Читать книгу La bordadora de sueños - Lía Villava - Страница 14
ОглавлениеEl extranjero
El alemán salía cada tarde a pasear a sus cinco perros. Los vecinos lo saludaban con el clásico «¿Qué pasa, gringo?».
Y él decía para sus adentros «¿Cuándo entenderán que no soy americano?, bola de ignorantes».
Terminó por aceptar el apodo y las costumbres del poblado.
Carmen, una tica de voz cantarina, le hacía de ama de llaves al «gringo». Cuando entraba en su estudio y veía tantos libros y ninguna imagen religiosa, le daba por ir a la iglesia y regar el piso con agua bendita, diluida.
Una tarde entró el alemán a la cocina a tomar un café y se sentó a la mesa. Con curiosidad le preguntó a doña Carmen:
—¿Qué dicen de mí en el pueblo?
—¿De veras quieres saber?
—Sí, Carmen, dime por favor.
—¡Uy! Pos ya que preguntas. Al principio pensamos que eras el clásico gringo retirado, y como acá les rinde más su pensión, seguro eras alcohólico y solitario.
Luego que conseguiste a los perros, nos dio por pensar que eras buena gente.
¡Ah! Pero como dan guerra los malvados…
—Sigue, Carmen.
—Ya luego nos fuimos acostumbrando a tu persona, ya ni lo güero y gordo te vemos. Aunque nos seguimos burlando de tu español.
Hasta el padre dejó de criticarte.
—¿Me criticaba el padre?
—¡Ay! Si te contara. Me decía que esta casa estaba maldita, porque no eres creyente. No fueras a ser el mismísimo demonio.
—¿Y tú que le decías, Carmen?
—Ora verás, fue a principios de año, que me le enfrenté al curita ese, y le dije:
«Mire Padre, el gringo no es malo, si no cree en nuestro Dios por algo será, pero yo me he dado cuenta que su dios está en los libros que lee y en lo que escribe. Y pos allá él y su religión. ¿Qué no nos dice usted que seamos tolerantes con nuestros prójimos? Pos empiece a practicarlo».
El gringo soltó una carcajada y llamó a sus perros.
Acarició a Satanás, sentado a sus pies, y le dijo a Carmen.
—Tú sí me conoces, mujer.