Читать книгу El hechizo de la misericordia - José Rivera Ramírez - Страница 18
“Venid a Mí”
ОглавлениеPor otro lado, otro aspecto a comentar un momento nada más, es esta frase que hemos dicho –me parece que en el Aleluya–: “Venid a mí los que estáis agobiados y cansados, que Yo os aliviaré; sed discípulos míos que soy manso y humilde de corazón y encontraréis el descanso para vuestras almas” (Mt 11, 28-29). Consideren esta conciencia de la alegría, en la tierra, por supuesto relativa, que es el seguir a Jesucristo. Estrictamente hablando, según muchos exegetas –y me parece que tienen que llevar razón, no porque yo sepa mucha exégesis ni muchos idiomas, sino simplemente porque es lo más coherente con todo el Evangelio, con toda la buena noticia– no es que al ser nosotros más buenos imitamos a Jesucristo y así aprendemos de él la humildad. Lo cual es verdad, pero es una consecuencia, es uno de los muchos aspectos a contemplar. Que, simplemente, “sed discípulos míos” es igual que convivir conmigo, que era lo que hacían los discípulos, a los que nos está llamando es a vivir con él. Y “encontraremos descanso”, pues porque Jesucristo es manso y humilde de corazón. Y ser manso y humilde de corazón quiere decir que es bueno, y una persona buena es agradable, ni más ni menos.
Entonces, que nos demos cuenta de que ya en la tierra Jesucristo nos ofrece –y esto está estrictamente relacionado con lo anterior ¿no?– que si vivimos ya también a nivel psicológico con Jesucristo, aunque pueda haber dificultades, aunque pueda haber incluso sensaciones totalmente trágicas –como una persona que vive toda su vida deprimida, vivirá con sensación trágica–, pero aunque ella no se dé cuenta, en el corazón –y el corazón es el núcleo de la personalidad, no la viscerita ésta que es la que siente, y le recitamos sentimientos y cambia, y todas esas cosas– sino el núcleo de la personalidad está alegre. Que la afectividad donde está la alegría y la tristeza no es sólo física, no es sólo emocional. Entonces las almas separadas no tendrían alegría ni tristeza. El gozo de los bienaventurados, como los que están canonizados –quitando la canonización de otra forma de la Virgen María– y que son personas que están con el alma nada más, por consiguiente, todo el gozo que tienen es en una afectividad puramente espiritual, en el sentido de puramente anímica, psicológica. Y lo mismo digo de las almas del purgatorio, el sufrimiento que tienen y el gozo que tienen es puramente anímico. Bueno, que nos demos cuenta de que esto existe en la tierra y además que es capital, y que una persona que tiene mucha alegría espiritual, mucha alegría por consiguiente anímica puede estar perfectamente –debido a una enfermedad, claro está– registrando unas emociones, lo que solemos llamar sentimientos, sentimientos emocionales muy trágicos. Esto puede ser.
Pero, además, generalmente hablando, esto no es así; de manera que esto no deja de ser una excepción. Normalmente el individuo que está unido con Jesucristo tiene el gozo de esa convivencia que, ciertamente, es no solo compatible, sino que es fuente de una serie de sufrimientos concretos particulares, pero que siempre es alegría, porque Cristo nos da su gozo que nadie nos lo puede quitar. No me lo puede quitar más que yo pecando. Y este gozo, que es totalmente real y se caracteriza precisamente por esto, por su estabilidad, porque es espiritual, es compatible con los sufrimientos, y me da una cosa que, experimentalmente, no se puede explicar demasiado que digamos. Y no se puede entender, más que habiéndolo experimentado, en resumidas cuentas. Pero vamos, que uno se puede dar cuenta por analogía de que no es ninguna cosa que no se pueda entender, aunque no se pueda explicar bien. Y entonces esta alegría es la que me da también esta energía, precisamente para gozarme en predicar a los demás, en hacer apostolado. Pensar, por ejemplo, en la carta de S. Juan –según el texto más aceptado– lo que dice al final del primer parrafito es que “nuestro gozo que tenemos en predicaros a vosotros” (1Jn 1,4). El predicar es una alegría. Cuando el predicar nos suponga una especie de trabajo, en el sentido de un esfuerzo, de un sufrimiento, en cuanto a la pura predicación, esto simplemente quiere decir que no estamos disfrutando todavía, que no conocemos a Cristo, porque la boca habla de lo que está lleno el corazón. Y, por consiguiente, cuando el corazón está lleno de Cristo –vuelvo a repetir que el corazón no es necesariamente el sentimiento emocional, sino que es lo personal, lo estrictamente personal– entonces la predicación nos es espontánea, porque no puede callar el que ha contemplado al Verbo.
Porque el hombre tiene una tendencia a la comunicación, y esta tendencia a la comunicación –que es muy buena y natural– es el reflejo, es el fruto de ser imagen de Dios. Entonces nos brota espontánea y, al brotar espontánea, resulta agradable porque lo que brota espontaneo es siempre agradable, en el nivel que sea. Y como esto es en el nivel de la propia personalidad, pues es personalmente agradable, hace feliz a la persona. Y al hacerla feliz, la desarrolla también. Nos hace cada vez más personales, personaliza. Nos hace más santos, en resumidas cuentas, porque es fruto de la acción del Espíritu Santo.