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1. LAS ESTRATEGIAS DEL MIEDO

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La sensación que retiro de aquella época es de inseguridad: inseguridad objetiva —la del marco jurídico-político— que crea un clima de incertidumbre, con la limitación de la libertad de expresión que impera hasta el año 1982; y también inseguridad subjetiva —que era palpable en la calle—, debida a los atentados contra los medios de comunicación y a las actuaciones violentas de los grupos de extrema derecha contra los «progres» (como se llamaba a la sazón a los demócratas). Todo era entonces aventura, por no decir aventurado e incluso arriesgado. En contraste con la imagen que se dio fuera de la Transición, aquello no fue un lecho de rosas sino un período extremadamente turbio, con la permanencia de los poderes fácticos, amenazas constantes a la estabilidad política y sobre todo, por parte del poder, una denegación ciega de la realidad social y de la verdad informativa, situación que culmina en los años 1980-1981 con las diferentes intentonas de golpe de Estado…

Esta inseguridad trajo consigo un miedo difuso, el miedo a la «involución», como se decía entonces. Testimonio de ello es un editorial de El País del 22 de febrero de 1982 —un año justo después del golpe del coronel Tejero— titulado precisamente «La estrategia del miedo»,94 en el que el periódico prevenía contra la hipoteca que pesaba sobre la libertad de expresión y la acción política, derivada de la interiorización de los efectos del golpe:

En más de una ocasión hemos señalado que tan peligroso casi como la repetición de una intentona golpista puede resultar el empeño de interiorizar los efectos del golpe y aprovechar el obvio amedrentamiento de la sociedad para un uso o interés propio…

Corrobora este análisis una reflexión de Juan Luis Cebrián en su libro de título machadiano —La España que bosteza95 donde habla además de las presiones directas del poder político:

Los directores generales de la administración dictaban consignas por teléfono bajo amenaza de secuestro y multa si no se cumplían, y la ley de censura fue reemplazada por el imperio del miedo.

Ese miedo es el que fomenta la autocensura y determina lo que he llamado los silencios de la prensa, un fenómeno seguramente más perverso, menos visible y, por ende, más difícil de delimitar que la censura declarada.

Conjuntamente con la política de pactos y la abnegación del pasado, esta actitud condujo a lo que el gran analista de la Transición que fue José Vidal-Beneyto llamó, con una expresión cruda y radical, «la ablación de la memoria histórica».96 Otro personaje relevante de la Transición, José Martínez, el fundador de Ruedo Ibérico, hablaba a menudo de «democracia sietemesina» para referirse al proceso de la Transición. Valga mi modesta contribución como homenaje a estas dos grandes figuras.

Después de sentar el marco interpretativo mediante una lectura global de las relaciones entre prensa y política, quisiera articular esta breve reflexión en torno a tres ejemplos ilustrativos:

— La experiencia fallida de Cuadernos de Ruedo Ibérico en su intento de trasladar la editorial y la revista a España en 1978, que se enfrenta con un muro de silencio.

— La emergencia y consolidación de un nuevo modelo periodístico que se impone como prensa hegemónica, definido por Vidal-Beneyto como «prensa de referencia dominante», su difícil dialéctica en la creación de una nueva opinión pública que hace que se desplace el debate de los foros propiamente políticos a la prensa y consagre a esta como «Parlamento de papel».

— La progresiva desaparición de la prensa alternativa, víctima indirecta de la política de consenso y de la homogeneización de la opinión pública.

Los silencios de la prensa hacen que se sacrifiquen los temas demasiado conflictivos, sobre todo los referentes a lo social, y se releguen a la prensa «periférica». Esta se verá finalmente abocada a la asfixia, en un último intento, en 1984, de fundar un órgano de prensa alternativo con la creación del diario Liberación, que apenas durará cinco meses.

Transición y democracia en España

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