Читать книгу Las llamas de la secuoya - José Luis Velaz - Страница 18

Оглавление

8

¿Qué sentido tenía seguir trabajando?… O incluso seguir viviendo, se preguntaba Antonio apoyado sobre el escritorio de la empresa donde colaboraba desarrollando programas que ya poco sentido podían tener. Esa pregunta se la hacía mucha gente. Los suicidios se estaban convirtiendo en la principal causa de mortandad lo que con unas estadísticas tan elevadas por muertes violentas parecía increíble. La depresión era una plaga: se había convertido en la enfermedad de los que aún sobrevivían ese tiempo. Una tristeza profunda cubierta de una crónica melancolía, que inhibía las funciones psíquicas más elementales, se había apoderado de los seres vivos. Era la sensación de mirar por una ventana alejada, en medio de la bruma y de la nada, en un campo áspero y sin futuro.

—¿Has visto la última amenaza? —Richard, compañero de trabajo, que pasaba en ese momento junto a la mesa de Antonio, lo despertó de su pensamiento.

—Sí. ¿Te refieres a la última que han pintado en la puerta?

—Claro.

—Bueno. Una más.

Ya no había noticias. Y cuando las había, siempre eran negativas. Hacía mucho, pensó Antonio, que no se recibía una positiva. Bastante bueno era, solía decir él, que al menos no hubiera noticia alguna, pues cuando esta llegaba resultaba desesperanzadora. Y recordaba cuando, siendo adolescente en el colegio, fundó con la colaboración de otros compañeros la que llamó La Voz de Quinto. Un periódico para los escolares que, en sus mejores sueños, quería extender en el futuro como un medio general de noticias con una condición previa: solo se darían noticias positivas. Con eso, pensaba, se ayudaría al mundo a ser mejor y a avanzar sin dar eco a lo negativo que lo único que esto hacía, aparte de informar, era causar un efecto propagador de dichas acciones perniciosas. Aquel sueño nunca se hizo realidad y ahora pensaba: «¡Cuánto se hubiera ganado si ese condicionante hubiera triunfado en los medios de comunicación!». Pero las noticias que, curiosamente, más se vendían eran las de la podredumbre de la sociedad. Al final siempre el dinero.

En eso estaba cuando introdujo la mano en el bolsillo de su chaqueta y sintió la cartulina de la tarjeta. La sacó y la miró con detenimiento: Alba Tiether. No decía nada más, solo un número telefónico.

¿Quién sería esa dulce criatura que había llegado tarde a lo que quedaba de un mundo afligido? Desde luego carácter no le faltaba, pensaba recordando cómo había sido capaz de eliminar a los dos atacantes de largas capas de color negro, con un dragón alado blanco al dorso, por las que dejaban entrever cintos de doble pistolera. Estaba claro que su determinación en ese crítico momento le había salvado la vida. Así que realmente era él quien debía expresar su agradecimiento. Lo hubieran matado allí mismo... «Igual hubiera sido lo mejor. Para qué continuar sufriendo. ¡Ay!... Mejor no seguir con ese pensamiento». No era su día. Sabía por muchos casos cercanos que se empezaba con eso y se acababa paulatinamente cediendo y cayendo en el abismo que la misma mente procuraba. Siempre había luchado por mantener un cierto talante optimista, el que siempre tenía en su infancia, cuando lo elegían como líder de la clase. Pero en estas condiciones cada vez era más difícil mantenerlo. Sin embargo, se sentía desplazado en ese mundo de violencia que se perdía para siempre. Era de las pocas personas, le decían, que no portaba armas.

Finalmente se decidió a marcar el número de Alba.

—¡Antonio!

—¿Cómo puedes haber sabido que era yo, si nunca antes te había llamado?

—¿Y cómo un experto físico que crea nuevas tecnologías se puede extrañar por algo así, hoy en día?

Antonio estaba totalmente desconcertado. Cada día esa mujer era un mayor misterio.

—Te llamaba por si querías que nos viéramos… para hablar… ya sabes…

—¡Claro! Estaba esperando ansiosa tu llamada, desde que me dijiste lo que había ocurrido en tu casa.

Quedaron, esa misma tarde, en un parque cercano a su domicilio, donde destacaba el único árbol, una secuoya milenaria, que aún se mantenía erguido.

Las llamas de la secuoya

Подняться наверх