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EL ESTADO DE LAS COSAS

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El sol digital empezó a llenar de luz el dormitorio del lujoso apartamento. Alice despertó en la cama y desconectó sus nodos. Al contrario que el resto de los avatares, ella no debía recluirse cada noche en una burbuja que succionara el poder computacional de su cerebro. No dejaba de ser lo mismo, pero el sutil cableado fácilmente desmontable en cualquier momento contrastaba con la absoluta inconsciencia del resto de la población dentro de aquellos vampíricos ataúdes. Y Alice no se sentía bien por ello. Miró a Ax, recostado a su lado y todavía en stand by, con los filamentos brillando en su continuo tráfico de datos. Hacía ya cinco años desde el Gran Apagón, quince habrían pasado en el plano real de ser correctas las teorías, y no habían dejado de dirigir y comandar duras batallas y escaramuzas. Su rostro y su cuerpo seguían siendo jóvenes, era exactamente igual que cuando llegó al plano virtual, pero la experiencia acumulada pesaba como una losa en su corazón. A lo largo de todo este tiempo parte de la población se había unido contra el CdC exigiendo derechos y libre albedrío. La eArmy casi no daba abasto para ejercer su control porque muchos rebeldes habían obviado las vías migratorias más habituales a otros sistemas solares. A pesar de que las sondas originarias habían creado un mapa lo suficientemente amplio antes de que se diera el Éxodo, la cartografía del universo digital seguía creciendo en tiempo real, generándose procedimentalmente por inercia sobre un lienzo en blanco. Con una astrografía en continua expansión, era harto complicado movilizar tropas sobre la marcha hacía cuadrantes ajenos a las rutas habituales que segundos antes no existían. Al contrario que en un mismo planeta, donde uno podía teletransportarse a los lugares ya visitados en el mapa, la complejidad del cálculo de las enormes distancias hacía que se tardara días en viajar entre estrellas y meses en saltar de una punta a otra de la galaxia. En algunos casos, y a pesar de que la eArmy se encontraba instalada en los Planetas Capitales de cada sistema, este margen de tiempo era más que suficiente para perder una batalla. Se había convertido en habitual que, cuando llegaban los refuerzos a los territorios en conflicto, los rebeldes hubiesen huido con una considerable ventaja hacia regiones desconocidas del espacio. Resultaba frustrante dirigir un ejército en esas condiciones.

Alice, cuyos méritos en los Juegos Olímpicos Virtuales se habían dado en la lucha cuerpo a cuerpo en las arenas de combate, se sentía más cómoda en mitad de las refriegas, lo que también le había servido para presenciar de primera mano el dolor y las carencias de este nuevo mundo. Ax no, él era el gran militar táctico en la distancia, capaz de calcular múltiples acciones sobre el campo de batalla y desplegar sus tropas con precisión milimétrica. Y es por eso que fueron elegidos por Klauss. Eran los mejores en lo suyo, el gran estratega y la temible guerrera. Entre los dos cubrían los puntos más importantes del espectro de juego.

Ax abrió los ojos poniendo en marcha automáticamente su consciencia.

—¿Qué tal estás, cariño, cuánto llevas despierta…? Te noto ausente, y eso que soy yo el que se acaba de conectar.

Alice activó de nuevo sus ojos y extremidades tras esos minutos congelada y perdida en sus pensamientos.

—Bien, bien, solo intentaba analizar cómo esta vida no es exactamente lo que habíamos imaginado, ni nosotros, ni los ciudadanos, ni los rebeldes…

—Espero que no estés dudando ni mínimamente de nuestra labor aquí y de las razones que nos llevan a inutilizar una y otra vez a esos miserables.

La frase de Ax iba más allá de un simple mal despertar. Su tono sobre la guerra se había ido recrudeciendo con el tiempo, por lo que muros invisibles se alzaban ahora entre ellos. Sobre todo por parte de Alice.

—No, no, es solo que…

El intercomunicador comenzó a sonar e interrumpió la tensa conversación. Era la línea directa con Klauss. Algo muy grave debía estar sucediendo porque ese medio solo se utilizaba en emergencias del más alto riesgo. Su figura apareció translucida en mitad de la estancia.

—Les necesito aquí inmediatamente con equipamiento de guerra. No puedo contarles nada hasta que lleguen, solo les avanzo que hoy reescribiremos la corta historia de este universo.

El holograma desapareció dejando un halo de preguntas sin respuesta. Los dos generales sabían qué tenían que hacer. Rápidamente cada uno activó en su muñeca el menú de opciones, eligió el vestuario de combate, armas y blindaje y, asintiendo el uno al otro, desaparecieron del dormitorio activando al unísono el teletransportador. El lugar de destino, uno que solo unos pocos elegidos tenían registrado en su mapa personal.

Te regalo el fin del mundo

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