Читать книгу Las llamas de la secuoya - José Luis Velaz - Страница 8

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II

Sin dirigentes y sin orden pronto comenzaría la barbarie. En un principio los bancos y otros establecimientos fueron saqueados, la propiedad privada asaltada y los automóviles y otros bienes robados. En medio de la vorágine y la marabunta se multiplicaban las agresiones sexuales que de todo tipo se producían por doquier, sin tapujos, sin ocultarse, sin vergüenza, allí mismo, fuera sobre el capó de vehículos calcinados o sobre el putrefacto suelo de las ciudades corrompidas y ante ojos de transeúntes que ya no se horrorizaban y a los que todo les daba igual; como ocurría cuando veían imágenes, que también se producían a plena luz del día, de humanos yaciendo sobre el asfalto urbano satisfaciendo sus instintos carnales animales. La imagen de hombres y mujeres convertidos en crueles fieras en medio de edificios en ruinas y desolación se había ya propagado por todo el planeta. Así que al poco tiempo las armas se convirtieron en el mejor medio de defensa —y contra más sofisticadas mejor—, de modo que por las peligrosas calles de las ciudades arrasadas las gentes iban pertrechadas hasta los dientes, mostrando al filo de sus caderas brillantes armas de fuego colgadas del rancio cuero del cinto de sus cartucheras.

Por todo ello enseguida comenzaron a surgir personas especializadas en el uso de las modernas pistolas que con rapidez y maestría lucían —en medio de las urbes, entre apuestas desaforadas y ante duelos surgidos por retos suscitados por mínimas provocaciones—, sus artes para matar. Los mejores pistoleros en poco tiempo se hicieron muy cotizados, no obstante era tal la rapidez con la que crecían en su fama y valoración como el corto tiempo que les duraba, pues cuando llegaban a la cima siempre aparecía el rival que los superaba en esos duelos a muerte. Sin embargo, mientras tanto, los mejores y más rápidos eran contratados por personas que podían pagar sus servicios. Así, los más potentados, se cubrieron con un gran número de pistoleros y guardaespaldas para custodiar su seguridad.

Pero pronto muchos individuos, como en todas las épocas y circunstancias, comenzaron a aprovecharse de las debilidades del sistema, en este caso antisistema, para lograr sus intereses, sin miramientos de ninguna clase, por lo que no tardaron en aparecer peligrosas bandas mafiosas y criminales, en las que las mentes más perversas reunían a su alrededor a despiadados matones capaces de desenfundar sus revólveres a gran velocidad. Las rivalidades entre las bandas no tardaron en llegar y en autoliquidarse con continuos ajustes de cuentas; sin embargo, las que prevalecían cada vez se hacían más grandes y poderosas e imponían sus normas. Normas, al fin y al cabo, como aquellas contra las que poco antes el ser humano se había rebelado, solo que aún más injustas y arbitrarias.

Las llamas de la secuoya

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