Читать книгу La bordadora de sueños - Lía Villava - Страница 11
ОглавлениеTrueque
La primera vez que fui al mercado del pueblo acababa de llover, los toldos estaban a la altura de los lugareños y tuve que doblar la espalda para pasar a través de ellos. Las frutas con sus aromas y colores seducían mis sentidos, pero lo que más me cautivó fue la melodía de las voces que no podía comprender.
El guía me explicó que al final de la calle, pasando el puesto de doña Xel, nos encontraríamos con el famoso intercambio de mercancías. Las costumbres seguían vivas y los habitantes continuaban con el trueque.
Miré a lo lejos a un viejo con dos cabras, hablando en dialecto con el anciano que vendía herramientas para cultivar el campo. Aunque sus voces eran incomprensibles para mí, lo que sus ademanes comunicaban era fácil de adivinar. A un lado, una sabia mujer extendía una hermosa tela bordada y sobre ella había cientos de listones coloridos para vender. Me acerqué con una sonrisa como idioma y ella respondió algo. Me extendió un morral finamente bordado en tonos de la tierra, lo tomé, le dije: «¿Cuánto cuesta?». Y con sus dedos dijo que no, al querer pagar con moneda hizo un gesto de enojo, y yo seguía sin comprender. Señaló mi cuello, llevaba un collar que había sido de mi abuela y sus ojos se clavaron en él.
Le dije que no, busqué con la mirada al guía y éste había desaparecido. Volvió a insistir la marchanta en mi gargantilla y yo dudando se la extendí, más por pena, reconozco, que por voluntad.
Al despedirme, me tomó del brazo y algo como un conjuro salió de sus labios.
Me dirigí a los toldos que reconocí y me topé con el conductor que estaba enfrascado en una conversación, hizo una seña y nos fuimos a la salida del pueblo.
En el camino me comentó:
—¿Pos dónde andaba que se me perdió?
Le conté de la señora con la que había hecho el trueque y con los ojos pelados me respondió:
—¿Y desde cuándo usted ve a los fantasmas? La señora que me dice hace mucho falleció. A lo mejor tanto calor la hizo tener visiones.
Llegué al hotel a merendar, al entrar al cuarto con las bolsas de las diferentes compras que había hecho, recordé el morral. Me senté sobre la cama y tomándolo en las manos lo abrí con cuidado.
Estaba muy cansada y al otro día tendría que madrugar.
Durante el ensueño me pareció mirar a una mujer de gruesas trenzas con moños verdes, que desgranando su sonrisa me llevó de la mano a la que fuera su comunidad. Al ver mis pies, supe que andaba descalza, que el color de mi piel había cambiado y que era una más de ellas. Una sensación de felicidad me invadió y recordé claramente que ésa era y había sido desde siempre yo. Tan sólo lo había olvidado.