Читать книгу Nirliit - Juliana Léveillé-Trudel - Страница 19

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Sábado por la tarde, «viento suave sobre la tundra».* Una hembra de lagópodo y sus crías se dispersan despavoridas cuando me acerco; no saben que solo quiero admirar su belleza. La madre, presa del pánico, quiere defender a sus polluelos, pero ¿con qué? ¿Con qué puede defenderse un lagópodo? No tienen dientes ni garras, las crías no saben volar. Es la vida magnífica y frágil, una flor en la tundra. Me entran ganas de llorar. Ya lo he dicho, muchas veces me entran ganas de llorar porque todo es demasiado hermoso o demasiado duro. Veo un lagópodo en la montaña y quiero llorar; mientras, en el pueblo, los niños y la violencia.

Tú le habrías perdonado la vida, creo. De lo contrario, las crías habrían muerto. Sabes que la continuidad de la especie es importante. Queréis a los animales, pero no del mismo modo que nosotros; los queréis porque llevan miles de años alimentándoos y vistiéndoos, nunca habéis podido permitiros el lujo de ser vegetarianos como yo. Soy vegetariana, y me preguntas con esa entonación que tienen todos los inuit cuando hablan francés: «¿Qué es eso?». Para vosotros resulta inimaginable no comer carne. Por cierto, he hecho trampa: me encanta el caribú, nadie comería tofu después de probar el caribú. Pero tratad de explicárselo a los demás en el sur, de describirles el sabor, aunque en el fondo es muy sencillo: sabe a tundra.

No te hace gracia que me aventure sola demasiado lejos, te parece peligroso, mencionas a los lobos, amaruit, me aconsejas que no vaya sin fusil, yo te digo que soy más peligrosa con él que sin él, te echas a reír. Me gusta cuando ríes.

Todo el mundo conoce a alguien que no ha regresado, todo el mundo conoce a alguien que se ha quedado atrapado en la niebla, todo el mundo ha perdido a algún amigo o algún familiar en una ventisca. Todo el mundo conoce la historia de la enfermera de Kangiqsujuaq, todo el mundo conoce la de los tres cazadores. Los encontraron cuatro días después o a la primavera siguiente, con el frío polar a modo de mortaja. El frío conserva bien un cuerpo, solo para burlarse de nosotros.

Aceptáis con humildad la furia de los elementos, pero no siempre. A veces os rebeláis contra la severa injusticia, a veces se desencadena una avalancha mortal en Nochevieja y sepulta el colegio, donde el pueblo al completo se había reunido para celebrar, y vuestros gritos de dolor resuenan hasta en lo más profundo de la tundra. Kangiqsualujjuaq, 1999.

* Fragmento de la letra de la canción Moi, Elsie, que cuenta el amor de una inuk por un blanco, compuesta por el cantautor quebequés Richard Desjardins para la cantante de origen inuk Elisapie. (N. de la T.)

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