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Contemplación de la bondad de Cristo
ОглавлениеResumiendo todo esto, contemplen a Jesucristo, porque esto es lo que ha hecho Él. Lo primero es ver la bondad de Cristo y lo segundo es ver lo que me quiere dar a mí. Tendré que examinarlo un poco: ¿Cómo está mi vida respecto a la caridad? En primer lugar, hemos de atender a los criterios.
Yo estoy convencido de que la gente no tiene idea de lo que es la caridad y –ustedes perdonen–, yo sé que ustedes están todas doctoradas por el Espíritu Santo, pero me fío poquísimo, porque sucede que a estas fechas muchísima gente, religiosa, está hablando de la caridad y comulgan todos los días, pero de la caridad no tienen ni asomo, vamos, no tienen ni idea. Es hacer unos cuantos favores, que enseguida reclaman el pago, y esto no tiene nada que ver con la caridad, ciertamente.
Así que, la caridad es una realidad sobrenatural, misterio de fe, un aspecto de la totalidad de la vida cristiana, el aspecto más importante, sin el cual, lo demás no es vida cristiana propiamente. Un individuo con fe y con esperanza, y sin caridad, se condena, ciertamente. Pero nace de la fe, del dinamismo de la fe. Según va creciendo la fe, va creciendo la caridad.
Consiste en amar a cada persona, pero a todos, a cada uno de todos, como ha hecho Jesucristo, claro, como hace Jesucristo, porque es participación del amor de Cristo. Se caracteriza porque tiene por principio al Espíritu Santo y no nuestra propia alma. Se distingue, por tanto, del amor puramente natural. Tiene unos motivos, un fin y unos medios distintos, o por lo menos no totalmente iguales, aunque hay medios naturales que se pueden asumir, claro.
Después, se caracteriza porque es esta actitud interior, y no necesariamente exterior; pues al exterior hay muchísimas veces que no se puede realizar.
Además, se caracteriza porque es un amor de unión, por el cual, deseo la perfección del otro, me complazco en la que tiene, y le deseo la que le falta, y me dejo mover por Cristo para colaborar a esa unión total del otro con él, que naturalmente, por consecuencia, es también conmigo, para toda la eternidad.
Y luego, es un amor universal, en cuanto a las personas, en cuanto a los objetos, en cuanto a las facultades mías, en cuanto a las virtudes, abarca todas, y en cuanto a la intensidad, porque llega hasta el final. Llega hasta la actitud continua de estar, no sólo dispuesto, sino alegrarse de poder dar la vida por los demás. Esto es lo que han hecho todos los santos, habidos y por haber. Han podido sentir físicamente lo que sea, pero todos lo han hecho con toda decisión, porque es que, además, “Dios ama al que da con alegría” (2Co 9,7), dice san Pablo cuando está, precisamente, excitando a la gente a que colaboren en una colecta. Y, este darlo todo, como decía, pues se puede caracterizar por la actitud constante de dar cualquier cosa, de las que constituyen nuestra vida: tiempo, conocimientos, lo que sea, con tal que vea que Dios me lo concede, es una gracia de Dios el poder ayudar al prójimo.
Que pueda decir: “no llego a más”, es distinto, somos todos muy limitados, ¿no?; ahora, que diga: “no hay derecho, es una impertinencia”, eso no lo puede decir nunca. No puedo decir nunca que alguien es impertinente conmigo, porque yo pertenezco a todos; otra cosa es que no sea capaz de llegar. Por eso vean ustedes que no puede haber impertinencias respecto de un cristiano.
Y luego después, esta cesión de los derechos, y este preguntarse: “yo, a esta persona, ¿la quiero más de lo que la puedan querer sus padres?, no de la misma manera, no manifestado de la misma forma, claro, pero ¿la quiero más intensamente?, ¿tengo más interés por ella?” Muchas veces, por desgracia, no es así.