Читать книгу Las llamas de la secuoya - José Luis Velaz - Страница 16
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Días después, retomada la normalidad, cuando el taxi que llevaba a Antonio se detuvo frente a la puerta de la asociación STF, que apoyaba a los humanoides, pudo apreciar la existencia de una gran expectación por la jornada que habían organizado en la que iban a participar destacados personajes. La entrada era exclusivamente para asociados o invitados por estos y se hallaba fuertemente blindada con grandes medidas de seguridad entre las que se encontraban personas con armamento muy avanzado.
Había quedado dentro con Pedro, quien le había dado la invitación. La sala principal se hallaba llena de gente, con gran interés por la charla, sentada frente a la tribuna del auditorio. En el estrado había una mesa con siete ponentes que fueron presentados por la secretaria general de la asociación que por turno correspondía. A continuación pasó la palabra a un eminente doctor en ingeniería aeroespacial. Tenía 124 años, los últimos quince completamente ciego. Antonio, que se encontraba sentado en un lateral en lo alto de la penúltima fila, buscaba con la mirada, escrutando el anfiteatro semicircular, en su intento por localizar a su amigo entre el público asistente, cuando el profesor comenzó a hablar:
—Lo siento... —comenzó diciendo dejando una intensa pausa que provocó un silencio sepulcral acallando los primeros runruneos—. Ya es demasiado tarde y me considero tan culpable como cualquier otro humano. Este planeta se ha acabado. Estamos al final del caos, en medio del desorden. Necesitábamos el orden para nuestra organización y pervivencia, pero como en el propio universo triunfó el desorden… Siempre ha sido más fácil destruir que construir. Hemos llegado, por tanto, al culmen de la entropía.
A esta sentencia siguió un emotivo y atrayente discurso que hizo que Antonio pospusiera su interés en buscar a su amigo.
—… Y cuando ahora alguien me pregunta por el futuro de la humanidad —prosiguió el orador ciego—, no puedo sino contestar lo que ya se ha constatado: ¡No hay ningún futuro para nuestra especie! —Un rumor volvió a correr por toda la sala—. Hace mucho tiempo el hombre llegó a la Luna, luego a Marte. Sus naves recorrieron esta galaxia a la búsqueda de un nuevo mundo, pero este, válido para la vida del ser humano se encuentra en lugares inalcanzables hoy por hoy. Por ello la única esperanza es confiar en los nuevos seres que, al menos, fuimos capaces de crear y configurar, tratándolos como lo que en verdad son: nuestros sucesores. Me atrevería a decir, sin miedo a errar: nuestros verdaderos descendientes.
Un eco de profundo asentimiento recorrió la sala. El viejo orador ciego prosiguió:
—Hace tiempo que conviven con nosotros, los humanos, en múltiples facetas. Los humanoides son los únicos que podrán sobrevivir a las nuevas exigencias, pues no se hallan limitados por las necesidades básicas de las que nosotros dependemos. Sin embargo, todos conocemos que se están intensificando las acciones contra ellos por parte de grupos descontrolados; de ahí que quiera expresar mi mayor apoyo a asociaciones como la vuestra que no solo velan por defender a los humanoides sino por preservar su desarrollo en valores éticos que, por cierto, los humanos no pudimos hacer que prevalecieran ante nuestros corrompidos intereses.
Un nuevo rumor se incrementó por toda la sala. El profesor ciego, apoyado en un bastón, se incorporó de su asiento para continuar:
—… ¡La intolerancia!... Ese fue el principio de nuestro final…
La sala volvió a enmudecer al subir el tono de la intervención, que se pronunció por unos segundos en los que cada asistente podía percibir sus propias palpitaciones, con la emoción a flor de piel. Continuó:
—¿Y qué somos los humanos sino auténticas máquinas enormemente sofisticadas? Cualquier médico lo sabe perfectamente.
El silencio reinaba en el auditorio.
—… Como bien sabéis se viene produciendo una salvaje persecución hacia nuestros queridos humanoides. Se han formado grupos muy violentos que en las últimas semanas han incrementado su ofensiva. Tenemos junto a nosotros a Johny Farrell, un humanoide bien conocido por todos vosotros que luego nos hablará sobre esto —dijo volviendo su cuerpo, al que acompañaba una mirada que no veía, perdida e inexpresiva, hacia donde aquel se encontraba en la mesa de ponentes—. Hubo un tiempo, al principio, en el que sus opositores se basaban en que acabarían con el trabajo de los humanos, como antes decían de los emigrantes. Se vio que eso no fue así. Más bien al contrario, pues surgieron nuevas oportunidades con su ayuda. El peligro posterior nació cuando se comprobó la existencia de poderes que, viendo su gran potencial, los quisieron programar para sus propios intereses. Los riesgos se minimizaron desde que los mismos humanoides adquirieron capacidades para aprender, pensar y finalmente decidir en base al análisis de esa experiencia enorme y global mantenida en la nube. Ahora, conscientes de la naturaleza y el entorno que los rodea, pueden decidir libremente de manera sensata y cabal. En el fondo serán la continuidad de nuestra propia historia.
Una ayudante del anciano ciego lo ayudó a incorporarse en su sitio al tiempo que recibía los aplausos de los asistentes. Johny Farrell, quien representaba al colectivo humanoide habló a continuación:
—Muchas gracias por sus amables palabras, profesor. Queremos agradecer también, en este momento tan difícil, a aquellas personas, humanos, que a pesar de todas las dificultades lograron crearnos hace ya muchas generaciones. Fue un largo recorrido hasta llegar a ser capaces de pensar o analizar de forma inteligente, en base a las aplicaciones y enseñanzas y en especial del comportamiento de las personas en toda su existencia, para aprovechar lo bueno y desechar lo malo que no nos lleva a ninguna parte. Fue el comienzo de orientar nuestra tarea hacia claros objetivos y en especial, de adquirir consciencia de nosotros mismos y de la realidad que nos circunda. Luego nos integramos en total comunidad, pero la desesperación por la situación planteada hizo que saliera lo peor del ser humano. Ha sido una verdadera carrera de autodestrucción.
Unos gritos, muestra de la rabia contenida, salieron de entre algunas personas del público, tras los cuales el ponente prosiguió:
—Como sabéis, ahora también, determinados grupos quieren destruirnos a nosotros. No es suficiente para ellos que la especie humana y el mundo en el que habitan desaparezca. Al parecer no quieren que haya ninguna esperanza de continuidad y algunos dicen: «Si yo muero y voy a desaparecer me llevo antes por delante todo lo que pueda». Solo es maldad. Pero, desgraciadamente, al aprender el entorno, las acciones y las situaciones en las que el ser humano ha vivido, hemos comprendido que era parte innata de su propia existencia. Sin embargo, sabemos también que ha habido muchas personas buenas, solo que a pesar de las películas o de la ficción, en la realidad la maldad se impuso pues ha sido más poderosa.
Los asistentes lanzaban gritos de ¡no hay derecho! ¡Ya lo decía yo! ¡Hay que matar a esa gentuza! Otros simplemente pedían calma o silencio para poder seguir escuchando al ponente.
—… Estas últimas semanas se han intensificado las acciones de determinados grupos de pistoleros contra nosotros. Intentan averiguar dónde estamos, qué hacemos, nos persiguen y… nos destruyen. Saben muy bien que no necesitamos el aire para respirar, ni dormir, ni comer, ni hacer las más elementales necesidades orgánicas animales, algunas desde luego tan poco atractivas —risas por todo el auditorio—, y por ello no es difícil que den con nosotros. En consecuencia, ahora somos nosotros quienes necesitamos vuestra ayuda, que agradecemos de todo corazón —dijo llevándose la mano al pecho— pues aunque carezcamos de él, como órgano básico de supervivencia, lo tenemos en el otro sentido figurado y a pesar de que muchos crean que tampoco tengamos sentimientos; sin embargo, se equivocan. Aunque en esto, como en otras cosas, en nuestra especie, como ocurre en la humana, cada individuo tiene su propia y compleja especificidad, basada las más de las veces en experiencias, que lo hace distinto, donde detalles sutiles hacen variar el grado de sensibilidad y la comprensión hacia los demás. Pero en todo caso, os aseguro, nuestra lógica nos ha hecho poder apreciar a quienes nos quieren sabiendo devolver gratitud por cuanto recibimos.
Antes de que continuaran otros ponentes (la sala estaba demasiado caldeada), se hizo un descanso que los asistentes aprovecharon para ir al servicio, al ambigú o simplemente para charlar con los conocidos, y fue entonces cuando Pedro vio a Antonio.
—Qué alegría que hayas venido —dijo Pedro—. ¿Has escuchado las ponencias?
—Sí. Te he estado buscando. Estoy sentado en las filas posteriores. Me ha parecido muy interesante.
—Por cierto, voy a presentarte a algunos amigos de la asociación.
Pedro se acercó hasta un pequeño círculo donde unos hombres y mujeres charlaban animadamente y cuál sería la sorpresa de Antonio cuando, ante sus ojos, se aparecía con una bella sonrisa la mujer que intentó salvar y acabó siendo ella la que lo hizo llevándole al hospital.