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PRIMERA REVELACIÓN

El pueblo quiché está encomendado a conservar la cuenta del tiempo que comienza en la niebla histórica antediluviana.

Los demás pueblos de Mesoamérica son parte de esta cuenta del tiempo, aunque no todos recibieron esta encomienda directa.

El pueblo quiché únicamente es el guardián de la leyenda que cuenta esa prehistoria antediluviana y que va agregando capas secuenciales de la historia del pueblo indígena.

Como guardián de la leyenda que arranca desde antes del momento cero de la historia, cuando todavía las potencias espirituales no habían descubierto la palabra, veremos aparecer un universo a partir del diálogo entre estas potencias espirituales.

La palabra será el arranque del diálogo y del diálogo aparecerá la Creación.

Las figuras de la abuela y del abuelo son una metáfora que señala ese episodio antediluviano.

La adición de capas históricas quedan «dichas en las historias (relatos) quichés que comunicaron todo, con lo que hicieron después en el estado de claridad y en la palabra de claridad», indica el paso de la memoria antediluviana (tiempo de la oscuridad) hacia la presencia en el territorio americano (estado y palabra de claridad).

Más adelante veremos como un grupo de revelados (chamanes de chamanes) quedaron instalados en la actual Mesoamérica, siendo ellos los poseedores de las historias (relatos) vinculadas con el episodio antediluviano.

Esta característica funcional quedó encerrada (como una burbuja étnica) en ese grupo indígena.

De alguna manera se concluyó y se entendió que aquella «burbuja étnica» mantenía la tradición oral de la historia antediluviana y el paso al estado de claridad.

Llenos de este fervor, los viajeros procedentes de las dos masas continentales de las Américas intentaban acceder a las tradiciones de aquellos pobladores del actual territorio de Mesoamérica por medio de las relaciones sexuales, con la fe puesta en llevarse en el seno de las mujeres ese numen de conocimientos esotéricos.

Esto produjo una forma inconvencional de relaciones sexuales toleradas y hasta promovidas por aquella creencia de exportación del conocimiento prehistórico y transmitido a los hijos por medio de esas prácticas.

Los niños importados y los niños locales eran traídos a las escuelas de chamanes, en donde permanecían aprendiendo desde los cinco hasta los once años de edad (como aspirantes); y desde los doce años en adelante, si querían, se quedaban con este chamán (según si deseaban completar su educación como chamanes, cosa que duraba toda la vida desde entonces).


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