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VIDAS CRUZADAS

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Los ruidos automáticos de la gran ciudad se cuelan amortiguados en el apartamento de Roy, reptan suavemente por la acolchada alfombra y se desvanecen como un murmullo antes de alcanzar las paredes. Sentados en retrosofás alrededor de la mesa-pantalla se encuentran dos de los tres protagonistas de este tropiezo provocado. El corpulento Risco está en el dormitorio conectado externamente a la burbuja de descanso, garabateando con velocidad en el holoteclado de su menú personal. Alice, ya sin su abrigo y con el rostro descubierto delineado por su brillante pelo negro grisáceo, observa a Roy, sentado frente a ella con evidente incomodidad. El forzado anfitrión, que bulle en dudas y preguntas, es quien comienza tímidamente a hablar.

—Cre… Creo que he sido más que educado con lo que acaba de pasar. Y bueno, tras mi impulso inicial, empiezo a pensar que me he equivocado trayéndoles hasta aquí. Reconozco que estoy algo asustado. Me gustaría invitarles a salir de mi casa, asegurarles que no voy a denunciar este asalto, aunque algo me dice que no va a servir de mucho, ¿verdad?

—Crees bien.

Alice lo mira en silencio con sus grandes ojos grises. Parece que lo escudriñara más allá de su forma digital, como si pudiera ver y leer el código que corre por sus venas artificiales, ahondando en la persona que está tras el avatar llamado Roy. Hacía mucho que no había mirado así a alguien. Uno olvidaba con los años que en cada avatar latía un corazón humano. Un ser vivo escondido en alguna parte de una tierra casi olvidada, conectado a este universo digital mientras sus músculos y órganos eran estimulados en un eterno éxtasis por millones de biobots, evitando así la atrofia y la muerte. A Alice aquella situación en semisuspensión le recordaba los viejos e incombustibles anuncios de teletienda, en los que un actor de tercera sonreía apretando los dientes mientras todo su cuerpo era sacudido por una cinta vibradora.

—Supongo que saben que a esta hora debería estar conectado a la burbuja dando mi modesto poder computacional a Madre —continuó Roy—. Es cuestión de minutos que aparezcan aquí sus antiguos compañeros para ver qué pasa. Porque ustedes, aunque visten el uniforme oficial, son renegados, delincuentes, ¿verdad?

Preso de la angustia, se incomoda aún más al articular en voz alta sus reflexiones, y empieza a pensar de forma poco disimulada cómo escapar de esa situación.

—No hace falta que te esfuerces en salir corriendo, no es necesario, te lo aseguro —responde ella con una media sonrisa al notar su inquietud.

—Para tu tranquilidad, no pensamos diluirte. No con lo que hemos tardado en encontrarte.

Risco vuelve del dormitorio y se coloca junto a Alice sin sentarse.

—Todo listo. Si nada se tuerce, tardarán al menos tres horas en darse cuenta de que nuestro querido amigo no está dejándose succionar por Madre. ¿Le has contado ya todo? No deberíamos desperdiciar ni un segundo de nuestra ventaja.

—Iba a empezar ahora mismo, tranquilo. Y siéntate a mi lado, anda —responde Alice dando cariñosas palmaditas en el lugar libre del sofá.

El habitual estado de alerta de Risco parece bajar unos grados por el amable ofrecimiento y, contra todo pronóstico, se acomoda junto a la chica, que comienza entonces a desvelar su propósito.

—Roy, llevamos mucho tiempo escrutando las redes buscando anomalías, errores de diseño, bugs que pongan en aprietos al sistema. Sabes como nosotros que esta maldita autocracia nos condena a ser entidades digitales de por vida, que vampiriza nuestras mentes para mantener en el poder a K-Emperor. Nos prometieron que algún día volveríamos a la Realidad, pero desde la batalla de Alejandría sabemos que eso no ocurrirá. Las voces que se han alzado en contra han sido acalladas disolviendo sus avatares en plazas públicas, propagando el miedo y la amenaza hasta el último confín de este universo.

—Espera, espera —interrumpe Roy cada vez más nervioso—. Entiendo lo que dices, pero ¿dónde encajo yo en todo esto? Soy un simple civil, no un soldado digital como vosotros. No duraría ni un segundo en una de esas escaramuzas de la Rebelión que he podido ver más de una vez por los informativos de los mass media. Si este es el sistema de reclutamiento que seguís habitualmente, desde luego deja bastante que desear. Soy lo más opuesto a alguien que pueda servir de ayuda en esa cruzada por mucho que comparta sus ideales.

Comprendo tu confusión, Roy —continuó Alice—, pero escucha bien, porque lo que te voy a decir, aunque no ayudará precisamente a que se aclaren totalmente las cosas, te pone en el mismo centro del huracán. Como te comentaba, buscamos continuamente anomalías que nos ayuden a poner en jaque al sistema, y hace unos meses, de forma totalmente inesperada, dimos con una del tamaño del Cañón del Colorado. No estaba clara su procedencia ni, por supuesto, cómo había escapado a nuestros escáneres durante todo este tiempo, pero ahí estaba. Nos ha llevado todo este tiempo depurar rutas, saltar firewalls y concretar ubicación, contenido y nombre de ese programa. Y resultó que no estaba en un lugar remoto del universo sino en su mismo centro, Nueva Tierra, en N-Nueva York para ser más exactos; y que su código se hallaba mezclado con el de un avatar, de ahí lo difícil de concretar los últimos pasos. Descubrimos qué contenía: un mapa estelar que nos puede llevar hasta el interruptor que apague este universo forzando así a la humanidad a despertar de nuevo en la realidad, y conseguimos descifrar el nombre en clave del programa: Reality of Yesterday, y de ahí encontrar a su huésped… Eres tú, Roy.

La habitación queda en silencio durante unos interminables instantes. Roy ha dejado de escuchar el eco de la ciudad, casi se diría que ha entrado en shock. De repente, antes de que pueda reponerse para empezar a hacer un millón de preguntas que tiren por tierra lo que acaba de escuchar y así devolver el orden a su anodina existencia, ocurre algo.

—¡Comandante! ¿Me recibes? Soy Tris.

Una voz de mujer suena distorsionada en la cabeza de Alice, que se lleva instintivamente una mano al oído.

—¡Es una emergencia! ¿Me recibes? Soy la capitana Tris, ¿me recibes?

Risco identifica inmediatamente el gesto de preocupación de su compañera y salta como un resorte.

—¿Qué ocurre?

Alice no responde mientras presta atención a su interlocutora.

—No me preguntes cómo, pero os han detectado. Tenéis que salir de ahí. ¡Ya!

—Risco, algo ha fallado. Solo tenemos unos minutos de ventaja. ¡Nos vamos! —grita Alice a su compañero mientras se levanta apresuradamente.

Risco vuelve a poner a cien su nerviosismo: «¡Mierda, mierda, sabía que esto no podía salir bien!».

Roy piensa en ese momento que es su oportunidad para librarse de esta locura que intenta poner patas arriba su vida. Al fin y al cabo, él no es un delincuente, no tiene nada que temer.

—¡Todavía podéis desaparecer sin dejar rastro si me dejáis aquí! Sabéis que solo sería un lastre. Y prometo no decir nada, ¡de verdad!

Alice lo mira entre condescendiente y enfadada.

—¿Es que no has entendido nada de lo que te he dicho? ¿De verdad piensas que van a aparecer un par de eSoldiers, que simplemente te harán unas preguntas rutinarias y se despedirán con un «adiós, perdone las molestias, pase usted una buena noche»? El hecho de que te hayamos contactado ya es motivo suficiente para que toda la jodida cúpula del Imperio quiera desmenuzar línea a línea tu código buscando respuestas que no puedes dar. Vienes con nosotros, porque esas respuestas son las mismas que buscamos. Lo siento Roy, pero te acabas de convertir en el avatar más buscado de este maldito universo.

Explosiones coordinadas convierten las ventanas y la puerta principal del apartamento en una informe polvareda de píxeles y polígonos. Por los huecos de mallas humeantes comienzan a entrar eSoldiers en tropel con una figura al frente que destaca por su uniforme plateado. Lanzan presas magnéticas a los tres avatares en mitad del salón, pero los cepos los atraviesan y caen ruidosamente al suelo.

—¡Son hologramas especulares, señor! ¡Un señuelo!

—¡Triangulad la zona buscando la fuente! ¡Rápido!

Los tres fugitivos abandonan de forma apresurada el apartamento. A varias manzanas de distancia, donde se ha dado el asalto, sus imágenes reflejadas empiezan a desvanecerse. En esos breves momentos se da un fugaz intercambio de miradas entre ellos y la estilizada figura que dirige el destacamento militar. Justo antes de perderlos de vista y sin tener certeza de que la chica lo haya escuchado, el militar al mando dice con tono sereno: «Te dije que no me dejaras encontrarte, Alice. Ahora tendré que darte caza».

Te regalo el fin del mundo

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