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2.2. Sus divergencias políticas y militares (1937)

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Durante la guerra Prieto vivió en Madrid, Valencia y Barcelona. Nunca viajó a Bilbao, pese a la invitación de Aguirre «a pasar unos días con nosotros, como amigo y como político, al que el país quiere tanto y quiere así testimoniárselo». Por tanto, Prieto no pudo conocer personalmente el gran cambio operado en la Euskadi autónoma. Pero eso no le impidió expresar con claridad sus discrepancias tanto en cuestiones políticas como militares: así lo refleja su importante correspondencia con Aguirre, con quien, además, intercambió numerosos telegramas a lo largo de la contienda66.

Principales diferencias políticas: Sobre El Liberal, el diario de Prieto en Bilbao: A finales de 1936, tras la fallida ofensiva del ejército vasco sobre Villarreal de Álava, Aguirre se quejó a Prieto de la campaña «totalmente inoportuna e impolítica» de El Liberal desde que a mediados de diciembre llegó a Bilbao como nuevo director Francisco Cruz Salido, redactor jefe de El Socialista (el diario oficial del PSOE en Madrid), y empezó enseguida a polemizar con la prensa nacionalista (Euzkadi, del PNV; Tierra Vasca, de ANV) y comunista (Euzkadi Roja) sobre la naturaleza de la guerra en el País Vasco y sobre la cuestión nacional, poniendo fin a la «gran paz en lo que se refiere a las polémicas periodísticas» que había existido en Bilbao hasta su llegada, según Aguirre. En su contestación, a mediados de enero de 1937, Prieto, aunque dijo desconocer la campaña de El Liberal por no recibir su periódico, respaldó a Cruz Salido y negó que este fuese a Bilbao con ninguna misión oficial del Gobierno republicano; pero no descartó que fuese con una misión como representante de la Comisión Ejecutiva Nacional del PSOE67. Estas controversias entre la numerosa prensa de Bilbao demostraban el gran pluralismo político existente en la Euskadi autónoma y la singularidad vasca durante la contienda: su debate no versaba sobre el dilema «guerra o revolución», sino sobre la relación entre las cuestiones social y nacional68.

Asimismo, conocemos por esta correspondencia que Prieto se había negado a que El Liberal, que era propiedad de sus tres hijos, se convirtiese en «órgano oficial del Partido Socialista», y también a que en sus talleres se publicase La Lucha de Clases, el portavoz del socialismo vasco. Con mayor motivo, el líder socialista se opuso a que en ellos se tirase el periódico de la CNT (CNT del Norte), habida cuenta de los duros ataques que recibía por entonces del sindicato anarquista: «Sería afrenta muy excesiva la de que las máquinas de «El Liberal» sirvieran para divulgar contra mí toda clase de calumnias e injurias, y hasta de excitaciones al asesinato, como las que ha publicado en Barcelona «Solidaridad Obrera», pidiendo, sin circunloquios, que yo sea fusilado»69.

Sobre los poderes extraordinarios que se había auto-otorgado Aguirre: La crítica más importante de Prieto a Aguirre tenía que ver con lo que el ministro socialista denominó el «desbordamiento de actuación de los Gobiernos de las regiones autónomas» de Cataluña y Euskadi, tal y como escribía al lehendakari en su extensa e interesante carta del 13 de enero de 1937: «Nadie se opone al normal desenvolvimiento de las facultades autónomas que consagran los respectivos Estatutos; pero, querido amigo, no llame usted con un eufemismo abogadesco superación constitucional a lo que son vulneraciones constitucionales».

A Prieto le pareció «una interpretación profundamente arbitraria» la que hacía Aguirre del artículo 10 del Estatuto: que, como asumía la representación del Estado en el País Vasco, podía atribuirse competencias que eran de la República, lo que estaba haciendo con sus decretos. «La representación del Estado conferida al Presidente del Gobierno Vasco —le decía— no puede llegar a la arrogación de atribuciones que específicamente corresponden al Gobierno Central». Prieto llegó a calificar de «totalmente inadmisible» que «todas las embarcaciones auxiliares de la Armada y dotaciones de las mismas que operen en aguas del País Vasco» queden «bajo la autoridad del Consejero de Defensa del Gobierno de Euzkadi», es decir, del propio Aguirre.

Ante el argumento del lehendakari de que todos sus decretos eran aprobados por unanimidad del Gobierno vasco, en el que había tres consejeros socialistas (Juan de los Toyos, Santiago Aznar y Juan Gracia), Prieto le replicaba así: «esto nada me demuestra. Si acaso, revelará una vez más la extraordinaria habilidad política de usted»70. Sin duda, tal habilidad de Aguirre era cierta, como prueba el hecho de que casi todos los consejeros no nacionalistas de su Gobierno acabaron siendo aguirristas, hasta el punto de que tres de ellos (el comunista Juan Astigarrabía, el republicano Ramón María Aldasoro y el socialista Santiago Aznar) fueron expulsados de sus partidos por su aguirrismo en la Guerra Civil o en la Segunda Guerra Mundial.

Otra crítica sustancial de Prieto al Gobierno vasco se refería a sus ínfulas por dotarse de los atributos de un Estado, reprobando «esos pujos a que se sienten ustedes tan inclinados de adquirir internacionalmente una personalidad como Estado. La senda es peligrosísima». Por ello, se opuso a la petición de Aguirre de que en las Embajadas de la República hubiese un consejero del Gobierno vasco, que pudiese intervenir en las cuestiones internacionales.

Además, Prieto se quejaba de su excesiva burocracia (que volverá a criticar años después en sus escritos del exilio), tal y como sin tapujos le reprochaba al lehendakari en esa misma carta:

[…] lamento profundamente el escandaloso desarrollo que ha dado a su burocracia el Gobierno Vasco. Usted recordará, habiendo leído, como leyó, mis artículos comentando el proyecto de Estatuto, que yo aspiraba a la sencillez administrativa, es decir, a todo lo contrario de la máquina monstruosa que ustedes han montado y que, a mi juicio, no servirá, aparte de satisfacer ciertos pruritos, más que para embarazar la acción del Gobierno, echar una carga sobre el País, y a la larga posiblemente desacreditar la autonomía.

En su contestación, Aguirre no dio demasiada importancia a esta cuestión, que atribuyó a la situación bélica71:

¿Habla Vd. de burocracia? ¿quién duda que la guerra la ha creado, abundante, excesiva, y si Vd. quiere abusiva? […] las atenciones de guerra, asistencia social, refugiados de Guipúzcoa, etc., han cubierto cantidades que en tiempo de paz no pueden darse. De ahí que muchas direcciones generales para tiempos de paz tendrán que desaparecer, aun cuando nuestra autonomía sea mucho más amplia que la que hoy señala el Estatuto.

Principales cuestiones militares. En los aspectos estrictamente militares, relacionados con las operaciones y la marcha de la guerra, sus cartas y, sobre todo, muchos telegramas, especialmente en la primavera de 1937, durante la ofensiva del general Mola sobre Vizcaya, se centraron en la escasez de municiones y armas, que había que comprar en París, y, en particular, en la necesidad imperiosa de aviones para defenderse de los continuos ataques y bombardeos de la Legión Cóndor alemana y de la Aviación Legionaria italiana al servicio de Franco.

Ante los constantes y urgentes llamamientos de Aguirre, Prieto, como ministro de Marina y Aire de Largo Caballero y desde el 17 de mayo ministro de Defensa Nacional de Negrín, intentó el envío de aviones al Norte; pero apenas tuvo éxito por la dificultad de llegar en vuelo directo a través de la zona franquista o vía Francia debido al Pacto de No Intervención, que retenía los aparatos en territorio galo. Prieto reconocía expresamente que sin aviación se perdería Bilbao, lo que para él era una catástrofe, al escribir al presidente Largo Caballero: «por encima de cuanto se pueda ahora idear respecto a la guerra de España, está la salvación de Bilbao, la cual no puede lograrse si no es a base de aviación»72.

Esta correspondencia refleja las malas relaciones de Aguirre con los altos mandos del ejército del Norte: el general Francisco Llano de la Encomienda y su jefe del Estado Mayor, el capitán Francisco Ciutat. Este último y Aguirre se responsabilizaron mutuamente del fracaso del ataque del ejército vasco sobre Villarreal con el objetivo de tomar Vitoria en diciembre de 1936, que fue la única ofensiva lanzada por las tropas vascas. Según el lehendakari, Ciutat «se convirtió muy pronto en un brazo del Partido» Comunista, al que estaba afiliado, y su actuación partidista disgustó tanto a los nacionalistas como a los socialistas, que eran las principales fuerzas políticas de Euskadi73.

Durante la campaña de Vizcaya Aguirre solicitó reiteradamente el relevo de Llano de la Encomienda por considerarle «la personificación de la incompetencia» y le sustituyó de hecho al asumir el mando militar del ejército de Euskadi —además del mando político que ya tenía por ser el consejero de Defensa— en mayo de 1937, coincidiendo con los «sucesos de Barcelona» que provocaron la crisis del Gobierno de Largo Caballero y su sustitución por el de Negrín. Ya como ministro de Defensa de este, Prieto no compartió esta decisión de Aguirre, quien dejó el mando supremo del ejército vasco a finales de mayo, cuando Prieto nombró jefe de dicho ejército al general de Brigada Mariano Gámir Ulibarri, que fue bien recibido por Aguirre, quedando Llano de la Encomienda al frente del ejército de Santander y Asturias74.

Además, Prieto rechazó la pretensión de Aguirre de convertirse en su representante en Euskadi, asumiendo en este territorio funciones militares que correspondían en exclusiva al ministro de Defensa. A su vez, la propuesta de Prieto de nombrarle comisario político general del País Vasco no fue aceptada por Aguirre, porque consideró inapropiado compaginar dicho cargo con los de lehendakari y consejero de Defensa75.

Es conocido que el Gobierno vasco desobedeció la orden de Prieto de destruir los altos hornos de Vizcaya, para que no sirviesen a la economía de guerra de Franco, porque no quería una política de tierra quemada, la mayor parte de la población vasca tenía que seguir viviendo en Euskadi (solo una minoría marchó al exilio) y la República podía aún ganar la guerra.

Cuando el 19 de junio de 1937 las tropas de Franco conquistaron Bilbao, la capital de ese pequeño Estado vasco, liquidaron manu militari la efímera Euskadi autónoma, según sentenció poco después José María Areilza como primer alcalde franquista de Bilbao: «Ha caído vencida, aniquilada para siempre esa horrible pesadilla siniestra y atroz que se llamaba Euzkadi y que era una resultante del socialismo prietista, de un lado, y de la imbecilidad vizcaitarra, por otro»76. Dejando aparte los epítetos e insultos, el entonces joven falangista Areilza acertó al afirmar que Euskadi había nacido gracias al pacto entre el PSOE de Prieto y el PNV de Aguirre en la Guerra Civil.

Como ministro de Defensa que era, Prieto se consideró responsable de la caída de Bilbao. Y tanto le afectó que al día siguiente envió una carta al presidente Negrín presentando su dimisión (que no le fue aceptada) por «la inmensa pesadumbre» que significaba para él la pérdida de la ciudad a la que arribó de niño y en la que había desarrollado casi toda su carrera política y periodística. Merece la pena citarla77:

Hemos perdido Bilbao. Nuestras tropas, ante la enorme superioridad de material de guerra de que allí dispone el enemigo, se han visto impotentes para prolongar una defensa que ha costado ríos de sangre y los rebeldes se han adueñado de la Villa. No necesito encarecer a usted cuanto supone en sí misma y en las repercusiones que tendrá, con respecto a la guerra toda, esta pérdida, la más sensible, indiscutiblemente, entre las que hemos sufrido desde que la lucha comenzó y que habrá de reflejarse con quebranto en el prestigio político del Gobierno. Debemos aminorar todo lo posible, ya que los otros sean irremediables, los daños de este orden y creo que el mejor modo de contenerlos es saliendo yo del Gobierno, puesto que por desempeñar la cartera de Defensa Nacional soy el Ministro que aparece más personalmente vinculado a esta desventura. Por consiguiente, presento a usted la dimisión de mi cargo. Estoy seguro de que no considerará usted esta actitud mía como un acto de deserción. Sigo a sus órdenes y a las del Gobierno y ocuparé en la pelea el puesto que se me designe; pero entiendo que en el que ahora tengo asignado soy ya una rémora perniciosa. Cualquiera me podría reemplazar con ventaja, ya que, aparte de mayores méritos, el sustituto tendría a su favor la circunstancia de hallarse libre o muy aligerado de la inmensa pesadumbre que significa para mí, por un cúmulo de circunstancias, cuya exposición no viene al caso, la pérdida de Bilbao.

Esta fue una tragedia igualmente para Aguirre, quien también había realizado gran parte de su vida profesional y política en Bilbao, su ciudad natal, a la que nunca pudo regresar desde que tuvo que abandonarla a mediados de junio de 1937. Hasta finales de ese mes permaneció, junto con los consejeros de su Gobierno (salvo el republicano Alfredo Espinosa, capturado y fusilado entonces por los franquistas), en la localidad vizcaína de Trucíos. Allí, antes de abandonar definitivamente el País Vasco para pasar a Cantabria, redactó un manifiesto en el que protestaba ante el mundo porque el fascismo español, contando con la ayuda de tropas mercenarias alemanas e italianas, había derogado la autonomía vasca y hasta el Concierto económico, y resaltaba el noble comportamiento del Gobierno vasco en la guerra78:

Hemos obrado noblemente, nuestra conducta no ha variado ni siquiera a última hora. Hemos dejado intacto Bilbao y sus fuentes productoras. Hemos dado libertad a los presos con generosidad que es pagada por el enemigo con fusilamientos y persecuciones. Ningún despojo es imputable al Ejército Vasco.

En el verano de 1937 se produjo una importante discrepancia entre ambos líderes, que celebraron una larga entrevista en Madrid, sobre el plan de Aguirre: este pretendía sacar por mar el ejército vasco de Cantabria, donde los batallones nacionalistas se encontraban a disgusto, y trasladarlo a Cataluña, vía Francia, para proseguir la guerra en el frente de Aragón con la misión de conquistar Navarra79. Tras someterlo al Consejo Superior de Guerra, «por motivos políticos y militares» fue desestimado por Prieto, así como también por los presidentes Negrín y Azaña80. Se trataba de un plan inviable, porque el Gobierno francés no iba a permitir de ningún modo que todo un ejército con sus armas atravesase su territorio para continuar la lucha en la zona republicana, tal y como Prieto remarcó a Aguirre: «no conseguimos siquiera que el Gobierno de París deje pasar hacia España a los aviadores que tripulaban los aparatos de caza que, destinados a Bilbao, hubieron de aterrizar en Francia»81.

En sus respectivos análisis sobre las causas de la pérdida de Vizcaya coincidieron en que la principal fue la escasez de aviones: «Vizcaya no podía defenderse sin aviación» (Prieto). «Por falta de aviación, casi exclusivamente, cayó Bilbao» (Aguirre). Pero disentían en que Aguirre la atribuyó al abandono de Euskadi por parte del Gobierno republicano, del que solo salvaba a los ministros Irujo y Prieto, «cuya voluntad decidida de apoyar a Euzkadi era evidente». En cambio, para Prieto la culpa era de la farsa de la No Intervención («la sarcástica comedieta de Londres»), que impedía que los aviones de la República enviados a través del sur de Francia llegasen a los aeródromos vizcaínos, mientras dejaba que la aviación alemana e italiana destruyese «sin piedad pueblos pacíficos, como Durango y Guernica»82.

A pesar de sus notorias diferencias políticas y militares, sus misivas durante la Guerra Civil confirman que su trato fue siempre respetuoso y que se consideraban amigos. Esto se corrobora con los elogios mutuos que se intercambiaron. Así, Aguirre, nada más conocer la destitución de Prieto como ministro de Defensa por el presidente Negrín, le escribió el 8 de abril de 193883:

Quiero dirigirle unas letras en el momento preciso en que recojo las impresiones de censura más grande por la constitución del nuevo equipo ministerial. Nacen de medios que nos interesa un poco más tenerlos a bien con nosotros. Pero no es esta la intención de esta carta. Quiero con ella resaltar por escrito, la estima personal que le profeso y mi conformidad absoluta con toda la política llevada a cabo por usted, desde el Ministerio de Defensa Nacional.

[…] Hace unos días envié una visita a sus hijas, poniéndome a su disposición para cuanto desearan.

Por su parte, Prieto hizo un caluroso elogio de la actuación de Aguirre en la contienda en un artículo sobre él publicado en 194184:

Aguirre es, quizá, la única figura política nueva que cuajó por completo durante la guerra de España. Su prestigio incipiente, en vez de desvanecerse, se consolidó, acrecentándose. Y no solo en el sector nacionalista, donde se le venera, sino en otros, donde su tacto le valió la conquista de grandes simpatías. Presidiendo un Gobierno heterogéneo logró, por sus dotes personales, la unidad de acción indispensable en trances críticos.

Vidas cruzadas: Prieto y Aguirre

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