Читать книгу Un abismo sin música ni luz - Juan Ignacio Colil Abricot - Страница 14

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Había pasado todo el día pendiente de la puerta y del teléfono. No había querido llamar a la unidad para no aparecer como la esposa celosa. Es cierto que una noche y un día no era mucho tiempo de ausencia, pero conociéndolo a él, era más que suficiente. Él no la dejaría sola así como así. Ella sabía de otras mujeres cuyos maridos no llegaban durante días a la casa y cuando aparecían no aceptaban preguntas ni daban explicaciones. No había que escandalizarse por una noche que no estuviera en la casa. Quizás su marido sólo estaba en un asunto de trabajo. No había para qué pensar mal. La niña jugaba. De vez en cuando preguntaba por su padre y luego volvía a sus juegos. A ella le pareció que la casa estaba vacía y que comenzaba a habitar un mundo ajeno. Había intentando llenarse el día de pequeñas ocupaciones de forma de distraerse y olvidar la ausencia, pero ya no aguantaba más.

Estaba acostando a la niña cuando sonó el timbre. Le gustaba quedarse con ella mientras se acostaba y conversaban un rato, pero esa noche ambas estaban en silencio. El timbre rompió esa espera. Tontamente pensó que era su marido. Ella sabía que su marido no tocaba el timbre, sino que usaba sus llaves. Bajó corriendo al primer piso. Se arregló el cabello en un gesto inconsciente. Al abrir la puerta se encontró con un hombre mayor. Quizás de sesenta años. Su expresión la asustó. Dos metros atrás un sujeto joven de corbata y manos en la espalda. Más atrás alcanzó a distinguir la sombra de un vehículo. «Soy el Prefecto Núñez» dijo el hombre. Lo hizo pasar comprendiendo que portaba malas noticias.

Le ofreció un café, pero el tipo lo rechazó. A pesar de su fortaleza, se notaba nervioso. Tampoco quiso sentarse.

–¿Qué le pasó a mi marido?

–Por eso he venido. Me parece importante que usted tenga una explicación oficial. Aunque debo asegurarle desde el comienzo que esta no es una visita oficial. Conozco a su marido desde hace años. En realidad conocí a su padre cuando él ya era una leyenda en la Brigada de Homicidios. Estuve algunos años bajo su mando. Su marido es un muy buen policía y yo he querido cumplir con su padre. Por eso estoy acá.

–¿Qué sucedió? ¿Lo mataron? –escuchó su propia voz y se asustó con sus palabras.

–Nada de eso. Su marido fue destinado a una misión especial. No le puedo dar detalles.

–¿Por qué no me dijo nada?

–Son las condiciones, señora. También es por su propia seguridad. Lo mejor que usted puede hacer es irse de la ciudad por un tiempo. He dispuesto que mañana la pase a recoger uno de mis hombres –Núñez le hizo un gesto con la mano señalando hacia la calle.

–No entiendo. ¿Por qué no me puedo quedar?

–La operación en la que está trabajando su marido le llevará tiempo y es altamente peligrosa. Además la jefatura ha creado una situación que puede que no sea agradable para usted. De hecho no es agradable, pero era la forma de sumergirlo sin sospechas.

–No entiendo. –dijo la mujer y se sentó en la punta de un sillón. Estuvo a punto de llorar, pero se contuvo. En ese instante vio a su hija que miraba la escena desde el pasillo, apenas asomada a la luz del living. El hombre se mantenía de pie frente a ella.

–Es algo común en este tipo de procedimiento. En unos cuantos días comenzará a decirse que su marido huyó con una joven. De esa forma él puede trabajar más tranquilo.

–No entiendo. Él me lo habría dicho.

–No. No lo juzgue a él. Son órdenes. Su marido sólo las cumple como el buen inspector que es. Le vuelvo a repetir que usted debe estar tranquila. Tome sus cosas y no vuelva a este lugar. Él las ubicará después, cuando todo esto concluya. Créame.

–Preferiría esperarlo acá. Están nuestras cosas. La niña va al colegio.

–No hay tiempo. Lleve todo lo que pueda. Hágalo por usted y por su hija. Es lo que su marido hubiese querido. No es una situación normal. Sabemos que es una exigencia quizás desmedida a la familia, pero el deber nos impone rigores, nos impone sacrificios. Será sólo un tiempo. Pronto se acostumbrará.

–¿Por qué habla de él como si hubiese muerto?

–No. No se imagine cosas. Pero es una situación peligrosa. Hágame caso –el hombre sacó de su bolsillo un sobre y se lo extendió–: acá hay un poco de efectivo con el que podrá mantenerse un primer tiempo.

–¿A qué se refiere?

–Sólo acéptelo. No hay mucho tiempo.

–¿Cuánto va a demorar la misión de mi marido?

–No lo sé. Esas cosas pueden extenderse. Me imagino que usted comprenderá que la situación del país es complicada. Hay grupos que no entienden que lo que todos queremos es la paz, paz para trabajar, paz para nuestros hijos. La única forma de vencer al terrorismo es declarándole la guerra directamente. Su marido es un gran hombre y está dispuesto a realizar algunos sacrificios… y otra cosa.

–¿Qué cosa?

–Yo nunca he venido a visitarla. Si usted en algún momento sostiene frente a alguna autoridad o frente a algún tribunal que yo he estado acá, sepa que negaré tal afirmación. No espero que lo entienda, quizás con el tiempo pueda hacerlo. Mañana en la mañana un vehículo vendrá a buscarla. En Santiago trate de no visitar a sus parientes ni amistades comunes. Es sólo un consejo.

–Pero él me hubiese dicho algo. No entiendo este cambio tan repentino, él trabajaba en Homicidios y ahora resulta que lo llevan a la CNI. No entiendo.

–Nadie ha hablado de la CNI. Es una misión especial que la Jefatura Central ha dispuesto. No le puedo dar más detalles. Ahora me debo retirar. Recuerde: mañana a eso de las doce las pasará a recoger uno de mis hombres. Confíe en él y por ningún motivo se le ocurra ir a despedirse de conocidos o al colegio de su hija. La institución realizará los trámites correspondientes.

El tipo le dio la mano y se retiró. La mujer se quedó unos segundos bajo el umbral de la puerta viendo cómo el hombre se subía al vehículo y partía. Comprendió que estaba sola y que se abría bajo sus pies un abismo.

Un abismo sin música ni luz

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