Читать книгу Las llamas de la secuoya - José Luis Velaz - Страница 19

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Antes de ir a la cita del parque Antonio pasó por su casa. Nuevamente sintió que algo no iba bien. Otra vez el sistema de seguridad había sido manipulado. Un mal presentimiento recorrió como un relámpago por su cuerpo. Algo no iba bien. Abrió con cierto temor sin saber qué le esperaba. «¡Atila!», llamó con preocupación. Al contrario de lo que siempre hacía su compañero de apartamento, esta vez no se acercó a recibirle en la puerta ni tampoco maullaba. Cuando Antonio entró, por fin, en la cocina pudo ver horrorizado a su querido gatito colgando de la lámpara. Lo habían ahorcado.

Sacando fuerzas de donde no había se acercó a la hora prevista al parque. Allí, en un apartado banco, al borde de la secuoya, esperaba Alba leyendo un viejo libro de bolsillo. Cuando vio a Antonio de cerca comprendió que algo le pasaba.

—¿Qué ha ocurrido Antonio? —preguntó preocupada.

Antonio, manos en los bolsillos de su cazadora, miraba cabizbajo moviendo la cabeza.

—Eso quisiera saber yo. ¿Qué está pasando y espero que me lo cuentes?

—¿Ha vuelto a suceder algo?

—Han entrado de nuevo en mi casa y esta vez no han revuelto nada. Solo han ahorcado a mi mascota, algo de lo que más quería en esta mierda de mundo.

—¿Han dejado alguna nota, algún mensaje?

—Nada. No he visto nada, desde luego.

Antonio se sentó junto a Alba, que lo miraba compasiva.

—Me gustaría ayudarte.

Antonio mostraba un semblante de preocupación mirando al frente. Ella puso su mano sobre la de él, en actitud comprensiva. Entonces este se volvió hacia ella, lo que hizo que apartase la mano:

—¿Quién eres? ¿Por qué me persiguen? ¿Qué he hecho yo para merecerme esto?

—Quiero ser sincera contigo, Antonio, pero hay cosas que no te puedo decir.

—Pues a eso no le llamo yo sinceridad.

—Hay cosas que es mejor, por tu bien, que no sepas.

—Pero ¿quién diablos eres?

—Quédate con que soy una especie de…, cómo lo diría…, de agente. Miembro de una organización, de la que ahora no puedo dar más detalles.

—¿Tiene algo que ver con la asociación STF?

—No. Lo de la asociación es algo que nos gusta, pensamos que es de esa poca gente que queda buena o que al menos comprenden la realidad del destino al que nos abocamos y quieren que sea de la mejor forma posible.

—¿Nos? ¿A quiénes te refieres cuando hablas en plural?

—Bueno, me refiero a las personas que como yo piensan así. Entre ellos estamos algunos amigos o compañeros.

—Pero aún no me has dicho por qué ahora soy perseguido.

—Tenemos muchos enemigos.

—Bueno, eso hoy es lo normal. Es raro hablar de amistad, la enemistad se ha propagado por todo el planeta como una calamidad.

—Pensamos que al haberme querido defender el día de la agresión es posible que los Dragones Blancos, como así se hacen llamar los pistoleros vestidos de negro y con largas capas hasta las botas, o gente a su servicio, hayan logrado conocer quién eres y dónde vives. Esa podría ser la explicación de que quieran saber más de ti y ahora te quieran amedrentar…

—Supongo que para pedirme algo luego.

—Probablemente. Son grupos criminales peligrosos.

—¿Y cómo piensas que puedes ayudarme?

—Quizá lo mejor sería que cambiaras de domicilio. Podríamos proporcionarte otro. Si a pesar de todo quieres seguir con el tuyo, podríamos mejorar tu sistema de seguridad y blindaríamos tu apartamento.

—¿Te importa que andemos un poco? Necesito el aire que apenas queda… Estoy totalmente confuso.

Las llamas de la secuoya

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