Читать книгу Revelaciones del Popol Vuh - José Napoleón Mariona - Страница 6
ОглавлениеIntroducción
(por José Napoleón Mariona,
hijo de Carmencita)
La vida nos impone caminos insospechados y nos conduce por sendas de las que ignoramos la razón, el porqué, y el para qué de nuestro peregrinaje por este mundo.
Mi Carmencita me fue revelando el mensaje escondido en el texto del Popol Vuh, contándome desde mi primera infancia ese significado profético dirigido a las generaciones del tercer milenio, que yo debería hacer público después de su muerte.
Yo debería hacer públicas estas revelaciones cuando hubiesen pasado más de cincuenta lunas nuevas después de su fallecimiento, lo cual estoy cumpliendo en este acto de disciplina como hijo admirador del intelecto de su madre.
En todo el tiempo de mi destierro voluntario que me ha anclado en Europa y el resto del mundo, siempre pensé que yo no cumpliría aquella encomienda de mi Carmencita por la sencilla razón de que yo estaba seguro de que mi muerte sucedería primero, antes que la de ella.
Ya durante mi primer diagnóstico del cáncer y la subsecuente operación radical, esto se lo mantuve en secreto, y les pedí a mis hijos que guardaran el sigilo y que no se lo dijeran.
Ellos cumplieron con mi solicitud de apoyo en cuanto a guardar el sigilo, y sobreviví al cáncer en aquel año 2010, y con aquella victoria sobre la muerte me gané ciento veinte lunas nuevas según el cálculo de expectativa de vida vigente entonces en Europa.
Entendiendo que este lapso de diez años posteriores a la operación del cáncer no deja de lado la posibilidad de reviviscencia del cáncer, me despedí de mi Carmencita mentalmente y me dispuse a llevar una vida nueva con tal de atrasar el regreso del cáncer.
Evité el estrés, aprendí a tomar agua sin sentir sed y a mantener una dieta sana.
Dentro de los cálculos humanos no cuentan los caprichos del destino.
La mayoría de nuestras expectativas están basadas racionalmente en modelos y formatos extraídos de las estadísticas. Lo malo es que el destino viola estos cálculos humanos.
En todo caso, mi Carmencita no debería haber muerto si hemos de ser obedientes a nuestra lógica humana, pero ella me enseñó a aceptar que «nadie se muere en la víspera».
Habiendo ingresado al hospital sin estar enferma como resultado de un banal accidente casero en el cual se fracturó la cadera, murió de una septicemia bajo los cuidados insuficientes del personal médico.
Su caso es típico dentro de un cuadro médico que nos habla de un sistema de hospitales imprudente y peligroso para los pacientes.
De la sedación de pacientes con dosis inconvenientes se pasó a una ligera neumonía.
De la neumonía se pasó a la alimentación por tubo y de la alimentación por tubo se pasó al colapso de los riñones.
Vemos como de un cuadro derivado de la sedación extrema en combinación con los órganos colapsados
(pulmón y riñón), sobrevinieron la crisis y el colapso que culminaron con su muerte.
Al mismo tiempo, en aquel momento se vivía una de las frecuentes confrontaciones laborales que producen expectativas y nerviosismo en medio de preparativos para una posible huelga hospitalaria.
Jamás mi Carmencita aceptaría ni siquiera una insinuación de duda respecto a la capacidad de cuidados ciudadanos encomendados al Estado.
Su lealtad frente al Estado fue una de las grandes cualidades que se derivan de su biografía, y que podemos entender mejor si tomamos en cuenta que ella quedó huérfana a sus nueve años de edad, en 1932, como resultado de la matanza y la subsecuente persecución de los principales indígenas, como lo era mi abuela Ángela, mamá de mi Carmencita.
Este factor de ser principal de los nonualcos mantuvo ligada a mi abuela Ángela a los chamanes de esa etnia. Fue en esos primeros años que mi Carmencita fue atendida en la escuela de chamanes en el volcán de Chinchontepec, lo cual continuó, aunque huérfana, ya en su calidad de principal, en virtud de lo matrilineal de la sucesión en este sistema de matriarcado, el cual dispone que la primogénita de la principal prosiga con la obligación.
Tengo la seguridad espiritual de que todo aquello que ustedes van a conocer en este testamento intelectual de mi Carmencita les ha de servir para crear la plataforma para una marcha de las generaciones reveladas en ruta hacia completar su destino con la historia.
Reciban mi saludo fraternal desde Hamburgo, en donde redacté este documento, el cual terminé de escribir primeramente a mano, y después maquinalmente por recomendación expresa de mi Carmencita, con la intención de que al proceder yo a redactar el manuscrito, mi cerebro trabajaría rebuscando en las memorias secundarias algunos conocimientos que a lo mejor me los trasladó ella misma cuando yo estaba demasiado pequeño; lo mismo, la rebúsqueda de emociones infantiles y juveniles, de las cuales debo mencionarles la de mayor trascendencia para la formación de mi carácter:
Se trata de la ceremonia de iniciación dentro de los nonualcos, para la cual visité aquella misma escuela de chamanes en el volcán de Chincontepec, durante dos años, casi todos los fines de semana junto a otros niños nonualcos.
Esta ceremonia consiste en un baño ritual en donde la madre ve desnudo a su hijo por última vez: lo baña en agua reposada toda la noche la cual contiene agujas de pino y hojas de romero. A la mano debe tenerse unos cuatro kilogramos de ceniza de palo de jiote y luego de bañar al menor con esa agua, mientras tiene el cuerpo humedecido aún, se procede a untarlo todo con aquella ceniza ceremonial.
Esto debe hacerse bajo el sol a fin de que se seque el cuerpo ya con la ceniza y quede totalmente blanco.
Luego, durante la noche, los niños, siempre desnudos, han de pasar por el jardín tratando de que no los descubran los adultos, quienes de cuando en cuando encienden antorchas o lanzan haces de luz.
Al amanecer se da cuenta de que han aprobado la prueba al no dejarse ver, y con esto se los manda a bañarse por su propia cuenta y luego se desayuna con toda la familia, y de esta forma se cierra la ceremonia de aceptación.
Don Chente, el chamán, ya casi ciego de anciano, me dijo a la víspera de la ceremonia que yo no podría participar a pesar de los dos años de preparación. Me aclaró que mi piel era blanca y no de color de caramelo como la del resto de los niños nonualcos, y que yo no era «como los demás niños por eso».
Yo le dije de este rechazo a mi Carmencita, quien intercedió ante el chamán, el cual aceptó únicamente porque mi Carmencita era la principal en aquel momento, no sin dejar de pegar un lamento y chillido tan adolorido como anciano, y por un instante dudé de la justicia de parte de mi Carmencita.
De esta rebúsqueda mnemotécnica he sacado las revelaciones que a lo largo de estas experiencias se me acumularon hasta estos días, cuando he tenido que retrotraerlas a la memoria actual con tal de cumplirle a mi Carmencita ante ustedes.
Como verán a lo largo de este documento, que he redactado de memoria —y por eso me he tardado más de tres años para terminar el manuscrito—, personalmente no estoy animado a recibir ninguna forma de alabanza ni de privilegios, ya sea por malas interpretaciones según las que se crea que se trata de una doctrina nueva, o ya sea pensando en una articulación de política restaurativa, reivindicativa o instaurativa de lo maya.
Ninguna de estas relaciones me mueven y solamente estoy cumpliendo con lo indicado imperativamente por mi Carmencita, quien es la única persona a quien debo explicaciones.
Claro que mientras me quede salud, aliento y vida, ustedes me pueden consultar para aclarar o ampliar algunos aspectos que quedan dichos por mí, ya que aparte de mi persona —y faltando la autora verdadera, que es mi Carmencita— no hay ninguna otra persona a quien consultarle. Así es que deben tomar en cuenta que la ventana de tiempo útil es más bien pequeña debido a mi avanzada edad.
Mi Carmencita recibió una parte de estos conocimientos directamente de los chamanes con quienes colaboró en su rol como principal, y la otra parte durante sus estados de éxtasis logrados por sesiones de meditación y oración que a veces eran de más de treinta y seis horas seguidas. Una menor parte las recibió en sueños reveladores, por contacto de sus antepasados.
Y esto que les voy a redactar de aquí en adelante es el resultado de mi cumplimiento. Tendré éxito y me alegraré si consigo que ustedes acepten que el Popol Vuh es un relato mito-mágico, no un libro religioso como los Vedas de la India, o la Biblia, o el Corán.
Podré terminar mi vida con tranquilidad de espíritu si logro que ustedes se pongan en marcha como la generación revelada y encuentren los signos de la identidad gregaria que una los pensamientos y acciones en una misma dirección = el mantenimiento del relato histórico contenido en el POPOL VUH, ahora con un mensaje claro y directo para el tercer milenio.
Cómo entender el POPOL VUH en el tercer milenio es el objetivo imperativo para mí como transportador de estas revelaciones de mi Carmencita, y quiera la Providencia ayudarme a vivirlo.
En las siguientes páginas se presentan textos tomados del Popol Vuh1 seguidos por las revelaciones que ha hecho mi Carmencita, de manera gratuita y amorosa, para la interpretación del libro de los mayas en el tercer milenio, como un regalo para la marcha de las generaciones.
1. Versión del Ministerio de Educación de El Salvador, Dirección de Publicaciones. Tercera edición, 1977, basado en la edición original de la Biblioteca Nacional de El Salvador, 1926.