ganan la elección y pierden el Estatuto vasco», vaticinando: «el Estatuto ha muerto», por considerar imposible su aprobación en las nuevas Cortes de mayoría de centro-derecha24. Su vaticinio acertó plenamente, pues el proyecto de las Gestoras quedó bloqueado en ellas, durante sus dos años de vida, con el pretexto de la cuestión de Álava: su alta abstención en el referéndum (41,5 por cien), aunque la gran mayoría de los votantes alaveses (79 por cien) habían votado a favor del Estatuto25. El carlista José Luis Oriol, diputado por Álava, contando con el apoyo de la CEDA y otros grupos derechistas, propuso la retirada de dicha provincia del proceso autonómico vasco en las Cortes. Estas rechazaron su propuesta, pero también la de Aguirre, diputado por Vizcaya-provincia, que quería la permanencia de Álava sin necesidad de un nuevo plebiscito, planteado por los socialistas y los republicanos. El debate parlamentario de 1934 no llegó a resolver dicha cuestión previa, pero sirvió para dejar patente la oposición al Estatuto vasco por parte de las derechas, contrarias a las autonomías regionales, según reconoció Irujo, diputado por Guipúzcoa: «Con estas Cortes tenemos para sacar el Estatuto tanta dificultad como facilidad hubiéramos tenido en las anteriores […] nuestros enemigos de hoy son las derechas: los tres grupos, Ceda, agrarios y monárquicos de ambas ramas [carlistas y alfonsinos]»26.

El bloqueo del Estatuto contribuyó a que el PNV de Aguirre rompiese con las derechas (incluida la CEDA) y se aproximase a las izquierdas de Prieto, por primera vez en su historia, en el verano de 1934, cuando nacionalistas y republicano-socialistas fueron juntos en la rebelión de muchos Ayuntamientos vascos contra el Gobierno de Samper (Partido Radical) en defensa del Concierto económico, por considerar que era vulnerado por medidas fiscales del Ministerio de Hacienda (docs. I. 44 y 45). Este conflicto culminó el 2 de septiembre con la famosa asamblea de Zumárraga: en ella los diputados del PNV y Prieto, que la presidió, se solidarizaron con los alcaldes y concejales vascos detenidos y represaliados por el ministro de la Gobernación, Rafael Salazar Alonso (doc. I.46). Dicha asamblea no tuvo ninguna eficacia práctica, pero sí un gran valor simbólico al escenificar el acercamiento político entre el PNV y las izquierdas, los enemigos del bienio 1931-1933.

Tal aproximación quedó truncada un mes después al producirse la revolución socialista de octubre de 1934, desencadenada en protesta por la entrada de tres ministros de la CEDA en el nuevo Gobierno de Lerroux. Tras su fracaso, Prieto, que fue uno de los directores del movimiento revolucionario, logró escapar al extranjero, al igual que en las anteriores huelgas generales de 1917 y 1930. Después de Asturias y Cataluña, el tercer foco en importancia fue Euskadi, donde hubo 42 muertos. Al contrario de la Generalitat de Lluís Companys, que se sumó a la rebelión en Barcelona, el PNV no participó en ella, sino que se mantuvo neutral, y dio la consigna a sus seguidores de «absoluta abstención de participar en movimiento de ninguna clase»27. No obstante, sufrió la persecución gubernamental: el mismo Aguirre fue detenido, y sus dirigentes vizcaínos estuvieron encarcelados hasta la Navidad de 1934 (al igual que Azaña, preso en Barcelona). Pese a ello, el 6 de noviembre la minoría parlamentaria del PNV otorgó su voto de confianza al Gobierno radical-cedista de Lerroux, como forma de resaltar su carácter moderado y de marcar las distancias con los socialistas, que se hallaban ausentes de las Cortes. Esto no impidió que la prensa derechista atacase con acritud a los jelkides, a los que acusaba de ser «cómplices de la revolución». Tras ella, el PNV sufrió una crisis interna, puesta de relieve por su diputado alavés Francisco Javier Landaburu en esta esclarecedora carta a Aguirre28:

En la vida de nuestro partido […], seguramente, jamás ha padecido crisis como esta.

Nuestros enemigos se ceban en nosotros, nos acusan sabiendo que somos inocentes. […] Es indudable que, si no afiliados, hemos perdido ambiente. La gente de buena fe […] recela, vacila y se nos va, es indudable, se nos va.

Es el momento de retroceder con dignidad a nuestras posiciones clásicas y a una táctica de la que acaso no debimos salir […]. Cuando se desatan todos los odios, cuando la gente se arrincona en el fascismo o en el comunismo, hemos de ser nosotros los que volvamos a levantar la bandera de Cristo como siempre la hemos mantenido, con virilidad, sin gazmoñerías, con ese admirable sentido liberal de nuestra raza, y exigir justicia social, sacando de este trágico experimento todas las consecuencias que a favor de las prácticas evangélicas y de los mandatos pontificios se deriven.

Vidas cruzadas: Prieto y Aguirre

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