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LA POLÍTICA MONETARIA EN LOS ORÍGENES DEL ORDEN PELUCÓN

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Tras la guerra civil de 1829-30 y la instauración del nuevo régimen, las autoridades encabezadas por el ministro de Hacienda Manuel Rengifo emprendieron la tarea de regular la acuñación de monedas. Los grandes objetivos que pueden desprenderse de esa medida fueron racionalizar y uniformar el sistema monetario, y tratar de paliar la escasez de circulante en el país.

Una de las primeras disposiciones promulgadas en este sentido fue la de julio de 1830, que prohibió la admisión de moneda macuquina en las oficinas fiscales, y ordenó el resellado en la Tesorería General de las que existieran. En junio del año siguiente las autoridades dispusieron que las monedas denominadas cuartillos, provenientes del periodo monárquico, fueran reselladas. El 23 de agosto de 1832, una nueva ley fijó los precios de compra de los metales por parte de la Casa de Moneda. El gobierno incrementó notoriamente el precio del oro y, de manera algo más leve, el de la plata. De este modo, se pretendía estimular la venta de pastas metálicas a la Casa de Moneda para así reactivar la acuñación, que había experimentado un considerable descenso desde 1817 y sobre todo desde 1827, cuando prácticamente se había paralizado829.

El 24 de octubre de 1834 se dictó una ley referente a las clases y tipos de monedas que tendría el país. En relación con las clases de monedas de oro y plata, no introdujo modificaciones a lo ya existente, manteniendo las cuatro de oro (doblón, medio doblón, cuarto de doblón y escudo) y las seis de plata (reales de a ocho, reales de a cuatro, reales de a dos, reales, medios reales y cuartillos). Se modificó el sello de cada una y también se introdujeron pequeñas alteraciones en la ley de las mismas. De esta manera, mientras la ley del oro se mantuvo en 21 quilates, la de la plata se subió en dos granos, con lo cual se modificó la relación entre ambos metales, que pasó de 16,39 a 16,52. El otro aspecto importante de la ley de 1834 se refiere al establecimiento de monedas divisionarias de cobre. Ellas fueron de dos clases y se denominaron centavos y medios centavos. Cien centavos o 200 medios centavos valdrían un peso de plata y se emitirían solo unas 15 mil unidades de cada una de ellas. El impulso definitivo a favor de la acuñación de monedas de cobre se había dado en 1833 al producirse un debate a través de la prensa, en el que no faltaron los contradictores que las veían innecesarias al existir las señas que tenían los bodegoneros. Los defensores de la acuñación criticaban el sistema de señas por los abusos que generaba. Finalmente, durante 1835 se acuñaron en Inglaterra las primeras monedas de cobre que tuvo el país, las que, no obstante fabricarse en las cantidades fijadas en la ley, desaparecieron al poco tiempo de la circulación, al ser utilizadas como accesorios metálicos830.

Las disposiciones de 1832 y 1834 reflejan el mantenimiento de la ya tradicional tendencia chilena a valorizar el oro por sobre la plata. Esta se manifestaba en las cantidades acuñadas de ese metal, muy superiores a las de la plata, y en la diferencia que aquella relación presentaba respecto de la que prevalecía en el mercado internacional.

Las medidas impulsadas por el ministro Rengifo no solucionaron el problema de la escasez de moneda. En efecto, esta situación persistió, a pesar de que a partir de 1832 hubo un incremento notorio en las cantidades de metal acuñado en la Casa de Moneda. Sin embargo, ese aumento se concentró casi exclusivamente en el oro y no en la plata, influyendo de ese modo en la escasez crónica de monedas de este último metal. La actitud de las autoridades se explica porque consideraban la acuñación de monedas como una fuente de ingresos para el fisco, y en ese sentido la amonedación del oro le originaba importantes utilidades a la Casa de Moneda, lo que no ocurría con la plata831. No deja de ser un contrasentido que, siendo el país un importante productor de plata, desdeñara a esta como moneda a favor del oro, que era más bien escaso. Dentro de esa tendencia también se inserta la relación que se mantenía entre los metales, la cual fomentaba el envío de plata al extranjero por el mayor valor que allí tenía. Por otra parte, las cantidades totales de ambos metales acuñadas entre 1830 y 1850 fueron regularmente inferiores a las del periodo colonial, lo que implicaba disponer de una oferta monetaria más limitada. Con todo, es posible que el problema de la escasez monetaria en la década de 1830 no fuera tan agudo como en los años inmediatamente anteriores, en la medida en que el comercio exterior tuvo al parecer un comportamiento favorable832. En todo caso, los testimonios sobre la falta de moneda divisionaria en el periodo son abundantes, y los comerciantes y empresarios mineros continuaron recurriendo a las señas, a la moneda macuquina e incluso a la emisión de papel moneda. En algunos casos, y pese a las normas en contrario, hubo intentos de pagar obligaciones tributarias con esa clase de monedas833.

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