Читать книгу Fernando VI y la España discreta - José Luis Gómez Urdáñez - Страница 12
El rey español y el siglo menos español
ОглавлениеAl margen de estas escasas notas de color, típicas del escenario nacionalista-conservador de comienzos del XX, el reinado de la triste-feliz pareja no despertaba inquietudes en un ambiente intelectual dominado por el me duele España postnoventaiochista y por la pugna entre conservadores y progresistas enzarzados en dilucidar el origen de la decadencia de España. El XVIII fue el «siglo menos español», a decir de Ortega y Gasset o, para deleite de ultramontanos, el «miserable siglo» según la óptica particular de Marcelino Menéndez Pelayo. El profesor Caso pudo todavía constatar lo que significaba en el franquismo interesarse por este despreciable siglo.
Era lugar común que los españoles habían desertado del gobierno del país y de la verdadera religión, expuesta a los males del siglo, el libertinaje, la masonería y el ateísmo. Había excepciones, como los ministros «españoles» Ensenada y Carvajal —M. Mozas ya destacó que el ministro don José de Carvajal solo permitía que le hablaran en español—, y el propio rey Fernando VI, pacífico y bondadoso además de español de nacimiento, pero eran fugaces luces frente a las sombras que proyectaban personajes extranjerizantes como el volteriano duque de Huéscar, el antijesuita y anglófilo Dick Wall y, desde luego, la odiada madrastra parmesana Isabel de Farnesio.
El estereotipo estaba muy arraigado. El propio Danvila se explayaba en la descripción del «sentimiento de la primera mitad del siglo», para concluir que fue «historia poco interesante» de la que solo «la muerte de millares de soldados dio la única nota seria», y en la que estaba omnipresente la «nota acusadora de la conducta de Isabel de Farnesio» que por extensión llegaba a la perfidia de Luis XV y los franceses. Así, Fernando VI ocupaba el lugar que Alfonso Danvila quería: el del primer rey Borbón español, servido por ministros españoles y amado por un pueblo que odiaba a los franceses, lo que pudo prosperar al calor de los argumentos xenófobos del nacionalismo español más casposo y del menendezpelayismo.
Como para el polígrafo montañés el siglo iba creciendo en impiedad hasta coronar en un Carlos III protector de volterianos y perseguidor de jesuitas, el reinado anterior lo despachó con cierta desgana. «El germen mortífero del espíritu del siglo XVIII vivía o se inoculaba en España, aunque con más lentitud que en otras partes», decía don Marcelino en la Historia de los Heterodoxos españoles, publicada entre 1880 y 1882. El reinado de Fernando VI era de nuevo una antesala, aunque ahora servía para esperar fatídicamente ese «germen», el que, por el contrario, anhelaban los progresistas, todos filocarolinos. Por eso, para Menéndez Pelayo, que no pudo encontrar demasiada heterodoxia todavía, en el reinado de Fernando VI «todo fue mediano y nada pasó de lo ordinario». El mayor elogio que el historiador pudo tributarle al reinado fue «decir que no tiene historia», aceptando expresamente que «no hay parte de nuestra historia, desde el siglo XVI acá, más oscura que el reinado de Fernando VI».
El retrato menendezpelayano del rey no podía ser más que moral y caritativo: «aquel buen rey —decía— si no recibió de Dios grande entendimiento, tuvo, a lo menos, sanísimas intenciones e instinto de lo bueno y lo recto». El reinado era liquidado también con unas cuantas frases rotundas —«periodo de modesta prosperidad y reposada economía», «aquel reinado no fue grande pero fue dichoso», etc.— concluyendo nostálgicamente: «de Fernando VI y de Ensenada y el P. Rávago puede decirse con una sola frase que gobernaron honrada y cristianamente, no como quien gobierna un grande imperio, sino como el padre de familia que rige discretamente su casa».
La estela de Menéndez Pelayo fue seguida por numerosos discípulos, entregados con afán a la tarea de extraer lecciones cristianas, patrióticas y frecuentemente xenófobas de nuestra historia. Inservibles a tal fin los reyes mediocres, los conservadores españoles del siglo XX utilizarían a sus ministros, especialmente a don Zenón de Somodevilla y Bengoechea, el marqués de la Ensenada. El profundo espíritu cristiano de Carvajal y su testaruda rectitud quedaba contrarrestado por su presunta anglofilia, por lo que quedó relegado como Ricardo Wall, el «ministro olvidado» que al fin tiene ya una biografía, la de Diego Téllez, que dedicó al «Dragón» su tesis doctoral, defendida en la Universidad de La Rioja y publicada y premiada en 2012. El ministro de familia irlandesa, jacobita, pero nacido en Francia —en Nantes— poco podía ayudar a la empresa nacional y católica: además de furibundo antijesuita, se alzó con la jefatura de la conjura contra Ensenada, en colaboración con el duque de Huéscar, el filovolteriano acusado después de mantener una «ridícula correspondencia con Rousseau». Solo quedaron en el lado conservador Ensenada y el padre Rávago.