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PROYECTO NUEVA GÉNESIS

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Las sondas se adentraron en la nada. Líneas divergentes partiendo en múltiples direcciones hacia lo desconocido. Cada cierto tiempo, un planeta se generaba al paso de uno de los bots y este mandaba los datos a sus creadores. Un sistema solar quedaba fijado pocos segundos después en el mapa estelar. Desde la superficie de uno de esos nuevos mundos el cielo rosado cubrió bajo su manto la rica orografía. Enormes bestias comenzaron a moverse con lentitud al calor de una recién nacida estrella. Antes de la llegada de la sonda solo existía el vacío. No había preexistencia, solo un algoritmo madre, una semilla de falsa vida que en un momento dado activaría la génesis.

En la sala de control, el viejo y sabio doctor Nolan Jonas y un selecto grupo de reputados científicos, ingenieros y desarrolladores de videojuegos observaban atentos la explosión de aquel big bang inédito. Un lienzo sin límite capaz de albergar más de cuatrocientos mil millones de estrellas había obligado a experimentar primero con bots, sondas digitales que lanzar hacia el infinito para comprobar si nada colapsaba los planes previstos.

—Doctor, es hora de dar el salto, ¿No le parece?

Nolan, de expresión cansada, se volvió para responder a su recién llegado interlocutor.

—Señor Klauss, da la sensación de que solo aparece usted por aquí cuando lo cree conveniente. Aunque esta vez se ha adelantado. Todavía no estamos preparados para integrar en el corazón de este superordenador cuántico un cerebro humano.

Klauss, cuyo carísimo traje contrastaba con las batas de laboratorio y las gastadas camisetas geeks, frunció el ceño de su espigada cara en señal de desaprobación.

—¿Que no estamos preparados? La Tierra se muere y parece que usted quiera arrastrarnos a la tumba con ella. Si esperamos más no habrá nada que probar. Todos lo hemos visto, doctor, el sistema ya es estable con una capacidad de computación inferior a la de su mente, la mía o la de cualquiera de los ciudadanos supervivientes que se mantienen encerrados en sus casas, aterrados y expectantes, esperando una respuesta por nuestra parte. De hecho, sumando la potencia de una población de mil millones de cerebros, el ordenador cuántico nos obliga a recrear un plano virtual casi infinito para encontrar el equilibrio. No les robe la esperanza a todas esas almas.

—Quién lo diría. Parece un mesías portador de buena voluntad cuando habla así —respondió Nolan dando órdenes con gestos a su equipo, como queriendo restar importancia a la presencia de su molesto visitante. Después, continuó con su particular envite dialéctico—. Los dos sabemos que no hay altruismo en sus palabras. Si una población diezmada espera un mensaje de su gran corporación para abandonar este mundo y habitar uno digital, es solo por desesperación. No hay elección posible. Y no se equivoque. La Tierra no «se muere», ella permanecerá a pesar de nosotros. Solo muta para deshacerse de ese cáncer que somos para ella.

—Doctor, doctor… —prosiguió Klauss con tono condescendiente—. La población perderá su libertad, sí, pero a cambio ganará su supervivencia. ¿Quién saca más partido con esto? Ofrecemos los medios técnicos para poner en pie un nuevo orden en un universo virtual. Sin fronteras, con un solo Estado que vele por todos.

Durante unos segundos Klauss levantó la cabeza con la mirada perdida, como imaginando materializado en su cabeza lo que acababa de decir. Nolan, consciente de ello, le dio la réplica.

Están vendiendo que cuando el planeta sea habitable de nuevo todos podrán volver pero, ¿quiénes si no ustedes son los que tendrán esa información? Aunque el tiempo transcurrirá en el mundo digital a un tercio de velocidad que en el real, ¿serán capaces de renunciar al poder adquirido para, dentro de diez o quince años vividos allí, apagar el universo digital para devolver a la humanidad a su lugar natural?

El viejo doctor cogió aire y miró directamente a los ojos a Klauss.

Permítame que lo dude. Sus palabras me suenan más a un nuevo orden que aspira a durar mil años.

—¡Mil años! —gritó Klauss con una risotada a la vez que alzaba los brazos—. No había pensado en tanto, ni tampoco en aquel sueño truncado del Führer, créame, pero ya que lo dice, tampoco suena tan mal, ¿no le parece?

Nolan bajó la cabeza, resignado ante una lucha imposible de ganar.

—Empiece ya con el Sujeto Zero. Y no ponga esa cara, hombre, está creando nada menos que un futuro para la supervivencia de la raza humana. Siempre será recordado por ello.

Klauss abandonó la sala dejando tras de sí un estruendoso silencio. Nolan observó a su equipo, que había presenciado toda la escena. No hacían falta palabras al respecto, las miradas lo decían todo.

—Mañana empezamos la última fase: el Sujeto Zero. Descansen lo que puedan el resto del día e intenten pensar en las vidas que van a salvar, solo en eso.

Antes de salir del laboratorio, el doctor Nolan miró por última vez la gran pantalla que presidía la sala ofreciendo continuamente los datos que generaban las sondas. Ahí llegaba otro nuevo planeta. Árboles gigantescos de irreales colores sirviendo de hogar a pequeños mamíferos que estrenaban vida. Más allá, el vacío se mantenía expectante, esperando ser llenado.

Te regalo el fin del mundo

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