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EL DINERO
«Me han contratado. Este verano me voy de prácticas a Londres a un banco de inversiones». Por teléfono, la voz de Pablo –22 años– reflejaba euforia contenida. Le felicité de todo corazón porque había batallado mucho para conseguir esas prácticas. Trabajará un mínimo de quince horas cada día, y ya se prepara psicológicamente para el reto. Pero, cuando supe lo que cobraría cada mes (mucho, mucho dinero), me vino a la memoria una frase de Warren Wiersbe: «El dinero es un sirviente maravilloso, pero un dueño terrible».
La idea de que un sirviente maravilloso puede convertirse en un dueño terrible remite a un texto clásico de G. W. F. Hegel conocido como La dialéctica del dueño y del sirviente. El filósofo alemán explica que una persona reducida a la condición de sirviente o esclavo de otra persona puede terminar esclavizando a su dueño. El proceso pasa por un trabajo abnegado, tenaz e inteligente del sirviente, que acaba teniendo la clave de la creación de la riqueza y convirtiendo así al dueño en dependiente de él. En el caso del dinero como sirviente, no tenemos una persona que acaba haciéndonos esclavos, sino una dinámica en la que el dinero va siendo sutilmente transmutado de sirviente de las necesidades a dueño de las voluntades. Un dueño que llega a pedir el sacrificio de las vidas de gente de nuestro entorno.
¿Cómo podemos velar para evitar este proceso sutil de terribles consecuencias? Tal vez se trata de no creer nunca que nos hemos convertido en dueños del dinero. Se me ocurren tres actitudes principales en esta tarea de vigilancia: sentir el valor del dinero, disfrutar gratis y buscar la amistad con gente pobre.
Sentir el valor del dinero. Sentir es conocer prácticamente. Es conocer de manera que tomo decisiones diferentes. Siento el valor del dinero si soy capaz de gastar –y ahorrar– de una manera diferente a como lo haría si no lo hubiera sentido. Para sentir este valor es necesario saber cuánto tiempo y esfuerzo cuesta ganarlo. Obtener dinero con poco esfuerzo aumenta los incentivos para gastarlo sin medida y, a la vez, convertirse en dependiente de él.
Disfrutar gratis. Muchas cosas agradables se pueden hacer gratis, con muy poco dinero o ahorrándolo. Por ejemplo: pasear, conversar con amigos, leer libros de la biblioteca municipal, hacer de monitor o catequista, sentarse en un banco y contemplar a la gente, entrar en una iglesia y hacer silencio, poner orden en la habitación o el despacho, barrer, zurcir calcetines, limpiar la casa, sentarse en la postura de yoga, lavar platos, cantar canciones, bailar, dibujar, visitar ancianos o enfermos, escribir los sentimientos, limpiar los zapatos, cocinar bien y barato, hacer una buena sobremesa, mirar el mar, caminar por el bosque.
Buscar la amistad con gente pobre. No se trata de dar dinero a los pobres: se trata de hacer de ellos mis amigos. Un dicho filipino: «¿Eres amigo de los pobres? Dame nombres». Ser amigo de ellos para descubrir a las personas más allá de su cuenta corriente. Para aprender de ellos: para sentir cuándo la falta de dinero es un problema, y solidarizarnos con ellos; y para sentir cuándo la falta de dinero es fuente de libertad ante este dueño terrible.
Estas tres actitudes nos liberan: somos más libres para trabajar en lo que nos motiva profundamente; somos más libres para elegir un ocio humanizador, y somos más libres para ser amigos de quien sea, ricos o pobres.
Querido Pablo: ¡ojalá nunca creas que eres señor del dinero!
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Todo hombre fielmente servido vela por el bien de su servidor; pero las pasiones solo reservan a quienes las sirven la desgracia mayor (SHANTIDEVA, La marcha hacia la luz IV, 33).
Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de Dios. [...] A los hombres les es imposible, pero no para Dios, porque Dios lo puede todo (Mc 10,25-27).
Hace mucho tiempo había dos hombres que caminaban juntos, uno que era extremadamente rico y el otro que era extremadamente pobre. Alguien comentó:
–Esos dos hombres se han hecho amigos íntimos.
Al oír esto, Dou-fa-de [célebre sabio de la antigüedad] replicó:
–Si de verdad es así, ¿por qué uno es rico y el otro pobre?
Es decir: todas las posesiones de los amigos se deben poseer en común (MATTEO RICCI, Sobre la amistad. Cien máximas para un príncipe chino 95).
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• ¿En qué ámbitos de mi vida el dinero es un sirviente maravilloso? ¿En qué otros se convierte en un dueño terrible?
• ¿En qué actividades concretas disfruto o veo a los demás disfrutar gratis?
• ¿Con qué personas pobres suelo cruzarme en la vida ordinaria? ¿Cómo puedo hacerlas amigas mías?