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5. UNA CACERÍA DE AVES

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Los náufragos necesitaban muchas cosas, pero lo más urgente era conseguir alimentos y para eso debían cazar algún animal.

–Spilett se quedará vigilando y esperando a Nab. Nosotros vamos de caza, Harbert –dijo el marino apenas se despertó–. Encontraremos armas y municiones en el camino.

Y con esta intención, ambos remontaron la orilla del río y llegaron al bosque. Como había planeado Pencroff, cortaron dos ramas y afilaron sus puntas sobre una roca. ¡Qué no habrían dado por tener un cuchillo! Pero no: estaban solos y sin nada frente a la naturaleza.

El camino era difícil y desconocido y, por prudencia más que por temor, los dos cazadores avanzaron lentamente. Ya habían visto huellas de grandes fieras, de las que debían cuidarse. Pero en ninguna parte encontraron rastros humanos, ni marcas de hacha sobre un tronco, ni los restos de un fuego apagado.

Después de algunas horas, en las que intentaron sin éxito cazar alguno de los pájaros que volaban en el bosque, descubrieron una bandada de tetraos. Eran aves tan grandes como las gallinas y Pencroff decidió que no volvería al campamento sin una. Aunque lograrlo sería difícil porque, cada vez que se les acercaban, las astutas gallináceas escapaban. Al fin, y después de varios intentos, el marino anunció:

–Ya que no las podemos cazar, las pescaremos.

–¿Como a peces? –preguntó Harbert, sorprendido.

–Sí, como a peces –contestó Pencroff, seriamente.

Habían descubierto algunos nidos de tetraos y el marino imaginó que sus dueños volverían para seguir empollando los huevos. Entonces cortó cañas y les ató unas gruesas espinas de puntas encorvadas. Y en esos anzuelos improvisados ensartó la carnada: unos gusanos bien gordos. Harbert, mientras tanto, lo observaba con interés pero dudando del resultado. Sin importarle la opinión del muchacho, Pencroff colocó las cañas cerca de los nidos y ambos se ocultaron. Solo faltaba esperar pacientemente.

Había transcurrido media hora cuando varios tetraos se acercaron. Estaban picoteando el suelo, sin notar la presencia de los cazadores ni de la carnada, cuando Pencroff tocó apenas las cañas y los gusanos se movieron, como si estuvieran vivos. Las sacudidas llamaron la atención de las gallináceas, que mordieron los anzuelos.

Pencroff saltó de alegría: habían cazado tres tetraos. ¿O deberíamos decir “pescado”? Harbert aplaudió. Era la primera vez que veía cazar pájaros con caña y anzuelo, y aquella sería para él una experiencia inolvidable.

El día empezaba a declinar y ambos cazadores, felices por el resultado de su tarea, emprendieron el regreso.

La isla misteriosa

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