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Recibir misericordia en la administración de Sacramentos

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Estoy pensando, por ejemplo, en la administración de Sacramentos; sobre todo, en la administración del sacramento de la Penitencia. El que seamos conscientes de cómo actúa la misericordia de Cristo, que actúa para perdonar pecados; por tanto, es imposible que no esté perdonando los nuestros, si nosotros tenemos la actitud suficiente para recibirlo. Daos cuenta de que siempre que hay un acto sacerdotal, ministerial, el primero –primero no es cuestión cronológica ni siquiera es cuestión de abundancia– el primero que recibe el fruto, el que ciertamente lo recibe, el que no puede no recibirlo, si no se opone abiertamente, es cabalmente el ministro.

Más o menos habréis estudiado en el tratado de Eucaristía que la Misa tiene:

 Un fruto general, por cada una de las personas de este mundo que estén bien dispuestas;

 Un fruto especial, por las personas por quienes se aplica;

 Un fruto particular, por las personas que están presentes que, en igualdad de circunstancias y de disposición, recibirán más;

 Un fruto especialísimo (se llama especialísimo porque ya no quedan otras palabras), por el que celebra.

Y es normal que si Dios me concede la gracia de celebrar es evidente que, en igualdad de disposición, recibiré más fruto que nadie. Por eso, si hay una persona que es más santa que yo y que está simplemente participando de la Misa, aunque sea cuidando sus hijos, pero sabiendo y queriendo participar en la Misa que se celebra, recibirá más fruto que yo. Pero yo, ciertamente, debo recibir un fruto.

Lo mismo sucede, cuando administro otro Sacramento cualquiera. Cuando estoy administrando un Bautismo, evidentemente yo recibo la gracia del Bautismo no porque me bauticen otra vez, claro está, sino porque revive la gracia de mi Bautismo; es decir, porque todo lo que el pacto que el Señor ha hecho conmigo en el Bautismo se renueva, se intensifica, se vigoriza, y eso es causa de una serie de gracias actuales que voy a recibir después, aparte de que en aquel momento estoy creciendo en gracia.

Y lo mismo digo cuando estamos administrando la Palabra de Dios, como yo ahora mismo. Si estamos actualizados –y no hace falta que sea una actualización refleja cada vez–, entonces, muchas veces esto es muy útil. Si estamos actualizados en esta misericordia de Jesucristo que se derrama sobre nosotros, en el «nosotros» está el que predica; y si está actualizando la misericordia, simplemente crece él en misericordia. No estoy diciendo más que el enunciado de una de las Bienaventuranzas: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7). Si yo estoy ejercitando la misericordia predicando, yo alcanzo misericordia en aquel momento mismo y voy creciendo en misericordia. Lo mismo que aquello que dice san Pablo: “¡Bendito sea Dios, que nos consuela en cualquier tribulación nuestra, hasta el punto de poder consolar nosotros a los demás en cualquier lucha, mediante el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios!” (2Co 1,3-4) –esto parece aquello de la razón de la sinrazón del Quijote–. La cosa está bastante clara: Yo estoy atribulado y recibo consuelo para que con ese consuelo consuele a los demás y, al consolar a los demás, aumenta mi consuelo también. Bueno, pues igual pasa con la misericordia.

El hechizo de la misericordia

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