Читать книгу Nirliit - Juliana Léveillé-Trudel - Страница 16
– 3
ОглавлениеSomos los nuevos misioneros blancos. Predicamos una buena higiene de vida. No fuméis, no bebáis, no toméis drogas, no consumáis comida rápida, comed más fruta y verdura, dormid ocho horas al día, acostaos temprano, haced ejercicio, no faltéis a clase ni al trabajo, no tiréis basura a la naturaleza, no conduzcáis los quads a toda velocidad, poneos un chaleco salvavidas cuando salgáis en barco, aseguraos de guardar el arma fuera del alcance de los niños, utilizad anticonceptivos cuando tengáis relaciones, no blasfeméis, decid por favor y gracias cuando pidáis algo, vacunad a los niños y esterilizad a los perros. Os debemos de parecer muy pesados.
Noche de miércoles en la Coop. Patatas fritas, Pepsi, cigarrillos. Los componentes básicos de la dieta inuit. En el pueblo hay dos lugares donde abastecerse: la Coop y la Northern Store, regentadas por inuit y por blancos respectivamente. En líneas generales tienen los mismos productos, los mismos precios exorbitantes pero dos ambientes completamente opuestos. El alegre caos inuit frente al orden irreprochable de los qallunaat. Una eternidad para pasar por caja en la Coop, apenas unos minutos en la Northern. Debes elegir la cola que te parezca más corta sabiendo que será la que avance más despacio. E incluso cuando te colocas estratégicamente detrás de unos inuit que solo se llevan un par de productos, siempre acaban sorprendiéndote al llegar a la caja.
«Trece Coca-Colas. Nueve Pepsis. Una cajetilla de tabaco. Tres piruletas, dos canicas de caramelo y seis flash. Cuatro pastelitos Joe-Louis. Una paquete de patatas fritas con sal y vinagre. Taima (nada más). Ay, no, se me ha olvidado la leche, ahora vuelvo. Vaya, no me alcanza, quítame dos Coca-Colas. No, tres Coca-Colas. Vale. Taima».
Y todo cuesta caro, carísimo, pagas un dineral por nada, por verduras flácidas, fruta magullada, lechuga escarchada en varios sitios a causa de la bodega helada de Air Inuit. Un dineral por un pan cuyas tres primeras rebanadas se han puesto mohosas. Cuando te quieres dar cuenta ya lo has comprado, pero no vas a pedir que te lo cambien porque las cosas son así y punto. Un dineral por alimentos que ni rebajados serían aceptables en el sur. Y a veces no llega el avión, a veces hace un tiempo de perros, a veces no queda pan, no queda leche, no queda nada, a veces esto es como un país en guerra y la tienda está vacía, y cuando regresa el avión, estamos encantados de volver a ver nuestras verduras pochas y nuestra fruta amarronada.
Lo único que nunca falta es la dichosa pizza congelada, y Dios sabe que coméis pizza por un tubo. Eva, nunca te invité a cenar a casa. Ahora me gustaría poder hacerlo, ¿por qué nos da tanto apuro invitar a los demás? Nunca estuviste en casa. Mi gran casa. Bueno, tampoco es tan grande, aunque para mí sola sí lo es. En una casa así pueden vivir diez personas sin mayores problemas, pero yo tengo una casa grande para mí sola. Me dijeron que no dejara entrar a los niños, que después no podría ponerles coto. «Si accedes una vez, se acabó». Me dijeron que me mantuviera firme, eso me dijeron los demás blancos. Les hice caso, y cuando los niños llaman a mi puerta y me piden manzanas, se las doy, pero en el porche; los alimento como si fueran gatitos, por fuera de casa. Me dijeron que no los dejara pasar.
Eva, ¿quieres venir a mi casa?
Los niños me siguen por la calle, quieren ir a donde yo voy, me estrujan como osos, me observan detenidamente. Me escudriñan.
Me tocan la nariz.
«¡Qué grande!».
No tanto. Los blancos tenemos la nariz grande. La mía no es ni mejor ni peor que la de los demás. Me tocan la barriga.
«¿Tienes un bebé?».
No, no estoy gorda. Las mujeres de mi edad ya tienen tres hijos, yo ni uno. Os preguntáis cuándo me pondré manos a la obra.
Me tocan las piernas.
«¿Te quitas los pelos?».
Sí. Los blancos somos velludos. Os hace gracia.
Exploran mi cuerpo como gatitos y se divierten con cuanto les resulta diferente, miran ensimismados mis ojos, incrédulos ante mis iris, demasiado azules; me tocan el pelo; atisban por el hueco de la manga tratando de encontrar el vello en mis axilas; se me pegan como gatitos en busca de calor y caricias.