Читать книгу Nirliit - Juliana Léveillé-Trudel - Страница 20
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ОглавлениеJulio, una cabaña en algún lugar del interior de la bahía. Una cabaña es un montón de viejos tablones de contrachapado, pedazos de chapa y restos de aislante minuciosamente ensamblados unos con otros para formar esas pequeñas chozas que se alzan desperdigadas por la tundra, esos remansos de paz a los que os largáis lo más a menudo posible, sobre todo en verano. Una cabaña en algún lugar del interior de la bahía, una inuk de sesenta y tres o ciento trece años, no lo sé. La pestilencia funesta te asalta de inmediato, antes siquiera de que franquees el umbral. Alguien ha muerto, alguien se ha dejado olvidado a un anciano, otro drama, pero no, la única que ha muerto es la enorme beluga cuyo pellejo está arrancando la anciana. En unos cubos marinan las montañas de manteca cuidadosamente cortadas y, dentro de una semana, se trasegará el preciado líquido a los grandes recipientes que se apilarán dentro del congelador comunitario. En las noches de fiesta, todo el pueblo vendrá a mojar su porción de caribú helado en ellos, champán inuit. A ti también te encanta, Eva, ya lo sé, me lo habría tomado a tu salud, pero no puedo con el tufo a cadáver.
¿Recuerdas aquella vez en que desplumé un lagópodo? A cuatro patas sobre unos cartones viejos para proteger el suelo, el ave cazada el invierno pasado recién salida del congelador, su plumaje blanco inmaculado, aunque no por mucho tiempo, la sangre brotando bajo el cuchillo y la piel, que se retira de un tirón, como la monda de un plátano. ¿Sabes?, los blancos compran la carne en supermercados, todo viene limpio, sin plumas ni pelos, y sobre todo sin sangre ni nada que recuerde que esa cosa en el envase de poliestireno aún corría y piaba unos días atrás. A cuatro patas sobre unos cartones viejos, un animal espléndido, inmóvil para siempre en su blanca belleza, y yo voy y hundo el cuchillo en su pureza virginal. Estabas orgullosa de mí, me preguntaste si me había comido el corazón. Los inuits os coméis el corazón crudo, de un bocado, pero yo no pude, Eva, me pasa lo mismo que con la grasa de beluga o la morsa putrefacta. En ocasiones —no es usual, pero puede suceder—, un cazador vuelve con una morsa y dejáis que el enorme animal se pudra durante días en la playa. Luego las familias se turnan para cortar un buen pedazo, durante días flota en todo el pueblo un hedor espantoso, y cuando todo el mundo ha cogido su parte, los osos acuden a terminarse las sobras.