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2. CONSENSO VS. CONFLICTO: DEL CONSENSO A LOS SILENCIOS DE LA PRENSA

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Así analizaba de manera gráfica José Vidal-Beneyto el proceso de la Transición en el libro ya citado:

El negocio se hace gracias a ese prodigio de prestidigitación que titulan «reforma política» y a una espesa red de complicidades, renuncias, transigencias y silencios. Su piedra de toque consiste en privar a los demócratas de su raíz histórica y en obligarles a enterrar su proyecto global de sociedad. Es decir, por una parte al olvido —¿negación?— del pasado, que se designa como reconciliación, y por otra, el arrumbamiento —¿por impotencia?— de los propios objetivos, a lo que se denomina consenso. Una compacta manta toledana sobre las gestas de la resistencia democrática y otra más compacta todavía sobre las «gestas» de los franquistas durante su imperio. Y si la manta no basta, ahí está la Ley Antilibelo, para lo que usted guste. Y todos iguales, ni rojos ni azules: Pardos como los mejores gatos de la noche.

Partiendo de esta constatación, quería proponer aquí una lectura global en torno a dos hipótesis que desarrollé en mi libro Los discursos del Cambio…:97

— La publicitación de lo privado, esto es, la asunción por el discurso público de temas tabú, relegados a la esfera privada (todo lo referido al sexo, por ejemplo), enarbolados por los movimientos sociales (feministas, homosexuales, movimientos vecinales, presos, etc.). Tiene su apogeo en los años 77-78 y culmina con el «destape», que es como su caricatura (pienso en el semanario Interviú, con su mezcla de política y sexo). Se libran así auténticas batallas en torno a la contracepción, la pena de muerte, el divorcio, el aborto, la enseñanza privada…

— La privatización de lo público: el sustraer al debate público parte de la información, por las limitaciones que imponía el discurso político y la subsiguiente tendencia del discurso periodístico a limar progresivamente todo lo que era demasiado conflictivo. Esto conducirá a una reducción del espectro informativo y a convertirse determinados órganos de prensa en hegemónicos: si por una parte El País se asienta como diario de centro-derecha, el Grupo 16 tiende a derechizarse, cosa que ocurriría luego con El Mundo.

Al institucionalizarse como Parlamento de papel, la prensa establece un debate paralelo, pero también retiene todo lo que pudiera hacer peligrar el consenso alcanzado a raíz de la aprobación de la Constitución en 1978. En los años 78-82, se desarrolla un régimen informativo al margen de lo público, con la práctica generalizada del off the record, informaciones confidenciales que destilan los políticos, pero no publica la prensa, lo que desemboca a menudo en una lucha informativa entre mundo político y medios informativos…

De los silencios de la prensa pasamos a lo que he llamado «la era de los simulacros»,98 un período turbio en el que la información está secuestrada por el poder, en particular todo lo relativo a posibles —y reales— intentos de golpe de Estado, continuamente desmentidos por el Gobierno. El off the record se generaliza después del 23F, consagrando la prevalencia de lo vetado —le non-dit— sobre lo informativo. Se dicen más cosas en las tertulias, en los pasillos, reproduciendo rumores, que en el espacio público. En el discurso asumido se impone un «tono de moderación»,99 en particular en todo lo referido a la memoria histórica, con el subsiguiente sacrificio de los extremos y su relegación a la prensa «periférica».

En los primeros años de la Transición, esta tendencia se vio reforzada por la declaración «materia reservada» de muchos temas sensibles: atentados a la libertad de expresión, intentos de alzamientos militares, represión policial, papel de los servicios secretos, etc. En el período que antecede el golpe de Tejero, son sistemáticos los desmentidos oficiales y los juicios de que son objeto varios directores de periódicos (El País, Diario 16, entre otros). En los años 81-82, asistimos a una auténtica escalada de disuasión, que Juan Cueto expresaba así en su columna de El País, con un título muy al estilo de Baudrillard:100

Ocurre algo bastante más siniestro que un golpe de Estado con todos los predicamentos y misereres de rigor. Ocurren los mismos efectos sociales, políticos y culturales que provocan naturalmente los golpes de Estado con éxito. Estamos en plena apoteosis de la disuasión. Vivimos un equilibrio del terror militar, semejante a escala nacional al terror nuclear.

Se manifiestan también nuevas presiones sobre el discurso público, ya no son los poderes fácticos de antaño (todavía presentes), sino presiones de orden simbólico, de tipo discursivo, que pesan sobre las conciencias y las prácticas periodísticas, contaminando el léxico y adulterando el discurso: la «posibilidad» de un golpe, la «presunta» existencia de una «trama civil», sin que se puedan publicar los rumores como hechos informativos ni contrastarlos… El imperativo del consenso se impone sobre el reconocimiento del conflicto. La censura se ha interiorizado.

Es el retorno de lo prohibido: vuelve el espectro del enfrentamiento en un discurso público que se intenta disfrazar de «concertación», para retomar el término que se utilizaba. Al consenso sigue la «concertación» y luego será el «diálogo», palabras pantalla que puntúan el discurso político de aquel período…

Todo ello tiene graves consecuencias:

— la simplificación de la realidad y el adormecimiento del debate,

— la uniformización de la nueva opinión pública,

— la consagración de la figura del «demócrata de toda la vida», avatar y degradación del «progre»,

— la homogeneización —por no decir desertización— del espacio público,

— la desaparición progresiva de los diferentes medios críticos y alternativos. Van a cerrar las revistas Cuadernos para el diálogo, Star, Bicicleta, Ajoblanco, Triunfo, Cuadernos de Ruedo Ibérico, El Viejo Topo y los diarios Liberación (1984-1985) y El Sol (1990-1992).

Transición y democracia en España

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