Читать книгу Las "serventias" en Galicia - José Luís Ramos Blanco - Страница 19

3.2.1. Los problemas derivados de la limitación de las fincas del “agra” y sus consecuencias

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Los elementos de cierre de las fincas, en general, cumplían una doble función: por una parte, servían de elementos de señalización de los límites de las fincas y, por otra, permitían franquear el libre acceso a ellas a las personas y al ganado47.

Teniendo en cuenta el reducido tamaño de los fundos que formaban el “agra”, el cierre individual de cada uno de los predios situados en su interior impediría o dificultaría excesivamente las labores que requería su explotación agrícola. La pérdida de terreno que suponía la construcción de sólidas fronteras entre las parcelas del “agra” obligaba a optimizar el espacio dedicado a la fijación de los lindes, recurriendo a elementos de cierre más sencillos que ocupasen el espacio mínimo imprescindible48.

De ahí que las parcelas del “agra” contasen con un único cercado exterior común a todas ellas. En la mayoría de los casos el cierre estaba constituido por un muro de piedra, aunque también eran frecuentes los formados con tierra (“valados”), setos vivos (“sebes”) o losas de pizarra (“chantós” o “chantas”)49. En el interior del “agra” no solía haber muros50, sino que las líneas fronterizas entre los predios se señalizaban, normalmente, con pequeños “marcos” o mojones de piedra que se colocaban en las esquinas de las fincas. Las reducidas dimensiones y la estrechez de los fundos no permitían dar acceso a todas las parcelas mediante sendas, y mucho menos cerrarlas de forma individual, dada la pérdida de terreno excesiva que ello supondría y que, incluso, impediría maniobrar con una yunta dentro de muchas de ellas51.

Los “marcos” eran simples piedras enclavadas en la tierra en el límite de dos o más fincas, carentes de una forma o grosor característico y fácilmente identificables por el campesino, a quien le bastaba la simple mirada para reconocer si se trataba de una piedra cualquiera o de un auténtico “marco”. En ocasiones, se encontraban cubiertos por la vegetación o, incluso, llegaban a enterrarse por completo con el paso del tiempo, lo que tampoco suponía un verdadero problema para el campesino, porque éste conocía a la perfección su ubicación exacta. Además, era habitual que pegados a los “marcos” hubiera dos piedras de menor tamaño que los afirmaban (“testigos”)52.

De este modo, mientras que por el exterior del “agra” las fincas quedaban sólidamente protegidas de las eventuales incursiones de terceras personas o del ganado, en su interior el reducido tamaño de los fundos obligaba a sus usuarios a tener que recurrir a elementos divisorios más frágiles que ocupasen el mínimo espacio imprescindible. De ordinario, los lindes entre las parcelas colindantes se fijaban con una simple línea imaginara trazada de “marco” a “marco” que, al ser fácilmente transgredibles, generaba fuertes riñas y disputas vecinales. En efecto, la práctica fraudulenta más habitual era, precisamente, el desplazamiento de los “marcos” hacia el interior de la finca contigua, aunque la operación sólo podía abarcar escasos centímetros, debido al escaso tamaño de los predios y a que el campesino conocía con exactitud la ubicación de los “marcos”, incluso cuando hubiesen quedado cubiertos por la vegetación o enterrados bajo tierra53.

A pesar de la fragilidad de los límites interiores del “agra”, los valores tradicionales imponían el máximo respeto al derecho a la propiedad54. Sin embargo, la tentación de arquear un poco el surco al arar o el movimiento de los “marcos” hacia el interior del fundo colindante con la finalidad de aprovecharse de unos centímetros de tierra, siempre estaba presente.

Conscientes los campesinos de la fragilidad de los “marcos”, idearon éstos algunas fórmulas para evitar o aminorar los frecuentes conflictos y disputas vecinales. Quizá la más destacable era la de cavar, en el momento de la cosecha, en la línea divisoria entre las fincas un surco más hondo que los demás entre “marco” y “marco” (llamado “entremesa”, “rego”, “derrego”, “gabia” o “gavia”) para indicar con precisión los lindes, acompañando a tal fin, en ocasiones, la colocación de palos intermediarios55.

La variedad de sistemas divisorios refleja la tensión vecinal que generaba el interés de aprovechar al máximo la totalidad de la escasa superficie de terreno de que disponían los campesinos, y al mismo tiempo el ansia de tener las propiedades plenamente defendidas, sin tener que ceder terreno alguno56.

Las

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