Читать книгу Un abismo sin música ni luz - Juan Ignacio Colil Abricot - Страница 13
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ОглавлениеTrevor se bajó del taxi afuera de la unidad. Miró el nuevo edificio y no pudo evitar recordar el primer día que llegó destinado a ese lugar. También en esa ocasión se había quedado mirando el aspecto del edificio. En ese momento cuando llegó, diez años atrás, era sólo una casa mal tenida que mostraba la insignia de la institución afuera y él era un tipo acabado. En los dos años que estuvo en el lugar no se hizo ningún arreglo a la sede.
Ahora sus negocios particulares lo habían traído de regreso. Muchas veces había pensado en ese momento y se había prometido no volver a cruzar las puertas. No le gustaba aparecer como el típico viejo que no tiene nada que hacer y va a molestar con su nostalgia y recuerdos, pero ahí estaba. Entró y se acercó a la puerta. En ese momento se cruzó con Sánchez, que venía saliendo.
–¡Sánchez! ¿Eres tú?
–Inspector, ¿qué hace por acá? –Sánchez lo saludó efusivamente.
–Sólo andaba de paseo y pensé en pasar a saludar.
–Qué gusto de verlo, supe que está dedicado a los negocios. Yo pensé que iba continuar en el rubro. Usted sabe, asesor en seguridad o privado. ¿Qué es de su vida?
–Lo de los negocios resultó por casualidad y fíjate que me ha ido bien. Vendemos a restaurantes y hoteles. No me quejó y tú, ¿todavía por acá?
–Sí, pero ahora soy yo el inspector y como usted ve, hoy tenemos más personal, bueno, también hay más crímenes.
–Me gustaría hablar contigo unos minutos. ¿Tienes tiempo?
–Para usted, jefe, siempre tengo tiempo.
Entraron a la unidad y Sánchez lo condujo a una oficina que antes no existía. Trevor contó seis personas trabajando. Se sentaron frente a frente en el escritorio de Sánchez. Trevor se fijó en una foto en la que Sánchez aparecía abrazado junto a una mujer y a un niño de meses, con el mar atrás. No pudo evitar relacionarla con la foto de Iris y sus padres.
–Veo que te casaste.
–Ya era hora. Cuénteme qué lo trae por estos rincones tan apartados.
–Sólo negocios. Esto de ser exportador de productos de mar me hace moverme por Chile. Recorro la costa, conozco gente y he aprendido cosas que nunca pensé que podrían interesarme. Tengo un cliente interesado por los ostiones. No es un gran pedido, pero pensé que era una buena excusa para venir a darme una vuelta. Estaré apenas unos días.
–En eso tiene razón, jefe. Me gustaría que se hiciera un tiempo para que venga a comer con mi familia, yo a mi esposa le he hablado mucho de usted. Sería genial que la pudiera conocer.
–Encantado, hoy en la noche tengo tiempo.
–Me parece, yo lo paso a buscar. ¿Está en uno de los hoteles?
–Vengo llegando, aún no veo esa parte.
–Entonces véngase a mi casa. Ahí puede estar tranquilo.
–No, preferiría un hotel, así no molesto a nadie y tengo…
–No me diga más. Usted no molesta, pero si quiere estar solo no hay problema, la noche ahora es mucho más movida que antes.
–Resulta que no tenía muchas intenciones de pasar a la unidad, tú sabes que me fui en un mal momento para mí. Pero pasé por esa casa de dos pisos.
–¿Cuál casa?
–Esa casa azul donde ocurrió el crimen de la Kempes, ¿recuerdas?
–Claro que sí. Fue el último caso grande que vimos antes que… perdón, jefe.
–Antes de que me pasaran a retiro. No te preocupes, lo tengo muy asumido. ¿Supiste si pasó algo con ese caso?
–Nada, quedó tal cual usted lo dejó. Al poco tiempo lo cerraron.
–Siempre me quedó dando vueltas. Nunca entendí esa llamada que hubo avisando del suceso. Me pareció como si hubiese alguien detrás moviendo los hilos y viendo nuestros movimientos. ¿Tienes el expediente aún?
–Jefe, usted sabe que no puedo pasarle ningún documento oficial. Ese caso se cerró, no hubo ni siquiera sospechosos. Después que usted se fue llegó Andrade, ¿lo ubica? Él terminó de investigar y a los pocos meses le pusieron la lápida. Yo no supe mucho, ya que en esos meses me enviaron a hacer un curso. Cuando regresé Andrade ya no estaba y el caso estaba sepultado.
–Por eso mismo me gustaría darle un vistazo, no creo que alguien esté interesado en este asunto. Me gustaría ver si pasamos algo de largo, si no vimos algo que estaba frente a nuestros ojos. Es sólo curiosidad de un viejo rati.
–Jefe, no insista. Usted sabe que las reglas son estrictas. Lo espero en mi casa a eso de las ocho. Vivo en la misma casa, sólo que ahora la arreglé un poco. ¿Usted se va a quedar frente a la plaza?
–Sí, creo que es el mejor lugar. Tú sabes que no soy muy exigente.
Salieron de la unidad en silencio y caminaron en dirección a la plaza. Después Sánchez comenzó a contarle algunas de las últimas novedades y la suerte de algunos conocidos. Trevor lo escuchaba, sabía que no debía insistir con el expediente, pero también sabía que esa era su oportunidad y que si la dejaba pasar cerraría él mismo la puerta. Se despidieron en la esquina cerca de la plaza. Sánchez recordó la invitación para las ocho. Luego le dio un abrazo y partió a paso rápido en dirección contraria.
Durante la tarde, Trevor recorrió Caldera. Fue a consultar el precio de los ostiones, hizo presupuestos. Se hizo ver en los lugares adecuados. Conversó con gente ligada al negocio. Repartió su tarjeta. Entró a un bar y se quedó un largo rato mirando sus apuntes. Sabía que Sánchez chequearía sus movimientos uno a uno. Luego se fue a su hotel y se quedó un largo rato pensando en Iris. El sueño lo venció.
A eso de las ocho y treinta llegó a la casa de Sánchez. Fue presentado a la esposa, una muchacha de aspecto frágil. Durante la comida Sánchez no dejó de hablar, narrando una a una cada anécdota que recordaba de su antiguo jefe. Le contaba a su esposa que Trevor era conocido en la institución por haber descubierto varios culpables en crímenes extraños. Sánchez hablaba y hablaba y a Trevor le pareció que Sánchez había estado leyendo acerca de él. La joven esposa sonreía y preguntaba de vez en cuando. Trevor sólo sonreía incómodo. A eso de las doce de la noche, Trevor se despidió. Sánchez se ofreció para acompañarlo hasta el hotel. Después de un inútil tira y afloja, Trevor aceptó.
La noche estaba fresca. No había mucho movimiento. En realidad las calles estaban desiertas. Era un día miércoles.
Sánchez se acercó a su auto.
–Preferiría ir caminando, sólo son unas pocas cuadras –dijo Trevor.
–No se preocupe, jefe –Sánchez sacó del auto una bolsa de supermercado–: esto es un regalo, mejor dicho un préstamo. Trevor miró la bolsa y supo de lo que trataba.
–¿Seguro que esto no te causará problemas?
–Supongo que no. Pero preferiría que no me lo devuelva en la oficina. Yo mañana enviaré a alguien a buscarlo.
–Como quieras. Veo que eres un tipo precavido
–Usted mejor que nadie sabe cómo es este trabajo.
Una vez en su habitación, Trevor revisó el expediente. Era una carpeta delgada. Evidentemente, mucha de la información reunida en su momento había desaparecido. Estaba su informe, fotografías, informes de los peritos del laboratorio. Leyó una vez más todos los papeles. A medida que avanzaba fue recordando ese día y los siguientes. Los informes no estaban bien escritos.
Se vio entrando por la puerta trasera de la casa. Vio una vez más el cadáver de la mujer. La mancha de sangre. Recordó las entrevistas que hizo a los vecinos. Nadie sabía nada, nadie dijo nada. Sólo unos niños afirmaron haber visto a un tipo salir de la casa momentos antes. Un tipo común y corriente. Ni chico ni grande, ni gordo ni flaco. Lo único especial era que llevaba lentes oscuros y aparentemente un moretón en la boca.
Leyó el informe que él mismo había preparado sobre la víctima. No era muy completo. Le pareció que quedaban muchas cosas en el aire.
Comprendió que había buscado en el lugar equivocado. El crimen siempre quiso parecer como el resultado de un robo, pero también estaba la llamada. Los niños que jugaban en la calle ese día dijeron que habían visto al tipo. En el informe nada había sobre eso. Pensó que sería bueno volver a conversar con los niños y también buscar en el lugar adecuado. Ocho años atrás no sabía lo que ahora conocía.