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3. EL EXILIO (1939-1962) 3.1. Enfrentados durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945)
ОглавлениеCuando el 5 de febrero de 1939 el lehendakari José Antonio Aguirre, en compañía del presidente catalán Lluís Companys y de sus correligionarios Manuel Irujo y Julio Jáuregui, cruzó la frontera francesa por el paso de La Vajol, en el Alto Ampurdán, Indalecio Prieto se encontraba en Nueva York. El exministro socialista llevaba más de dos meses en América, adonde había llegado a finales de 1938 con la misión oficial de representar al Gobierno de la República en la toma de posesión del presidente de Chile, Pedro Aguirre Cerdá, y con el encargo de la dirección del PSOE de preparar la evacuación de refugiados españoles a México. En diciembre de 1938 Prieto había recibido la invitación personal del presidente Lázaro Cárdenas para trasladarse a la capital azteca, a la que llegó el 18 de febrero de 1939. De este modo, Prieto se convirtió en la primera personalidad política de la España republicana en instalarse de manera definitiva en México, circunstancia que unida a su amistad y sintonía ideológica con el presidente Cárdenas iba a ser determinante para la suerte de los exiliados85.
El 24 de marzo se produjo la llegada del yate Vita al puerto mexicano de Veracruz con bienes procedentes de la Caja de Reparaciones del Gobierno republicano. Cárdenas confió su contenido a Prieto, aunque el destinatario era el doctor José Puche, enviado a México por Negrín (sin avisar a Prieto) para recibir el cargamento86. Esta prueba de desconfianza hacia su persona, unida a los reproches mutuos que ambos se intercambiaron por carta durante los meses siguientes, motivó la ruptura definitiva entre los dos políticos socialistas87, y la creación a la postre de dos organizaciones de auxilio a los refugiados enfrentadas: el Servicio de Evacuación de los Refugiados Españoles (SERE), en torno a Negrín, y la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles (JARE), auspiciada por Prieto, con representantes de los partidos republicanos, socialista, la UGT, la CNT y la Esquerra catalana.
Antes de viajar a Europa para conseguir el aval de la Diputación Permanente de las Cortes para su iniciativa de auxilio a los refugiados, Prieto comunicó sus planes por carta a Aguirre. En su respuesta, el lehendakari parecía alejarse de los planteamientos de Negrín, al que aseguraba haber aconsejado, cuando ambos se reunieron en París, que la asistencia a los exiliados se hiciera mediante la creación «de una junta de tipo puramente administrativo, que a modo de gestora de un caudal relicto, fuese constituida por personas de tal categoría y de tal solvencia moral que fuese del agrado de todos»88.
Aguirre recibió fuertes presiones de los dirigentes de su propio partido para no llegar a un acuerdo con Prieto en el asunto del auxilio a los refugiados89. No obstante, el líder socialista jugó fuerte la baza de atraer a los nacionalistas vascos y llegó a ofrecer a Manuel Irujo la secretaría general de la JARE. Al final, el PNV estuvo en el SERE, más por razones prácticas que de otro tipo, hasta finales de 1939 y, una vez que los fondos de esta organización se agotaron, se incorporó a la JARE en febrero de 1940.
El principal asunto que enfrentó a Prieto y Aguirre en los meses inmediatamente posteriores al final de la Guerra Civil fue el de la llamada obediencia vasca que el lehendakari quiso imponer a todos los miembros de su Gobierno y especialmente a los socialistas. En cuanto se instaló en París, Aguirre entregó a todos los partidos que integraban su Gobierno una propuesta de acción política en la que exigía su identificación como nacionales vascos y una declaración de «su independencia de orientación» respecto a todo organismo que no fuera vasco. El texto decía lo siguiente:
Las representaciones políticas que integran el Gobierno de Euzkadi, al reunirse al término de la guerra civil, en la que con heroísmo y tenacidad se han batido sus tropas de tierra y de mar, en los diversos campos de batalla, contra la coalición de fuerzas totalitarias de Europa, proclaman unánimemente su adhesión entera, para el presente y para el futuro, a la solidaridad nacional vasca en ellos sellada con la sangre de millares de caídos por la Libertad.
Y respondiendo a este criterio, las citadas representaciones se comprometen del mismo modo a que su conducta y disciplina queden orientadas con independencia de todo organismo cuya extensión no esté reducida al ámbito de Euzkadi y de sus ciudadanos.
La propuesta ponía de manifiesto la concepción patrimonialista que el PNV tenía del Ejecutivo autónomo y suponía una patata caliente para los socialistas vascos: o rompían con el PSOE o salían del Gobierno. El diputado nacionalista José María Lasarte lo expresó con toda claridad en las reuniones que el PNV celebró en Meudon, cerca de París, entre el 15 y el 18 de abril90:
Hay que procurar, mejor dicho, hay que forzar a que esa gente [por los socialistas] venga al Nacionalismo definitivamente. Tenemos que forzar un poco a todo el mundo. La declaración que se pide al Partido Socialista puede tener importancia el día de mañana. […] Para firmar el documento no habrá oposición más que en determinadas personas; cuando haya una oposición, tenemos que obrar con habilidad para eliminarla. No hay oposición en la masa, sino en algunos dirigentes, pero nosotros lo menos que podemos sacar de la guerra es esto: traer al Nacionalismo una corriente que antes no era del Partido.
Paulino Gómez Beltrán, en nombre de los socialistas vascos, se reunió con el presidente del PNV, Doroteo Ziaurriz, en París en abril de 1939 y le pidió tiempo para consultar tan grave decisión con los elementos responsables de su partido. Dos de los consejeros socialistas del Gobierno vasco, Santiago Aznar y Juan Gracia, se mostraron en principio receptivos a la propuesta del lehendakari. Juan de los Toyos, el más cercano políticamente a Prieto91, defendió, por el contrario, el criterio de que no era el momento de romper con la España republicana ni con el PSOE. A su juicio, el único problema que había que resolver era recuperar la República española y la autonomía para Euskadi. Así argumentaba Toyos su posición en el informe que redactó en mayo de 1939 para el Comité Central Socialista de Euzkadi92:
Ni contra el Estatuto, ni contra el espíritu autonomista de Euzkadi va nadie. Por mi parte declaro, sin ninguna reserva mental, que si mi partido, en el futuro, pretendiera anular la conquista lograda [se refiere al Estatuto de 1936], sería para mí llegado el momento de meditar si debía seguir figurando en un partido que cometiera tan tremendo error político, cuya consecuencia inmediata sería la de imposibilitar el acrecentamiento de nuestras fuerzas socialistas.
Cuando estábamos luchando contra los sublevados y los invasores —circunstancias las más propicias para unirnos estrechísimamente—, el PNV se negó sistemáticamente a formar parte del órgano político unificador llamado Frente Popular. Es ahora, cuando la derrota se ha producido, disminuyendo extraordinariamente nuestras posibilidades de retornar a Euzkadi, cuando el PNV aspira a arrancar de los demás partidos vascos una declaración conjunta de la máxima importancia por su espíritu separatista. Y no se diga que la proposición que comentamos no tiene un matiz separatista, porque no puede tener otra interpretación la frase «…con independencia de todo organismo cuya extensión no esté reducida al ámbito de Euzkadi y a sus ciudadanos».
Las explicaciones que han dado los representantes de dicho partido no pueden convencernos. Los sediciosos no se rebelaron solo contra Euzkadi, sino contra España entera. Euzkadi y la España republicana han luchado juntos durante dos años y medio contra los rebeldes. Euzkadi y España entera tienen sus mártires y sus héroes. Euzkadi y España entera deben reconquistarse. Euzkadi y España entera tienen hoy las mismas aspiraciones. Y cuando todos estamos sufriendo las tristísimas consecuencias de la derrota, es cuando al PNV se le ocurre proponernos que nos desvinculemos de nuestros organismos políticos radicados fuera del ámbito de Euzkadi.
Se dice que esta desvinculación se refiere solamente a los problemas concretos o específicos de Euzkadi. Pero yo digo que esto no es menester declararlo públicamente, dando con ello una bofetada al resto de España, porque ni nuestro partido ni ningún otro de los que su radio de acción y de influencia llega a toda la península, han dicho ni hecho nada que nos obligue a decirles que allá se las arreglen ellos con sus problemas. Cuando el único problema que todos, absolutamente todos, tenemos que resolver es este: lograr la reconquista de la República y la autonomía de Euzkadi, única manera incluso de conseguir también un aumento de las facultades estatutarias.
A finales de julio de 1939, Prieto reunió en París a la Diputación Permanente de las Cortes republicanas con el objeto de poner fin a la existencia del Gobierno que presidía Juan Negrín. Por catorce votos a favor y cinco en contra, el Ejecutivo fue declarado disuelto. A pesar de que la decisión era constitucionalmente discutible, a partir de ese momento Indalecio Prieto se convirtió en el dirigente principal del exilio republicano. Entre 1939 y 1950, año en que dejó la presidencia del PSOE, y aun hasta su muerte en 1962, la recuperación de la libertad en España fue el objetivo central de su política. Casi desde el término mismo de la guerra, Prieto, sin abdicar de su lealtad republicana, fue consciente de que el restablecimiento de la democracia en España requería de una política de reconciliación nacional, y de que el logro de este objetivo exigía a su vez altas dosis de posibilismo y flexibilidad respecto a cuál había de ser la naturaleza —monárquica o republicana— del futuro régimen español, algo que habría de resolverse, tras la desaparición de Franco, mediante un plebiscito. Como señala Ricardo Miralles, si hay una etapa en la vida de Prieto en la que despuntó su pragmatismo político fue esta: «la democracia era el objetivo prioritario, no necesariamente la recuperación innegociable de la República, y para alcanzar dicho objetivo prioritario debían admitirse, llegado el caso, soluciones de «plebiscito», de «transición sin signo institucional definido», e incluso de «pacto con los monárquicos»93.
Aguirre, por su parte, al menos entre 1939 y 1945, entendió la derrota republicana como la oportunidad de desmarcarse de las fuerzas del Frente Popular español, imponer un giro nacionalista radical a su Gobierno y reforzar su liderazgo creciente como representante del pueblo vasco ante la comunidad internacional. Fue en esta primera etapa del exilio en la que Aguirre pasó de ser un político querido y respetado a convertirse en el Moisés de la causa vasca, «un dirigente mítico, intocable y venerado, un hombre aparentemente protegido por la Providencia y llamado a conducir a su pueblo desde la miseria, la represión y el exilio hasta la democracia, la libertad y el autogobierno»94.
A pesar de que, como se ve, las posiciones políticas de uno y otro estaban muy alejadas, cuando no eran «diametralmente opuestas, el afecto mutuo —en expresión de Aguirre que Prieto suscribió— hizo siempre agradable hasta la divergencia»95. En efecto, la relación personal entre ambos líderes fue siempre cordial y el trato que se dispensaron de gran familiaridad. Ante las críticas que esta «amistad peligrosa» suscitaba entre sus propios correligionarios, Aguirre se defendía en estos términos96:
Aquí ha estado Prieto. Está alarmado conmigo y con vosotros. Dice que somos el peligro más grande y la dificultad mayor […]. Yo no sé lo que le pasa a este hombre. Siendo nuestro adversario político más irreductible —quizá porque es el más tocado por nuestras luchas— no puede pasar sin nosotros. Aquí [en Nueva York] no visita a más español que a [Fernando de los] Ríos cuando está, y si no, su esposa [Gloria Giner de los Ríos]. El resto del tiempo pasa entre vascos. En cuanto llega me avisa y visita.
Llegamos al restaurante Jai Alai de D. Valentín [Aguirre] en el que Prieto nos obsequia con una buena comida. Aquello ha tenido más sabor nuestro. Después de comer se ha cantado. Prieto no pasa del «Boga, boga» [canción popular vasca]. Si esto lo supiesen en Bilbao no terminarían los comentarios ni las murmuraciones. La amistad Prieto Aguirre ha preocupado mucho incluso a correligionarios míos. Gente de poca vista que tiene esas preocupaciones. Una cosa es la amistad incluso con adversarios políticos y otra muy distinta la lucha política. Jamás pactamos con Prieto nada. Antes bien, somos nosotros quienes le hemos derribado de su pedestal político al cual subió en Euzkadi con la ayuda de quienes nos critican.
Mientras los nacionalistas vascos debatían sobre su relación con las instituciones republicanas de ayuda a los exiliados, en octubre de 1939 Aguirre escribió a Juan de los Toyos para tratar de consensuar con los consejeros socialistas la nota que, con motivo del centenario de la Ley de 25 de octubre de 1839, abolitoria de los Fueros según el ideario de Sabino Arana y el imaginario nacionalista, se proponía emitir el Gobierno vasco. En nombre de los tres consejeros socialistas —sus otros dos compañeros se hallaban «encamados por enfermedad»—, Toyos le contestó con una negativa rotunda y le advirtió de que esta posición era «irreductible»97:
El Gobierno provisional de Euskadi es la institución jurídica que, fundada en el Estatuto, sirve para realizar los fines que este señala. Cualesquiera aspiraciones de orden político no contenidas en el Estatuto corresponde suscribirlas y proclamarlas no al Gobierno, sino a los Partidos, quienes lo harían en consonancia con sus respectivos programas. En consecuencia, no procede adoptar acuerdo alguno en el seno del Gobierno sobre la proposición presentada.
Aguirre no se desanimó por esta dura respuesta y dos días después sometió a la consideración de los consejeros socialistas un nuevo texto, que recogía literalmente la nota redactada por Toyos y reivindicaba, al mismo tiempo, «las aspiraciones, que hoy nos siguen uniendo, de afianzar la personalidad del país mediante sus libertades tradicionales y la salvaguardia y fomento de las características nacionales del pueblo vasco». «En esta forma —concluía el lehendakari— quedan armonizados todos los sentimientos que no cabe confundir con transigencias o intransigencias en un asunto y en una efeméride en los que solamente tienen cabida las expresiones sinceras de nuestras emociones vascas»98.
Toyos le contestó al día siguiente, dándole el visto bueno a la redacción propuesta, inspirada en la Declaración de Guernica de 7 de octubre de 1936. No obstante, en nombre de la organización socialista, le pedía «que en lo sucesivo se sirva plantearnos los asuntos políticos de alguna importancia no con tanta premura como lo ha hecho en esta ocasión, sino con la necesaria antelación, pues la minoría socialista no está dispuesta ni a proceder por sorpresa ni a romper las normas de procedimiento que nuestro partido tiene establecidas»99.
Aguirre no cejó en su empeño de lograr la obediencia vasca de todos los consejeros de su Gobierno. El 18 de noviembre envió a Telesforo Monzón a Guethary, en el País Vasco francés, para tratar de convencer al diputado socialista Miguel Amilibia, próximo a las tesis nacionalistas. Si los socialistas vascos rompían con el PSOE, el lehendakari estaba dispuesto a modificar la composición de su Ejecutivo. Al tener conocimiento de este contacto celebrado a sus espaldas, y de las críticas que Amilibia expresó en la reunión con respecto a la actitud de los consejeros socialistas, Toyos presentó la dimisión de todos los cargos que ocupaba. Fue una dimisión temporal, pues se reincorporó al trabajo político del Gobierno vasco apenas un mes después, a finales de 1939.
El clima de desconfianza mutua entre socialistas y nacionalistas no cesó en los meses siguientes de duro exilio en Francia. Los socialistas vascos se quejaban a sus socios gubernamentales de desigualdades a la hora del reparto de subsidios y ayudas entre los refugiados. También denunciaban un trato discriminatorio tanto en la asignación de plazas en los refugios que el Gobierno vasco gestionaba en territorio galo, como en la distribución de puestos de trabajo.
En 1940, Aguirre lanzó el órdago definitivo. El socialismo vasco debía definirse sobre dos cuestiones: el reconocimiento de la nación vasca y su relación con el PSOE. Aceptar sus condiciones significaba seguir en el Gobierno. No hacerlo, abría un panorama incierto para los socialistas. Desde México, Indalecio Prieto aconsejó a sus compañeros dar largas a la propuesta de adhesión solicitada por el lehendakari, con el argumento de que era imposible tomar semejante decisión en las circunstancias que corrían. En todo caso, si al final se firmaba algo, debía ser un texto que no incluyera «la separación de los socialistas vascos del PSOE»100.
El 21 de abril de 1940, durante la inauguración del Círculo Pablo Iglesias de la capital azteca, Prieto habló de los propósitos de Aguirre como un grave riesgo para la unidad de España101 (doc. III.3):
No más lejos que ayer —el proceso no me era desconocido, porque arranca de bastante tiempo— he tenido ocasión de leer los requerimientos hechos al Partido Socialista en el País Vasco exigiéndole, para mantener su representación en la entidad que prosigue las funciones del Gobierno autónomo, una declaración de separatismo. Conozco la respuesta de nuestros correligionarios, acertada y digna, según la cual el Partido Socialista del País Vasco mantiene su entrañable amor a aquella región y jurídicamente lo encuadra en el Estatuto que el Parlamento votó el 1 de octubre de 1936. ¿Qué se persigue con esta declaración de separatismo de fuerzas políticas vascas integradas en partidos nacionales, en partidos españoles? Aquí ya no hay que caminar por el sendero quebradizo de las suposiciones. Hace algún tiempo una personalidad destacada del Partido Nacionalista Vasco dijo que este se consideraba en independencia tan absoluta como para, a través de la autodeterminación, decidir, cuando lo creyera oportuno, la incorporación del País Vasco a otra nación que no fuese España. Exacerbación análoga, pero menos peligrosa por menos extensa, se viene produciendo entre elementos extremos del catalanismo. Esa doble exacerbación en territorios fronterizos a Francia me preocupa extraordinariamente, porque puede dañar la unidad española que, si siempre es indispensable, lo resulta, de modo absoluto, en las presentes circunstancias. Os diré en la intimidad, con palabras que pueden quedar confinadas dentro de estos muros, pero que os autorizo a expandir, que yo no me sumaré por nada a nada que quebrante la unidad de España. (Muy bien. Aplausos). No me sumaré a nada que contribuya a despedazar España; por ningún motivo, absolutamente por ninguno. Y repito que ansío, como quien más, el triunfo de las democracias de Europa que se han enfrentado con los totalitarismos, pues cualesquiera que hayan sido sus errores, no puedo sumar mi voluntad al deseo de que triunfe una tiranía que nos arrebataría, para siempre, España.
La aprobación de un nuevo programa del Gobierno vasco el 8 de mayo pareció poner fin a la crisis abierta. Sin embargo, el debate político quedó en suspenso por la repentina desaparición del lehendakari. En efecto, Aguirre, con su mujer y sus dos hijos, emprendió ese mismo día un viaje privado para visitar a su madre en La Panne, un pueblo de la costa belga muy próximo a la frontera francesa. Su marcha coincidió con la gran ofensiva del ejército alemán sobre Holanda, Bélgica, Luxemburgo y Francia, de manera que el lehendakari quedó atrapado en la «bolsa de Dunkerque», perdiendo el contacto con los miembros de su Gobierno y con sus más estrechos colaboradores. Después de una odisea que le llevó de Bélgica a Berlín, en el corazón de la Europa dominada por el nazismo de Hitler, Aguirre, con la identidad falsa del panameño José Andrés Álvarez Lastra, logró escapar de Alemania y embarcarse en Suecia con destino a Brasil, adonde arribó en agosto de 1941, reapareciendo públicamente en Montevideo (Uruguay) en octubre102.
Prieto celebró públicamente la reaparición de Aguirre con varios artículos de prensa elogiosos hacia su persona103. Cuando, dentro de su gira por varios países americanos, el lehendakari llegó por primera vez a México, Prieto excusó su asistencia al banquete de homenaje al que fue invitado, pero envió esta emotiva carta de adhesión a sus organizadores104:
Considérenme asociado a cuantos vascos, sin distinción de ideas políticas, se reúnen fraternalmente con la finalidad de rendir homenaje, no al hombre de partido, sino al Presidente del Gobierno autónomo del País, quien, en calidad de tal, representa a los vascos todos, unidos ahora por lazos de infortunio. Estoy seguro de que los comensales pensarán en los que sucumbieron durante la cruenta lucha y en los que sufren prisión por ser fieles a sus ideas. Seamos los expatriados dignos de unos y de otros. Hagamos llegar hasta las rejas carcelarias el eco de nuestro anhelo libertador y que sobre las tumbas de tantos héroes se desgranen, como flores caídas del cielo, estrofas de los zortzicos [danzas tradicionales vascas] evocadores del bravío Cantábrico y de las verdes montañas que a él se asoman. Simbolizad en José Antonio a los luchadores y en Guernica a las villas mártires y cifrad vuestras esperanzas en que el espíritu democrático encarnado en las milenarias instituciones vascas se extienda por el mundo diciendo, con [José María] Iparraguirre: «Eman da zabalzazu munduan frutuba» [«Da y extiende tu fruto por el mundo»: verso de su himno Gernikako Arbola]. Y recordad las palabras esculpidas en el monumento de Mallona [cementerio de Bilbao] dedicado a quienes anteriormente sucumbieron, también por defender la libertad: «No les lloréis, imitadles».
En privado, Prieto transmitió también a Aguirre sus deseos de que «América le depare toda clase de bienandanzas en compensación de las zozobras y amarguras sufridas estos últimos años»105.
La suerte de los refugiados, que iban llegando a América en las expediciones marítimas financiadas con fondos de la JARE, era entonces el motivo de preocupación principal para ambos dirigentes. Desde el verano de 1940, Marsella se había convertido en puerto de concentración de refugiados que de toda Europa arribaban a esta ciudad de la costa francesa con la esperanza de poder escapar de los nazis. El consulado de México, dirigido por el diplomático Gilberto Bosques, se convirtió en polo de atracción de miles de españoles merced al acuerdo suscrito el 22 de agosto entre los Gobiernos de Francia y México, por el que este último país se comprometía a otorgar el estatus de inmigrantes a todos los exiliados españoles que lo solicitaran y a costear la travesía en barco hacia América. Los transportes de refugiados entre Francia y México, sin embargo, encontraron dificultades de todo tipo; de ahí que hubiese muy pocas salidas en 1940: el barco «Cuba» zarpó de Burdeos el 20 de junio con 555 refugiados a bordo y llegó al puerto mexicano de Coatzacoalcos el 26 de julio, mientras que el vapor «Quanza» arribó a Veracruz en agosto con 126 refugiados. Después de varios meses sin que se produjeran nuevas salidas, Prieto solicitó al presidente mexicano Manuel Ávila Camacho que interviniera ante el mariscal Philippe Pétain para que el Gobierno de Vichy respetara lo pactado106.
De acuerdo con todas las organizaciones políticas representadas en el Gobierno vasco, los consejeros Juan de los Toyos (PSOE) y Heliodoro de la Torre (PNV) confeccionaron un listado de personalidades vascas para las que pedían, por la responsabilidad política que habían desempeñado, un trato preferente a la hora de programar futuros embarques. El listado le fue entregado al cónsul general de México en Francia, Gilberto Bosques, el 30 de noviembre de 1941. Un primer embarque de refugiados, previsto para el 12 de enero de 1942, se frustró. «Aquí la gente está muy impaciente por salir», confiaba Toyos a Prieto107. Por fin, el 14 de abril, en el último barco con refugiados que salió de Marsella, embarcaron con destino a Casablanca. Desde allí, en el vapor portugués «Nyassa», partieron hacia el puerto mexicano de Veracruz, al que llegaron el 22 de mayo. Este barco trasladó a América a muchos dirigentes políticos vascos y a sus familias, entre ellos los consejeros Toyos, Aznar y Gonzalo Nárdiz (ANV), el ministro Tomás Bilbao (ANV), los diputados Julio Jáuregui y José María Lasarte (PNV), los nacionalistas Pedro Basaldua y Antón Irala, los socialistas Cándido Busteros y Rufino Laiseca, o Julia Ruiz, viuda de Julián Zugazagoitia (fusilado por Franco en 1940), con sus tres hijos menores de edad.
En julio de 1942, en una conferencia en el Teatro de la Comedia de La Habana, Prieto explicitó su propuesta de hacer un plebiscito para definir la forma de Estado en España, una vez que terminase la guerra en Europa con la victoria de las potencias democráticas. «No predico, ni predicaré —dijo— una política de odios en España». Y para dar fuerza a su argumento, comunicó a su auditorio que recibía muchas cartas de republicanos y socialistas españoles escritas minutos antes de ser conducidos al patíbulo: «¿Sabéis lo que piden en ellas? Perdón para sus enemigos. ¿Sabéis lo que proclaman? Piedad, paz». Su planteamiento disgustó a los nacionalistas vascos, no tanto por su llamada a la concordia, como por el tono patriotero con que terminó su discurso: «soy español, soy hijo de la España gloriosa de la conquista y de la España gloriosa del sacrificio» —dijo— y, sobre todo, por la descalificación indirecta que lanzó sobre las actividades del Gobierno vasco en el exilio108:
Aquí [en América] no debemos dedicarnos a formar gobiernos, sustituir órganos parlamentarios ni establecer organismos que se encarguen de la vida española. No, eso tiene que hacerse allí, en España […]. Los que nos encontramos en América, cualesquiera que sean nuestras estrecheces y las dificultades de nuestro vivir, somos unos privilegiados. De allí vendrá la elección. No tratemos desde aquí de imponerla, porque eso, creedme, sería grotesco.
No obstante, cuando en el otoño de 1942 Aguirre viajó a México para dejar allí constituida una delegación de su Gobierno, presidida por el consejero Telesforo Monzón, el lehendakari almorzó en casa de Prieto con su familia y el líder socialista asistió al banquete que el Centro Vasco organizó para homenajear a su ilustre anfitrión109.
En noviembre de 1943, cuando la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial comenzaba a vislumbrarse, los primeros esfuerzos por encontrar una fórmula de acción conjunta de los republicanos españoles volvieron a enfrentar a Prieto y Aguirre. El acuerdo entre el líder socialista y Diego Martínez Barrio (presidente de las Cortes republicanas en la Guerra Civil), logró reunir en torno a la Junta Española de Liberación (JEL) a la mayor parte de los partidos del exilio, incluidos los nacionalistas catalanes moderados. Quedaron al margen los socialistas negrinistas, los comunistas y el PNV, que rechazó la iniciativa por su vinculación al marco constitucional de 1931 y porque impedía la celebración de un referéndum de autodeterminación para Euskadi. Aguirre entendía que Prieto trataba de liquidar lo que quedaba de las instituciones republicanas, incluido el Gobierno vasco, porque estorbaban en su estrategia de unidad para acabar con la dictadura franquista, según le explicaba a Monzón en enero de 1944110:
Prieto ha querido repetir su «golpe de Estado» de París. Allí fue para vencer a Negrín creando el Jare [la Junta de Auxilio a los republicanos españoles]. Aquí […] para acabar con el Gobierno vasco, es decir, con el movimiento nacional vasco organizado, cortándole las vías del futuro, encerrándolo en un marco que ellos llaman constitucional. Claro es que las reglas constitucionales son siempre para los demás, porque solo la creación de una Junta de liberación nacional es ya un órgano nuevo y por tanto extraconstitucional. […] Prieto ha querido evitar toda clase de males y envenenado de antivasquismo ha creído posible darnos al mismo tiempo un golpe de gracia […] Prieto ha demostrado ser una vez más un maniobrero hábil, pero no un político constructivo..
El único partido que podía contrapesar algo el predominio absoluto del PNV en el Gobierno vasco era el Partido Socialista, pero se hallaba debilitado por su división interna, que afectó también a los dos consejeros que le quedaban tras la muerte de Juan Gracia en París en 1941. El prietista Juan de los Toyos rechazó los postulados de la obediencia vasca y abandonó el Gobierno de Aguirre en abril de 1943, mientras que el aguirrista Santiago Aznar los aceptó y protagonizó una disidencia intentando crear un partido socialista vasco separado del PSOE. Pero su intento fracasó por la decidida intervención de Prieto, que logró la expulsión de Aznar y el rechazo de la mayoría del socialismo vasco a las tesis nacionalistas. Pese a ello, Aznar continuó de consejero y participó en las reuniones del Gobierno de Aguirre en Nueva York (junto con Monzón, Aldasoro y Nárdiz, todos aguirristas) en marzo de 1945, en vísperas del final de la Guerra Mundial y del regreso del Gobierno vasco a Europa. La dimisión de Toyos y la expulsión de Aznar marcaron el punto álgido de la crisis111. No obstante, la ruptura entre socialistas y nacionalistas vascos no llegó a producirse, porque Aguirre prefirió relegar la obediencia vasca por la unidad vasca en su Gobierno, para lo que era imprescindible el entendimiento entre sus dos principales partidos.
El Pacto de Bayona, firmado el 31 de marzo de 1945 por todas las fuerzas políticas y sindicales vascas del exilio, representó la vuelta del nacionalismo y de su carismático líder a la senda de la moderación: el reconocimiento de la legalidad republicana y la aceptación del marco estatutario que se derivaba de ella112. Aun así, se retrasó hasta agosto de 1946, en Bayona, la formación del segundo Gobierno de Aguirre, con la misma coalición que el constituido en Guernica diez años antes y con la entrada de tres nuevos consejeros socialistas: Fermín Zarza, Enrique Dueñas y Sergio Echeverría.