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3.3. Distanciados en sus años finales (1952-1960)

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Durante los años 50, la relación entre Aguirre y Prieto se enfrió de manera notable. La distancia geográfica y política impidió el trato frecuente, aunque continuaron intercambiando correspondencia: por ejemplo, en los homenajes que se tributaron en Europa y en América a su común amigo Jesús Galíndez en el primer aniversario de su desaparición en Nueva York y su asesinato a manos de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo139. Si hacemos caso de Prieto —habitualmente preciso en las fechas—, el último encuentro personal entre ambos dirigentes se produjo durante la visita de Aguirre a México en 1959: «Tuvo la gentileza de venir a mi casa para condenar un folleto procedente de algún sector separatista dedicado a infamarme, un folleto repleto de falsedades y majaderías»140.

Unos años antes, a raíz del discurso que el lehendakari pronunció el 6 de diciembre de 1955 en el Centro Republicano de Buenos Aires, en el que señaló una supuesta responsabilidad de los socialistas en el fracaso de las gestiones que José Giral, como presidente del Gobierno republicano en el exilio, llevó a cabo en Londres a finales de 1946, Aguirre y Prieto se enzarzaron en una polémica periodística, con artículos en Adelante, Euzko Deya y España Republicana. El presidente vasco terminaba uno de ellos, preguntándose si «todo este puntilloso detalle con que el Sr. Prieto trata los problemas de la República en el exilio no encierra un gran remordimiento»141. Duras palabras a las que Prieto respondió con ironía: «Cosas tan íntimas parecen propias del tribunal de la penitencia, ante el que nunca he comparecido ni compareceré ahora, aunque don José Antonio de Aguirre sea quien quiera escrutar mi conciencia desde dentro del confesionario»142.

Meses antes, en junio de 1955, Aguirre escribió al líder socialista para invitarle al Congreso Mundial Vasco que su Gobierno proyectaba organizar en París. Se trataba de celebrar con todos los sectores de la sociedad vasca —tanto del interior como del exilio y la diáspora— el vigésimo aniversario de la formación del primer Ejecutivo vasco. Trece meses después, fijada ya la fecha del Congreso para la última semana de septiembre de 1956, su carta a Prieto seguía sin respuesta, por lo que Aguirre insistió en la invitación143. Entonces la contestación que recibió fue una negativa. Como el lehendakari sospechaba, Prieto mantenía «una posición de recelo ante posibles extralimitaciones» de los nacionalistas en el Congreso proyectado y veía en el mismo «finalidades casi exclusivamente políticas». «Yo no me considero con derecho a participar en más congresos de esta naturaleza que los convocados por el Partido Socialista Obrero Español al que pertenezco», escribía el veterano socialista en su respuesta144. En carta a su correligionario y amigo Luis Jiménez de Asúa, Prieto confesaba abiertamente los verdaderos motivos de su rechazo: temía que el Congreso Mundial Vasco fuese «un peligroso patinadero» para los socialistas vascos, a los que había recomendado que «bajo ningún concepto» rebasaran las posiciones autonomistas del PSOE. «El empeño de Aguirre y compañía (no de ahora sino de tiempo atrás) es establecer una distinción entre socialistas vascos y socialistas españoles», le decía145.

El Congreso se celebró en París y fue un gran éxito propagandístico para sus organizadores146. Entre los 366 congresistas asistentes hubo presencia socialista. Pese a la notable ausencia de Prieto, Aguirre se había asegurado el carácter unitario de la cita en una reunión que celebró el 30 de agosto de 1956 en Bayona con Paulino Gómez Beltrán, presidente de los socialistas vascos y consejero de su último Gobierno, constituido en marzo de 1952 en París. Al banquete celebrado el día 27 de septiembre acudieron también como invitados Rodolfo Llopis y Pascual Tomás, secretarios generales del PSOE y la UGT, respectivamente147. Con todo, Prieto consideraba que los nacionalistas vascos se habían salido con la suya, logrando «meter en un lamentable embrollo a doce correligionarios […] que votaron cuanto estos [los nacionalistas] quisieron en el Congreso Mundial Vasco, rebasando todas las posiciones de nuestro Partido en materia autonomista»148.

Para tratar de reconducir esta situación, la agrupación de México presentó al VII Congreso del PSOE en el exilio, celebrado en Toulouse en agosto de 1958 y que fue, a la postre, el último al que asistió Indalecio Prieto, una propuesta tendente a reducir las atribuciones de los grupos regionales dentro de la formación socialista. Como explicó Prieto a un disgustado Gómez Beltrán, no se trataba de «que nos desentendamos del sentimiento vasco», sino de «reducir las atribuciones que os estáis tomando», pues entendía que podían «constituir un riesgo para la unidad del partido»149.

El Congreso Mundial Vasco fue, no obstante, como se ha señalado acertadamente, «el canto del cisne» de una generación de políticos que se negaba a desaparecer del escenario sin haber logrado la consecución de sus objetivos: derrocar a Franco y alcanzar la libertad de Euskadi150.

El lehendakari Aguirre inició el año 1957 con el renovado optimismo que siempre le caracterizó y reflejan bien estas líneas que envió a Prieto151:

¿Qué tal va esa salud? Conviene cuidarla conservando tensos los ánimos pues ya ve Vd. que los cimientos del edificio franquista crujen, a pesar de los parches con los que quieren apuntalar un Gobierno que no puede resolver ya nada fundamental. Según algunos entramos en un año decisivo, pero sea de esto lo que fuere, tengo por seguro que la crisis del régimen ha entrado en un período resolutivo, dure más o menos.

«José Antonio y su optimismo» fue precisamente el título que Indalecio Prieto puso al artículo que escribió tras la inesperada muerte del lehendakari, acaecida en su domicilio de París el 22 de marzo de 1960, recién cumplidos los 56 años. En él, el líder socialista hacía un cariñoso elogio de las cualidades de su amigo desaparecido, a saber: su gran capacidad política, su flexibilidad para sortear «con habilidad las dificultades que entraña la heterogénea composición del equipo gubernativo que dirige», «su ardiente fe católica» que le permitió enlazar con el movimiento demócrata-cristiano europeo, «su simpatía personal, ciertamente arrolladora, y su ingénita bondad», que le hacían «ganar el respeto cuando no era posible la adhesión». Y concluía su extensa semblanza necrológica con estas sentidas palabras152:

Pero la fuerza mágica de José Antonio Aguirre era su inquebrantable optimismo. Creyó hasta el instante de la inevitable derrota, que triunfaríamos, y a partir de la débâcle supuso siempre que estábamos en vísperas de recobrar nuestras libertades. Con esa esperanza ha muerto […].

Así era José Antonio Aguirre y Lecube, según el parecer de quien, como yo, discrepó de sus ideas y desaprobó frecuentemente sus actos. […] ¿Cómo reemplazar a José Antonio? Nadie en el Partido Nacionalista Vasco, ni en los demás partidos de la región, reúne sus dotes excepcionales, las que he reseñado de forma sumaria. […]

¡Pobre José Antonio! ¡Descanse en paz! Respetuoso y conmovido, me descubro ante su cadáver y renuevo aquí mi pésame a su familia, a sus colaboradores y al Partido Nacionalista Vasco. Todos acaban de sufrir una pérdida irreparable.

Algo parecido se podría afirmar cuando apenas dos años después, en la medianoche del 11 al 12 de febrero de 1962, a los 78 años de edad, fallecía en su casa de Ciudad de México Indalecio Prieto, el máximo dirigente del socialismo vasco y uno de los más importantes del socialismo español en toda su historia. También se trataba de una personalidad insustituible, pues nadie en el PSOE tenía sus dotes políticas. La muerte de ambos líderes marcaba el final de una época no solo para sus respectivos partidos, sino también para el conjunto del exilio republicano español, que ya solo tenía un carácter simbólico y testimonial ante la consolidación de la dictadura de Franco, reconocida por la comunidad internacional.

El entonces lehendakari, el nacionalista Jesús María Leizaola, escribió una amplia semblanza de Indalecio Prieto. No era tan elogiosa como la de este sobre Aguirre, pero era ecuánime al describir su biografía y su personalidad: la de un bilbaíno y «un socialista cuyas cualidades personales le dieron durante toda su vida, desde 1917, una excepcional envergadura». Mencionaba «sus facultades de periodista y de orador», así como de «luchador político», polémico pero no doctrinario. Resaltaba su doble fidelidad a lo largo de su vida: al diario El Liberal de Bilbao, del que llegó a ser propietario, y al PSOE, aun no siendo «un afiliado fácil de manejar, ya que era de temperamento rebelde, individualista y crítico». Recordaba como en la Restauración «se identificó con la fórmula de la autonomía vasca de la época, el llamado Concierto Económico, a la cual sirvió en ocasiones repetidas y solemnes». Aludía a los enfrentamientos violentos entre los socialistas y los nacionalistas, pero no a su alianza desde el Estatuto y el Gobierno vasco de 1936. Y terminaba así153 (doc. III.72):

Aquel hombre que se hizo a sí mismo y que nunca se dejó dominar por ningún otro, no creyó nunca en la superioridad de lo que viniera o se hiciera fuera de las fronteras, los medios internacionales no le interesaron. Con su idea de la justicia y de la libertad se produjo con rudeza en la lucha política y en la lucha social. Mas hubo siempre en él un respeto interior hacia el adversario, si la conducta de este le parecía merecedor de él.

Descanse en paz el socialista bilbaíno, sin cuya mención no será posible nunca escribir la historia política de España en el siglo XX.

Vidas cruzadas: Prieto y Aguirre

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