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LA BATALLA DE ALEJANDRÍA

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Cientos de naves de la eArmy cruzaban continentes y océanos rumbo a Alejandría en un flujo incesante. Los eSoldiers que habían custodiado la ciudad a lo largo del último año ya se estaban teletransportando y fueron los primeros en llegar. Como Alice y Klauss, que esperaban a las afueras a bordo del temible Destructor Capital.

Fundada por Alejandro Magno al oeste del delta del Nilo en el año 331 antes de la Era Común, Alejandría fue, además del eje central del mayor imperio conocido hasta entonces, la capital cultural e intelectual del mundo. Alice había paseado innumerables veces por aquellas calles milenarias. Le gustaba admirar los atardeceres desde lo alto del faro soñando que aquella recreación era real, que de verdad se encontraba en otra época. Sus incontables horas en la biblioteca buceando entre miles de documentos digitalizados solo eran forzosamente interrumpidos por alertas puntuales que la requerían con urgencia. Dejaba entonces con pesar aquel templo de sabiduría para condenar las vidas de quienes gritaban enojados por la libertad en algún remoto lugar. Ese tipo de contradicciones, entre lo que era y lo que estaba obligada a ser, la minaba lentamente por dentro.

El caso de Klauss era distinto. También se había podido teletransportar hasta Alejandría porque la tenía registrada en su mapa personal, pero su interés tenía que ver más con los logros expansionistas de Alejandro Magno que con el deseo de este de convertir la ciudad en el receptáculo de todo el saber humano. Klauss se veía a sí mismo como digno sucesor del célebre macedonio, y le gustaba comparar el vasto imperio que forjó en el siglo IV a.E.C. con su férreo control sobre todo un universo virtual en los estertores del siglo XXI. Que la sede del Imperio digital, la Torre K-Corp, se encontrara en mitad del océano Pacífico en lugar de en Alejandría, respondía a esa misma conexión espiritual. Klauss vivía el día a día aislado de otros avatares humanos, de cualquier abarrotada población, incluso de sus propios generales. Buscaba eludir así la posibilidad de ser traicionado de cualquier forma posible. El gran error de Alejandro no sería el suyo.

—Ax está preparando la estrategia de ataque, llegará al destructor en unos minutos y en ese momento comenzaremos a desplegar las tropas —dijo dirigiéndose a Alice.

—No hace falta esperar —le respondió ella—. La información de la que disponemos sitúa un alto mando de los rebeldes en la biblioteca, y conozco cada rincón de ese lugar. Puedo solicitar una reunión para averiguar qué intenciones tienen y a la vez ubicar en el mapa cada efectivo rebelde para luego optimizar el ataque.

—Bien, bien, adelante. Aguardaré aquí, a las afueras de la ciudad. Pero lleve consigo un destacamento por si algo se tuerce. No esté sola en ningún momento. Es una orden.

Desde el acorazado se inició la comunicación solicitando el encuentro. Mientras, Alice subía a una pequeña nave acompañada de unos pocos efectivos.

—¿Ax, me escuchas?

La general intentaba comunicarse con su compañero, que estaba a punto de llegar al acorazado mientras ella viajaba en dirección a Alejandría.

—¿Alice? Si me llamas por un canal protegido me puedo imaginar lo que vas a decirme. Pero antes escucha, me acabo de enterar de tus planes. ¿Por qué no has esperado a que llegara? No puedo asegurar tu integridad desde aquí.

—Eso es una falacia, Ax, sabes que si soy abatida reapareceré en el Destructor Capital, mi último punto de salvado. Es este grupo rebelde el que puede desaparecer hoy para siempre.

—Mira, Alice, sé que todo ha ocurrido muy rápido y que no hemos podido hablar a solas, pero si Klauss se ve forzado a realizar ante ellos la misma prueba de muerte permanente que nos ha mostrado, será porque hay resistencia a la rendición por parte de los insurgentes. Se tratará solo de un pequeño sacrificio en pos de un bien mayor.

—Ax, escúchame, esto no me gusta nada. Conoces a Klauss. No creo que estando en posesión de la maldita bomba atómica se conforme con mirarla en una vitrina. Tengo que hacerles entrar en razón antes de que veamos una matanza ante nuestros ojos.

—No creo que Klauss llegue a esos extremos, pero de ser así, ¡razón de más para que no te encuentres en esos momentos en el mismo centro del conflicto! Alice, no sentiré pesar por ellos, pero por favor, no me hagas sentirlo por ti. Te quie…

De repente, fuertes interferencias cortaron la conversación. La nave había traspasado el muro invisible que rodeaba la ciudad y, tras él, cualquier información no oficial quedaba filtrada. El intercomunicador quedó en silencio.

—¡Alice, Alice! ¡Maldita sea!

Ax golpeó furioso el panel de mandos de su nave. En el horizonte ya se dejaba ver una interminable y abarrotada línea de naves y buques de combate flotando a pocos metros sobre el nivel del mar. Sobre todos ellos, sobresalía el acorazado donde debía reunirse con Klauss.

****

El caza militar aterrizó en el puerto, en un pequeño aeródromo que rompía con sus líneas modernas la arquitectura clásica perfectamente recreada de la mítica ciudad. Para evitar tensiones, Alice ordenó al grueso de los soldados que esperaran junto a la nave mientras ella, acompañada de un escolta, se reunía a las puertas de la biblioteca con el líder rebelde. Y allí estaba él, con una larga capa anudada bajo una espesa barba gris, igualmente custodiado por un fornido guardia personal. Ella adivinó bajo la gabardina del guardaespaldas un uniforme oficial de la eArmy. Un traidor, pensó. Se alegró de que Ax no estuviera allí con ella. Él odiaba a los soldados renegados. Dada su impulsividad, aquella cita en la cumbre habría durado justo hasta ese momento. Por su envergadura, el soldado era de tipo tanque, de los que aguantan disparos sin pestañear. Perfecto para reinventarse como guardián de alguien importante.

—Habíamos quedado en que seríamos solo usted y yo, señor…

—Llámeme Alexander. Por lo que veo, usted ha sido igualmente prudente. Y yo sí que la conozco, Alice, a pesar de que no porte hoy en su cara las habituales pinturas de guerra. Como podrá suponer, es temida y odiada entre los míos. Con respecto a Risco, mi fiel protector, le aseguro que no debe temer nada si nada oculta. Con el historial que nos precede a uno y otro bando, sabe que soy yo el que debe tomar una mínima cautela.

Alice vio algunas de sus vías de actuación boicoteadas, como la de capturar directamente al alto mandatario si las negociaciones llegaban a un callejón sin salida. Con un exeSoldier tipo tanque de por medio, el forcejeo, por breve que fuera, daría tiempo suficiente para que su objetivo principal se teletransportara a una nave oculta con la que huir rápidamente. Pero debía transmitir confianza, así que aceptó las condiciones poniendo su mejor cara. Eso sí, planteó también las suyas, que eran las de Klauss.

—Por supuesto, Alexander. Aunque ya le digo que no tiene nada que temer… si nada de lo que hablemos nos supone una amenaza. Aun así, como comprenderá, debo solicitar que mi soldado me acompañe. No creo que deban existir claras desigualdades en esta reunión, aunque sean por mi parte meramente formales.

Mientras Alice hacía un gesto al eSoldier para que la acompañara, su mirada se cruzó con la de Risco. Ambos sabían que el soldado de la corporación era mero atrezo. Si algo daba al traste con todo, serían ellos dos los que chocarían sus armas sin insignificantes intermediarios, aunque también ambos sabían quién saldría victorioso de la contienda. Risco era consciente de que simplemente se concentraría en mantener a raya el mayor tiempo posible al mejor luchador de eSports de todos los tiempos, a la guerrera digital más temida. Lo suficiente para permitir que su protegido pudiera escapar hacia un lugar seguro.

El eSoldier llegó hasta el grupo.

—Mantente atento, pero en ningún caso actúes sin una

orden mía.

El soldado asintió bajo el casco y las grandes gafas de batalla. Alice se aseguraba así que, si la tensión subía más de lo esperado, no se fuera todo al traste por el gatillo fácil de un avatar demasiado nervioso.

****

Klauss observaba sonriendo la ciudad desde la sala de mando del Destructor Capital. Ax, a su lado, guardaba dentro de sí una enorme inquietud. Algo no iba bien, y Alice se encontraba en el epicentro del conflicto sin posibilidad de asistencia inmediata. Había confirmado nada más llegar que era en el acorazado donde se daría su respawn de ser abatida en la ciudad, pero sentía que algo no cuadraba, y la extraña tranquilidad que veía en Klauss no hacía más que acrecentar su desasosiego.

****

La noche empezó a desplegarse sobre el cielo de Alejandría. Seguidos de cerca por sus respectivos guardaespaldas, Alice y Alexander, que habían charlado largo rato durante la última hora, caminaban lentamente hacia el estrado colocado al inicio de la vía Canópica. La imponente avenida, de treinta metros de ancho y seis kilómetros de largo que recorría de este a oeste la ciudad, se encontraba repleta de los miles de rostros expectantes que habían ido llegando desde distintos lugares del planeta.

Durante la conversación, Alexander miraba a Alice de vez en cuando. Ya había adivinado por sus palabras la lucha que se daba en su interior. Ella le había comunicado la conveniencia de una rendición pacífica por el peligro que suponía la terrible arma recién descubierta por K-Emperor. Le expresó sus sospechas. Temía que aplicara la muerte permanente a aquel líder rebelde delante de todos. La mayor demostración de su poder realizada en aquella expresión de esperanza de alcance universal. Le dio la sensación de que, inconscientemente, los rebeldes le harían el trabajo sucio al Imperio prestándose a ese sacrificio. Pero Alexander no parecía preocupado por los oscuros augurios de Alice. Ya con esa confianza, la conversación había crecido en intimidad en los últimos metros hasta el estrado.

—¿Usted era militar del Imperio, verdad? Después de tanto tiempo reconozco a uno con solo mirarlo. Creo que ha alterado su aspecto para no ser identificado, pero no así para pasar desapercibido. Esa capa, esa barba y ese pelo grisáceos, esas arrugas, como si quisiera parecer mayor… Me llama mucho la atención, porque no hay ancianos en este mundo. No lo entiendo.

—Deje que le cuente una pequeña historia, Alice, una de otra época, en aquel otro mundo que dejamos atrás. —Alexander se detuvo justo antes de salir a la palestra. El discurso podía esperar unos pocos minutos más. Comenzó a hablar pausadamente—. Una soleada tarde de domingo un abuelo y su nieto se encontraban paseando por un centro comercial. Mientras el niño correteaba aquí y allá se dio una curiosa escena. El anciano, incapaz de igualar la vitalidad del niño, apoyó el cansancio de los años en su bastón y se quedó mirando fijamente una gran pantalla que casualmente tenía frente a él. En ella se podía ver una calle muy transitada. El que parecía el personaje protagonista se mantenía quieto en el centro de la misma mientras los transeúntes deambulaban ajetreados de un lado para otro. Alcantarillas humeantes, tráfico denso, alguna sirena que sonaba a lo lejos… Pasados un par de minutos el anciano observaba extrañado, esperando que ocurriera algo en aquella película. De repente apareció su nieto y cogió un mando negro que estaba bajo la televisión. Para el anciano era un objeto sin sentido en el que posiblemente ni había reparado. El niño empezó a interactuar nerviosamente con los botones y joysticks y, como por arte de magia, empezó a darse la acción en pantalla. El protagonista subió a un coche y el encuadre de la cámara cambió para seguir de cerca una loca persecución. Hasta ese momento, los parámetros mentales del anciano asimilaban que la acción en una televisión debía darse de forma automática al ser algo ya rodado, ya grabado, pero es que aquello no era una película. Desconocía lo que era un videojuego, y no podía imaginar que existiera algo así: historias que necesitaran de alguien que les diera vida desde fuera de la pantalla.

Tras unos minutos en los que todo fue asombro, el abuelo y su nieto volvieron a emprender juntos el paseo. Cuando llevaban andados unos metros, el anciano se giró para ver una vez más aquel extraño milagro. En la enorme televisión, de nuevo, el protagonista de aquella historia se mantenía de pie, quieto, esperando un nuevo dueño de sus acciones.

Cuando las grandes corporaciones se unieron bajo el mando de K-Corp para anunciar una migración masiva a un universo digital mientras nuestro mundo se venía abajo, yo me acordé de esa anécdota. Fui consciente de que los ancianos serían excluidos del Éxodo. Sus mentes no estaban preparadas, y se iba a soltar todo ese lastre antes de partir.

No te equivocabas cuando has apreciado que pertenecía a vuestras filas. El ver cómo se cumplían los peores presagios, presenciar tanta muerte y sufrimiento antes del Gran Apagón hizo que aterrizara en la realidad virtual con mi mente ya enferma de dolor. Como soldado de elite cumplí con mi deber mientras pude, pero llegó un momento en el que me rebelé ante mis superiores. Simplemente no podía soportarlo más. Ojalá lo hubiera hecho antes. Tal vez podría haber salvado vidas, tal vez…

—Sabe que no podía hacer nada.

Alice lo interrumpió posicionándose de forma clara. Comprendía y se sentía comprendida. No estaba sola en su angustia interior.

—En este universo sí que puede conseguir mucho. Salvará tantas vidas ahora como se perdieron entonces. No se culpe por algo de lo que no es responsable.

Calló entonces, sorprendida y a la vez aliviada por expresar en público por primera vez lo que hacía mucho anidaba en sus pensamientos.

Alexander la miró en silencio con rostro triste, como haciendo ver que sus palabras no quitaban ni un gramo de peso sobre sus hombros. Alice continuó.

—Sobre la historia que me ha contado… Aquel anciano era su abuelo y usted era ese niño, ¿verdad? Que modificara su aspecto para parecer mucho mayor es como una forma de dar valor y mostrar respeto hacia aquello, hacia todos esos ancianos que no están aquí con nosotros porque fueron abandonados a su suerte.

Alexander alzó la vista a las estrellas y suspiró.

—Es hora de intentar cambiar el mundo.

Se adelantó y se dirigió al estrado, donde ya todos los ojos de esta nueva tierra y de todas las demás tierras habitadas se encontraban atentos.

****

—Queridos ciudadanos, hermanos todos. Habitantes de Nueva Tierra, de los lejanos sistemas y planetas a lo largo de este fecundo universo. Desde Alejandría, la gran ciudad que una vez fue referente y faro de la humanidad, os hago llegar las nuevas de nuestro futuro. No dentro de mucho, llegará la hora de volver a casa.

Un enorme murmullo creció entre los asistentes. Posiblemente, en todos los rincones del universo, ese mismo murmullo se iría propagando conforme fuera llegando la retransmisión. Alice miró a Risco, que asintió reforzando las palabras que acababa de oír. Alexander continuó.

—Los científicos que abandonaron el régimen que nos aprisiona llevan varios años trabajando muy duro por la libertad junto a nosotros. Con sus conocimientos y el estudio de la valiosa información que trajeron consigo, podemos afirmar que es absolutamente cierto que la Tierra, nuestro maltratado planeta, se está recuperando y será pronto habitable nuevo. Tras mi intervención, se harán visibles en las redes neuronales los datos que corroboran esta información.

El murmullo se transformó en griterío, que chocaba de forma excitada con los esfuerzos de otros por mantener la calma y el silencio para que el discurso pudiera continuar.

—El CdC lo sabe, pero no quiere renunciar al inmenso poder que ha amasado en todo este tiempo. De la misma manera que apagaron la realidad, ¡es hora de exigirles entre todos que la enciendan de nuevo! ¡Se acabó vivir bajo la opresión! ¡Preparemos de forma pacífica durante los próximos años la vuelta a casa! ¡Hay todo un mundo que reconstruir! ¡La Tierra nos espera!

Los gritos de júbilo eran ya incontrolables. Alice no daba crédito, el CdC había mantenido lo contrario hasta entonces, que la tierra estaba muerta. ¿Sería cierto todo aquello? ¿Cederían ante la evidencia y el clamor popular? ¿Se acabó la guerra con los rebeldes? ¿Era el fin del sufrimiento? Y rio asombrada, sintiendo dentro de sí algo parecido a la olvidada felicidad. Alexander, en el estrado, se encaminaba hacia el final de su discurso.

Pido a los más altos mandatarios del CdC, con el señor Klauss a la cabeza, que rompan sus cadenas sobre la población y que comiencen los preparativos para nuestra vuelta. El pueblo perdonará los errores y recibirá con júbilo ese gesto. Una vez en la Tier…

De repente un pitido intenso cortó de raíz la retransmisión. Todo el mundo se encorvó llevándose las manos a los oídos.

—Alice, Alice, Alice…

Un eléctrico escalofrío recorrió la espalda de Alice al escuchar tras de sí la voz de Klauss. Automáticamente materializó el arma en su mano y se volvió para encañonar a su inesperado interlocutor. Tras ella solo estaba Risco, sorprendido, y el soldado que los había acompañado todo ese tiempo. Este habló de nuevo con la voz de Klauss.

—Te he estado observando atentamente desde que pusiste el pie en la ciudad. Y qué gran día, Alice. Tengo en un mismo lugar al máximo líder de la Rebelión y al mayor traidor que ha dado nuestras filas. ¿Se puede pedir más?

—Klauss, yo, yo… —Alice balbuceaba—. Puede que me veas como una traidora pero, por favor, escúchame, si los datos son correctos, nuestro hogar nos espera para ser reconstruido. Esto que nos rodea no deja de ser una ilusión, tu poder es una ilusión. Klauss, por fav…

—¡Cállate! —el soldado continuó—: he aguantado demasiado tiempo tus dudas. Si has llegado intacta hasta el día de hoy no es por ser la mejor soldado que tengo, es que gracias a tenerte a ti tenía también a Ax, del que nunca entendí el afecto que te profesaba. Pero él ha visto y escuchado lo mismo que yo, y si antes era fiel a la causa, ahora lo es más que nunca. Ya no nos haces falta, Alice. ¿Verdad, Ax? —La voz del soldado cambió—. Alice, cómo has podido. No puedo creer lo que has hecho, tirar por tierra todo por lo que hemos luchado, todos los ideales, los principios que mantienen en pie nuestro mundo.

—Ax, no, no, no, por favor, escúchame, no lo entiendes…

—Adiós, Alice. —El soldado desenfundó su arma, se apuntó en la sien y apretó el gatillo. Su cabeza se deshizo en infinidad de brillantes píxeles mientras el cuerpo se desplomaba y desaparecía lentamente.

—Un NPC, no era un avatar, todo este tiempo nos ha estado espiando un NPC. ¿Cómo he podido ser tan tonta?

Risco movía nervioso su blaster cañón en todas direcciones esperando que la trampa se cerrara del todo sobre ellos. Alice miraba fijamente al suelo, intentando sopesar esos segundos en los que su vida había cambiado por completo. «Ax…», musitó.

Un ruido sordo, subsónico, como cuando una bomba detona bajo el agua, los atravesó con su onda expansiva. Todos se tambalearon un momento. Alice miró la gran avenida abarrotada por miles de avatares y se horrorizó por lo que, temía, acababa de pasar.

—¡Hay que avisar a la multitud! ¡Tenemos que salir de aquí!

Explosiones empezaron a sonar a lo lejos, una tras otra, cada vez más cerca, cada vez más fuerte. Disparos como ecos de caos y muerte llegaron desde múltiples direcciones. En el horizonte aparecieron incontables puntos en movimiento acompañados del zumbido de los motores de cazas de combate que Alice conocía tan bien.

Risco empezó a teclear en su antebrazo para abrir las opciones de viaje rápido hasta el punto de control donde les esperaba la nave en la que habían llegado.

—¡Han inutilizado nuestra capacidad de teletransporte! ¡Señor, prepárese, voy a dispararle para que aparezca en zona segura!

Risco apuntó con su arma a Alexander, que esperaba quieto a que su guardaespaldas lo sacara de allí de aquella manera brusca pero inevitable.

—¡Alto, no!

Alice golpeó fuertemente el brazo de Risco, que erró el tiro.

—¡Pero qué demonios!

Iba a recargar de nuevo, pero miró a Alice y supo que algo iba mal, muy mal. Se detuvo.

—¿No os dais cuenta? ¡Klauss ha activado a gran escala la muerte permanente! ¡Si disparas a Alexander se acabó! ¡Todos somos ahora mortales!

Alexander se dirigió a los dos.

—Tiene razón, ese loco lo ha hecho. Esto estaba en su cabeza desde el principio. Risco, debes hacer llegar esta información al Consejo. Y Alice… lo siento.

El primer caza llegó cosiendo de pasers con su ametralladora el concurrido suelo de la plaza. Las líneas de código de los caídos empezaron a flotar sinuosas por encima de la multitud enloquecida.

—Habrá que ir a pie. ¡Vamos!

Risco tomó la iniciativa disparando a las tropas que comenzaban a desplegarse por la periferia de la avenida a escasos doscientos metros de su posición. Los soldados alcanzados por Risco estallaron en píxeles y desaparecieron. Alice había visto mil veces ese efecto. Sabía que en un puesto de control cercano esos mismos soldados aparecerían de nuevo y de nuevo retomarían el ataque.

—No sé cómo lo ha conseguido, pero la armada es inmune a la muerte permanente. La situación es aún peor de lo que pensaba.

—¡Reacciona, atajaremos por la biblioteca!

La voz de Risco la despertó de su trance. Alice intentó sobreponerse, sacar fuerzas de donde no las había hacía unos segundos. Apretó los puños con rabia y desesperación y se unió en la huida a Risco y Alexander. Los tres desaparecieron en mitad del caos. Mientras, como en la barbarie de antaño, Alejandría ardía de nuevo.

****

Klauss llegó con su séquito a la avenida humeante. Los soldados encañonaban a los supervivientes. Subió hasta el estrado que muy pocos minutos antes había enfervorecido a las masas con la voz de Alexander. La retransmisión se reanudó.

—Queridos ciudadanos, habéis dejado con vuestro beneplácito que el virus de la Rebelión se extienda dejando en manos del CdC su contención. Y hemos encontrado una cura. Lo que habéis presenciado aquí es el futuro que os espera. Uno en el que el castigo por insubordinación será la muerte. El código de los culpables se unirá a Madre y vuestros cuerpos de carne y hueso se pudrirán donde quiera que estén. La muerte permanente significa la desactivación automática de los biobots que mantienen activos y en forma vuestros cuerpos en el calcinado mundo real. Porque la Tierra sigue siendo un yermo. Os habéis dejado engañar con falsas esperanzas, desoyendo el atento cuidado del gran conglomerado de corporaciones que os salvó hace cinco años de la extinción. Tamaña afrenta tiene ahora su justa respuesta. Los que estáis aquí ya lo habéis visto con vuestros propios ojos. Cuando las grabaciones de lo que ha ocurrido en Alejandría y mis propias palabras lleguen hasta el último rincón habitado de esta galaxia, ya lo habrá hecho la onda expansiva que os hace mortales. Desde la Torre K-Corp, el epicentro de la gran ola, se ha purificado vuestro pensamiento. Solo os queda ser dóciles y serviles ciudadanos a partir de ahora. Mientras sea así el CdC será misericordioso con sus súbditos. ¡Larga vida al Nuevo Orden!

La mutilada multitud no dijo nada. Solo miró con resignación a Klauss en lo alto del estrado. Intocable. Dios digital de un universo condenado. El terror incansablemente buscado como forma de control total era por fin una absoluta realidad. El mensaje del miedo viajaba en ese momento raudo a la caza del mensaje de la esperanza. Sistema a sistema, mundo a mundo, la celebración se tornaba en terror y sumisión. El Nuevo Orden quedaba instaurado.

****

Alexander, Risco y Alice llegaron al aeródromo oculto donde se encontraba la nave en la que emprenderían la huida.

—¡Enciendo motores! —gritó Risco, que subió rápidamente por la trampilla de embarque. Alexander se detuvo un momento junto al aparato y se dirigió a Alice.

—Entiendo que ahora estás con nosotros.

Ella, aún con mil pensamientos volando y colisionando en su cabeza, no dudó.

—No tengo otra salida, pero ahora sé que este es mi lugar, siempre lo fue. Y con respecto a lo que me dijo antes, que sentía haber destrozado mi vida, creo que mi vida de verdad empieza ahora. Solo puedo darle las gracias por haber llegado hasta mí y mostrarme por fin el camino que siempre he estado buscando.

De pronto, el zumbido de un paser los sorprendió al impactar contra la espalda de Alexander, que se desmoronó sin fuerzas en los brazos de Alice.

—¡No, no, no puede dejarme ahora, no así!

Alexander, mientras derramaba su valioso código a través de la herida mortal, miró con tranquilidad a Alice en esos últimos momentos.

—Que estés con nosotros me llena de esperanza. He conseguido mucho más de lo que esperaba, dadas las circunstancias. Sé que conseguirás que el sueño se convierta en realidad, Alice, lograrás que todos vuelvan a la Tierra para un nuevo comienzo. Me voy sabiendo que hemos ganado.

El cuerpo de Alexander se deshizo entre los dedos de Alice que, llena de rabia, materializó su pistola y apuntó en la dirección de la que había provenido el disparo. Y allí, a escasos cien metros, estaba un grupo de eSoldiers, quieto, esperando, con Ax apuntándole con su arma aún humeante.

—¿Ax? Tú… lo has matado… cómo has podido…

—Alice, ¿me culpas por acabar con la persona que nos ha separado? ¿En serio? Ven, todavía puedes revertir la situación. Hablaré con Klauss, eres muy valiosa para nosotros, sé que lo entenderá.

—¡Déjame! Alexander no ha cambiado nada en mí, solo lo ha sacado a la luz. Y tú lo sabes Ax, desde el principio. Sabías que no era como Klauss, que no era como tú, nunca lo fui.

Una ráfaga de disparos proveniente de la escalerilla de la nave tumbó a varios soldados y alcanzó a Ax, que empezó a romperse lentamente en píxeles.

—¡Alice, sube, rápido! —gritó Risco.

Justo antes de desaparecer, Ax ordenó a sus soldados que no dispararan.

–Vete, Alice, por lo que fuimos y sentimos, pero que nunca te encuentre, porque tendré que darte caza.

Alice subió a la nave, que hizo rugir sus motores y emprendió la huida de Nueva Tierra casi en despegue vertical.

****

Ax reapareció en la sala de mandos de la nave capital. Allí ya se encontraba Klauss.

—¿Qué tal, mi querido general? ¿Dio con ellos?

Ax, sin dejar de mirar la ciudad ardiente, humeante, que se divisaba a lo lejos, respondió ausente.

—Alexander está muerto.

Klauss se acercó a él y puso una mano sobre su hombro. Ax seguía mirando la ciudad.

—Bien, bien, entiendo. Digamos que eso hace que su cuenta de lealtad se quede nivelada a cero. Sé que no volverá a ponerla en negativo ni por un segundo, ¿verdad?

Ax se giró hacia Klauss, al que sabía conocedor de todo lo ocurrido hacía unos minutos, y le mantuvo firme la mirada.

—No lo dude ni por un momento, señor, ya no hay nada que me haga vacilar sobre cuál es mi posición y cometido en este mundo.

—Bien, bien —repitió Klauss—, sabia elección teniendo en cuenta que el mundo me pertenece.

Ambos se quedaron observando las últimas explosiones a lo lejos, las idas y venidas de cazas de combate, las mallas de humo sobre la ciudad devastada. Ax apretaba los labios mientras pensaba en Alice, en cómo la odiaba con la misma intensidad con la que la había amado. Klauss, por el contrario, soñaba a mayor escala. Era conocedor de que sin duda, no solo había ganado la batalla de Alejandría, sino la guerra por el futuro del universo. Solo él sonreía.

Te regalo el fin del mundo

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