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NEW YORK, NEW YORK

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Roy entra en el ascensor y pulsa planta baja. Una voz sintética anticipa el inane hilo musical.

«Son las 20:00 horas del 21 de junio del año 8. Año 24 en el plano real. Recuerde que a las 22:00 horas se suspenderá toda actividad y que cualquier acto registrado desde ese momento hasta las 10:00 horas del día siguiente será objeto de castigo. Que pase una buena estancia en Nueva Tierra».

No deja de ser irónico que se siga contando el tiempo por días, meses y años desde el Gran Apagón de la Realidad, piensa. Al principio, la vigencia de un calendario se utilizó como recurso para crear un anclaje emocional con lo que se había dejado atrás, facilitando así la aclimatación al nuevo espacio virtual, pero hacía mucho que había dejado de ser necesario. Que fuera junio no significaba absolutamente nada. Roy sabía que al salir a la calle no sentiría en el rostro el calor agresivo del despertar del verano neoyorquino, que el momento sería idéntico al de ayer y al de mañana. Solo la hora seguía teniendo sentido. Los planetas se habían generado calcando las pautas físicas que seguían rigiendo el universo real al otro lado del espejo. La rotación de Nueva Tierra aseguraba a esa hora la llegada de un cielo de ébano plagado de estrellas. El factor horario también informaba a los ciudadanos de que a las 22:00 horas cada cual debería estar conectado en su burbuja de descanso para ceder la capacidad de procesamiento de su cerebro a la red central de K-Corp. Decenas de miles de planetas habitados, con sus ciclos individuales de día y noche, aseguraban continuamente millones de individuos en stand by que alimentaran de energía a Madre, el gran ordenador cuántico que los mantenía con vida.

Roy sale del edificio y comienza a caminar con dificultad por las calles atestadas de avatares. N-Nueva York era la ciudad más poblada de una Nueva Tierra casi vacía. La meticulosa recreación vía satélite había asegurado lugares comunes como Central Park, la Quinta Avenida o Broadway, aunque se habían permitido licencias como las Torres Gemelas del World Trade Center. Este tipo de boutade se encontraba repartida por todo el planeta. Podías visitar las Siete Maravillas del Mundo Antiguo, desde el coloso de Rodas a los jardines flotantes de Babilonia pasando por el faro de Alejandría. Roy imaginaba un mal chiste cinéfilo en el que los arquitectos digitales seguían las enseñanzas de aquel científico chiflado de película ochentera del siglo XX: «Ya que vamos a crear la capital de un nuevo universo, mejor hacerlo con estilo». Ni qué decir tiene, este místico exotismo no evitó que la mayoría de avatares emigraran hasta los confines del espacio. ¿Quién iba a desear habitar el planeta de siempre cuando podía establecerse en cualquiera de los generados procedimentalmente a lo largo de toda una galaxia? Es más, con suerte, en ese espacio casi infinito podía darse la casualidad de llegar a una zona en la que los algoritmos primigenios activaran la génesis de todo un sistema planetario al que poner nombre.

En la esquina con Lexintong, Roy se detiene junto a un nutrido grupo de avatares que escucha a un par de NPC que están, guitarra en mano, cantando una canción olvidada.

I’ve been blinded but

you I can see.

Los observa y se pregunta qué diferencia hay entre él, una representación digital de un ser humano, y ellos, seres totalmente artificiales creados por Madre. Taxistas, recepcionistas, guardias de tráfico, músicos callejeros, pilotos automáticos con aspecto humanoide… Todo un ecosistema de seres sin vida para hacer más llevadera la suya. «Ese NPC de voz nasal parece más seguro de sí mismo que yo» se dice mentalmente.

Let me tell you people

what I found

I saw my head laughing

rolling on the ground.

—¿Roy?

Escuchar su nombre lo devuelve a la plena consciencia de un sobresalto. Es una voz femenina justo a su espalda.

—¿Perdón? —responde sorprendido al girarse, como aquel que se tropieza con un antiguo compañero del colegio al que no reconoce tras décadas en las que el tiempo ha ejercido su trabajo.

—¿Eres Roy, verdad?

A la chica, alta, de peso medio pero atlética y que no debe tener mucho más de veinte años, la acompaña un joven corpulento de casi dos metros de estatura y de parecida edad. Ambos visten gorro ceñido y abrigo largo cerrado con capucha, como si quisieran ocultarse, pasar desapercibidos. Ella descubre entonces su rostro en busca de complicidad. Su pelo negro grisáceo aparece perfilado por un flequillo irregular que apenas tapa unos ojos del mismo color. Su compañero parece estar nervioso y en guardia ante cualquier posible respuesta.

—Esto no me gusta nada, vámonos Alice, empiezo a pensar que no es un avatar. Seguro que se trata de un jodido NPC que nos han puesto como cebo. Si es así y hemos caído en la trampa, solo tenemos treinta segundos antes de que caiga sobre nuestras cabezas toda la maldita eArmy.

—Tranquilo Risco, lo hemos observado largo tiempo, no nos equivocamos, lo sé —y vuelve a preguntar, casi suplicante—¿Roy?

Sin saber por qué, Roy asiente a pesar de su confusión y desconfianza. La chica esboza una leve sonrisa de satisfacción mientras se cubre de nuevo, coge rápidamente su mano y lo arrastra fuera de ese grupo de avatares que ya empieza a mirarlos con extrañeza.

—Si nuestros datos son correctos, no vives lejos de aquí, ¿cierto?

—Unas manzanas al norte, pero qué…

—Calla, confía en mí. Voy a darte una razón por la que abrir los ojos cada mañana. No hay tiempo que perder, ¡vamos!

Los tres se pierden apresurados entre la multitud. Roy, aturdido, todavía puede escuchar a los NPC trovadores entonando exultantes la última estrofa de la canción.

And now I’m set free

I’m set free

I’m set free, to find a new illusion.

Te regalo el fin del mundo

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