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Ahora en el bus pensaba en las palabras del gordo, pensaba en su silla de ruedas y se sintió atado, amarrado como un animal peligroso al que poco a poco se lo deja sin fuerzas ni ganas para mirar el mundo, pero el gordo seguía siendo un animal de presa, la silla de ruedas no lo limitaba.

Llegué muy temprano a Copiapó. Tomé un café y comí un par de huevos revueltos en un local cerca del terminal de buses. En las noticias de la tele hablaban de fútbol. Hice tiempo en ese lugar hasta que el Sol comenzó a alumbrar con fuerza. Sin pensarlo más fui a la dirección que me había dado el gordo.

Se trataba de un local nocturno de dudosa categoría. Se llamaba «El Socavón». A esa hora de la mañana sólo se veía la cortina metálica cerrada y unas letras de neón apagadas. «El Socavón», un nombre horrible. Comprobé la dirección con la del papel que me había entregado el gordo. Coincidían.

Luego busqué un hotel. Encontré un lugar no muy caro y relativamente decente a un par de cuadras. Una vieja chica me atendió y me dio las llaves. Descansé por algunas horas. Si tenía suerte, el encargo podría llevarme algunas horas de trabajo. Quizás podría alcanzar a escaparme hasta Bahía Inglesa.

A media tarde volví a «El Socavón», pero permanecía cerrado. Un tipo que cuidaba autos se me acercó y me dijo que a eso de las ocho comenzaba el movimiento.

No estaba entre mis planes meterme en la vida nocturna de la ciudad. Siempre termino perdiendo plata y arrepintiéndome de cada una de mis palabras. Hice tiempo caminando por la ciudad, mirando las vitrinas, fumando en las plazas.

A eso de las once me encaminé nuevamente hacia el local. Pude distinguir sus luces encendidas. El sitio tenía una entrada estrecha, pero a los pocos metros se extendía en un espacio más amplio. Me acomodé en un rincón y me quedé mirando a las muchachas. Le pregunté al tipo que vendía los tragos dónde estaba Cameron. Me indicó a una morena que se movía en el escenario al ritmo de Bon Jovi. Una vez que terminó su show, le hice un gesto para que me acompañara.

–Me llamo Cameron. Ese es mi nombre artístico, me bauticé así cuando acá estaba lleno de periodistas gringos. Tú no eres de acá, ¿cierto?

–No, estoy de paso. ¿Tú eres de acá?

–No, yo soy de Valparaíso, vine para acá por lo de los mineros. Una amiga me dijo que esto se iba a llenar de gringos y plata y así nomás fue. A ellos les encantan las chilenas y lo mejor es que pagaban en dólares. ¿Tú también pagái en dólares?

–No, sólo en pesos chilenos. ¿Supongo que para los compatriotas hay una atención?

–Depende de lo que quieras y depende de cómo seas. ¿Estái trabajando en las minas? –me preguntó con un doble sentido no muy escondido.

–Algo así… en realidad te busco a ti.

–¡Qué misterioso y para qué sería? ¿Me invitái otra bebida?

–Necesito que me digas dónde puedo ubicar a Iris.

–¿Qué Iris? –me preguntó mientras se arreglaba el cabello.

–No tengo mucho tiempo, si quieres algo de plata dime cuánto necesitas.

–No sé de quién hablas. ¿Me vái a invitar otra bebida o sólo querí hablar? ¿Iris? No sé nada de ninguna Iris. Por acá pasan muchas minas, ¿quedaste enamorao?

–Me dijeron que hablara contigo –saqué uno de los billetes, lo enrollé y lo coloqué en su sostén, entre sus pechos.

–Voy a ver, no te prometo nada. Espérame un poco –Cameron se arregló el cabello, se acomodó su diminuto sostén, tomó el billete y dio un último trago a su vaso. Dio media vuelta y caminó hacia el fondo. La vi perderse por una estrecha escalera caracol.

Me quedé unos minutos observando a mi alrededor. La clientela era variada, se veían jóvenes y viejos. Algunos en grupos, otros solitarios como yo. La mayoría con un vaso en la mano, fumando y mirando con ganas a cualquiera de las chicas que bailaba sobre el pequeño escenario. Vi de improviso que Cameron bajaba la escalera. No traía un buen semblante. Antes de llegar a mí recuperó su sonrisa y saludó a un viejo chico, canoso. El viejo, que movía su mano derecha en la que le brillaban un par de anillos, le acariciaba las caderas. Cameron sonreía espontáneamente falsa. El viejo le hablaba, seguramente le iba a costar unos minutos desprenderse de sus garras. En el escenario apareció una flaca sin gracia que bailó con cara de asco. Pedí un whisky. El peor whisky al precio más caro. El barman me comentó sobre las virtudes amatorias de la flaca del escenario. La miraba y volvía a tomar un trago. «Es como una poseída». me dijo con la lengua traposa. Vi cómo Cameron subía nuevamente al segundo piso, seguida por el viejo chico. Pasaron algunos minutos. Subió otra tipa a bailar. Ésta sí era una artista. Y tenía genio, ya que un sujeto intentó subir junto a ella, pero lo mandó abajo del escenario con dos simples movimientos. Luego Cameron volvió a mí, parecía un poco nerviosa. Ya no estaba igual que antes. Traté de continuar la conversación, pero sólo me respondía con monosílabos y movimientos de cabeza. Parece que estaba ida. Así nadie puede.

–¿Qué hay de Iris?

–¿Qué?

–¿Supiste algo sobre ella?

–Hace tiempo que no viene por acá. ¿Seguro que era Iris?

–Seguro.

–Lo mejor es que no preguntes más. Olvídate de ella –Cameron quería largarse. La tomé de un brazo y ella gritó.

–Dime dónde la puedo encontrar –trató de soltarse y dio un pequeño grito.

En ese momento comprendí que todo se estaba yendo al despeñadero. Lo que pintaba para una buena noche se había transformado en una mierda. Entendí que no le sacaría ni media palabra a Cameron. No sé si fue el viejo chico u otro cliente quien trato de agarrarle las tetas, pero de pronto me vi empujando a un tipo y eso que yo no soy violento. Los golpes no tardaron en aparecer. No podría asegurarlo, pero el viejo chico me amenazó con algo que llevaba bajo su chaqueta. Todo se complicó un poco más. Volaron los pocos vasos y las bailarinas salieron gritando al segundo piso. A los minutos me vi expulsado del local. Creo que escuché algunos insultos dirigidos a mí. Volví casi arrastrándome al hotel. Me dolía la cara y la espalda. Desperté a eso del mediodía. Tenía los labios hinchados, un ojo levemente morado y sobre la ceja izquierda un corte pequeño. Nada que unas horas de reposo, quizás unos días, no pudiesen arreglar.

Un abismo sin música ni luz

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