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Primera visita




—¿Cuál es tu cargo? —me dijo muy serio.

Le miré a los ojos y sonriendo dije:

—Soy la sobrina de Eugenio.

Me contestó: —No te pregunté eso.

Recordé a mi madre sentada en Na Bolom, cenando con unos lacandones. Al hombre que se encontraba a su lado le dijo «¿Por qué usan el pelo largo?» Y éste le respondió «porque así es».

También evoqué lo que había escuchado sobre la veracidad de las palabras en los indígenas, y cómo las tergiversamos inconscientemente. Entonces le respondí:

—Escribo, quiero plasmar sus costumbres, lo que piensan y sienten.

—Ahora sí te digo lo que necesites, cuenta conmigo —pronunció con firmeza.

¡Qué compromiso acababa de adquirir a través de las palabras, ésas que sostienen una parte del techo de mi libro!

Voces que no se pronuncian, o que las escucho en tseltal y las traduzco en la congruencia de sus movimientos. A veces son gritos de injusticia, otras plegarias que suenan a comunidad. Llanto en el rebozo de sus madres. Cantos femeninos con sonidos de colores, trueno al cosechar la siembra. Lamento al cortar la madera. Hacen eco en la selva, se bordan sobre telares y se hilan en perdón.

Palabras que viven, que han sido olvidadas. Que se alzan ufanas con algo nuevo que pregonar, su verdad, lo que son.



La bordadora de sueños

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