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PRÓLOGO
ОглавлениеEN EL HORROR SOBRENATURAL EN LA LITERATURA (1927), H. P. Lovecraft, el gran autor estadounidense de relatos misteriosos, escribió: “No hay mejor prueba de la tenacidad [de los relatos de lo extraño] que el impulso que mueve a ciertos escritores a desviarse de los caminos trillados para probar su ingenio en textos aislados, como si desearan alejar de sus rosales sombras fantasmagóricas que de otra forma seguirían acosándolos”. Lovecraft cita a autores como Robert Browning, Henry James y W. W. Jacobs, reconocidos por obras de muy distinta índole. A esta célebre compañía convendría sumar al autor inglés Julian Gloag (1930), aun si sólo tomamos como referente la fuerza de su primera novela, La casa de nuestra madre (1963).
Esta obra nos cuenta la historia —a veces escalofriante, otras conmovedora, otras tantas trágica— de la familia Hook y, en especial, de los siete niños que la componen: Elsa (trece años), Diana (doce años), Dunstan (diez años), Hubert (nueve años), Jiminee (siete años), Gerty (cinco años) y Willy (cuatro años). La “madre” a quien alude el título, Violet E. Hook, muere a causa de una enfermedad desconocida al principio de la novela, mas su presencia se manifiesta en casi todas las páginas subsiguientes. ¿Es acaso un fantasma, real o en sentido figurado? Aunque al final del capítulo XIII parece hablar con Dunstan, se nos hace creer que ella “vive” de cierta manera en el corazón y la mente de sus hijos, quienes hacen frente a la sombría y titánica tarea de salir adelante sin ella.
A sabiendas de que los enviarán a un orfanato si el mundo se entera de lo ocurrido, los niños ocultan a las autoridades que su madre ha muerto. Luego de que Dunstan pinta un cuadro espeluznante y dickensiano de los horrores que enfrentarán en un lugar de esa índole, ¿qué opción tienen sino enterrar a Violet en el jardín? Pero las sesiones diarias con su madre —“la hora de Madre”— continúan. No queda muy claro si los niños, en especial los más pequeños, de verdad comprenden que su madre ha muerto o si más bien, en aras de preservar tanto su paz mental como la del resto de sus hermanos, se limitan a fingir que sigue viva y se comunica con ellos.
¿Y qué hay de Charles R. Hook, el supuesto padre? Es el gran ausente tanto en la vida de la esposa como en la de los hijos, negativamente predispuestos en su contra debido al rencor que Violet le guardaba: “Madre decía que era hierba mala… No era un caballero”. Sin embargo, cuando Gerty enferma de gravedad, Hubert no tiene más remedio que escribirle una carta a Charlie, quien entonces aparece. A partir de ese momento, la atmósfera de la novela se transforma: al principio, la presencia de Charlie parece una cuerda salvavidas y los niños aprenden a quererlo, tal vez tanto como querían a su madre; pero las cosas pronto empeoran cuando descubren que Charlie, una vez que se muestra tal cual es, dista mucho de ser el padre ideal. ¿Qué harán los niños a medida que su situación se vuelve cada vez más desesperada? El lector se topa con un desenlace inesperado y espectacular.
La casa de nuestra madre encaja en el género de la novela gótica, cuya historia surge casi dos siglos antes de la fecha exacta de su publicación. En 1764, Horace Walpole escribió la primera novela gótica de la historia, El castillo de Otranto, y cientos de novelas aparecieron a la estela de ésta en el transcurso de los siguientes cincuenta años. Alternando entre el terror gótico y el horror sobrenatural, muchas novelas góticas se enfocaron en el castillo o en alguna otra residencia como fuente del terror. Las novelas góticas más tempranas, situadas en la Europa medieval, destacaban la antigüedad del castillo y su historia siniestra, colmada de muertes y otras tragedias que explicaban el surgimiento de fantasmas y criaturas mitológicas de todo tipo.
Obras posteriores trasladaron el castillo gótico a hogares contemporáneos e incluso a lugares públicos, ya fueran Manderley, la finca de Rebecca (1938), de Daphne du Maurier; el Motel Bates de Psicosis (1959), de Robert Bloch; la Hill House, donde transcurren los hechos de La maldición de Hill House (1959), de Shirley Jackson, o bien el Hotel Overlook en El resplandor, de Stephen King (1977). Las primeras dos novelas no son sobrenaturales; las últimas dos, sí.
La casa de nuestra madre guarda cierta relación con otra novela de Shirley Jackson, El reloj de sol (1958), donde los miembros de una excéntrica familia, los Halloran, están convencidos de que el mundo exterior —todo lo que se encuentra fuera de los límites de su propiedad— está por extinguirse y que se quedarán solos en el mundo. Tal como en El reloj de sol, en la novela de Gloag —ubicada en el ficticio número 38 de Ipswich Terrace, supuestamente en un suburbio londinense— hay una obsesión con la morada de los Hook y sus habitantes; la escena climática ocurre, precisamente, a raíz de que los niños piensan que están a punto de perder la casa.
La casa de nuestra madre no es explícitamente sobrenatural, e incluso cabe la posibilidad de que no fuera concebida en absoluto como una obra sobrenatural ni gótica; sin embargo, el terror que produce en los lectores es tan intenso como la fascinación y las emociones que genera. La personalidad de cada niño está delineada a la perfección: Elsa, desesperada tanto por mantener el orden como por afianzar su supremacía en la jerarquía familiar; Diana y Dunstan, rígidos, inflexibles y fanáticos religiosos a causa del lavado de cerebro que les hizo su madre; Hubert, quien hace cuanto puede por preservar la unidad familiar, pero sin saber bien cómo, y los niños más pequeños: el tartamudo Jiminee, que trae a casa a un niño abandonado, Louis Grossiter; Gerty, cuyas constantes e inconscientes indiscreciones la conducen al castigo, y Willy, que no comprende del todo lo que en realidad ocurre en esa casa.
La novela fue un éxito inesperado recién se publicó, y el gran Jack Clayton la llevó a la pantalla grande en 1967 con un guion de Jeremy Brooks y Haya Harareet. Clayton, famoso por The Innocents (1961), acaso la mejor adaptación que se ha hecho de Otra vuelta de tuerca, de Henry James, y por varias de sus películas posteriores, como El gran Gatsby (1974), basada en el texto de Francis Scott Fitzgerald, y El carnaval de las tinieblas (1983), adaptada de la novela de Ray Bradbury, se tomó algunas libertades con la novela de Gloag. A pesar de lo anterior, la película es una representación fiel y escalofriante del texto.
Gloag escribió otras novelas centradas en asesinatos y traumas psicológicos, pero ninguna tuvo el reconocimiento ni el impacto apabullante de La casa de nuestra madre. Este libro merece estar en manos de cualquiera que se precie de ser lector de la buena literatura de terror y los mejores relatos de lo extraño.
S. T. JOSHI