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Sanación

Conocí la perversidad siendo muy niña, fue en una de mis primeras noches de insomnio que luego me han acompañado por tantos años. Estaba tratando de conciliar el sueño y me pareció muy fácil ir a la recámara de enfrente a solicitarle al primo que me contara un cuento.

Metiéndose en mi cama, comenzó por narrar con sus manos la historia de terror más grande que hubiera imaginado, me revolvió el alma y supe en ese momento que mi vida corría peligro.

Ahora los cuentos los narro yo, no vaya a repetirse la historia. Así como le pasó a Itzel la noche en que apagó la candela de su cuarto y de pronto entró el militar ése a extinguirle todas las estrellas.

Pero fuimos hilvanando los malos sueños, los dejamos al margen del lago para que la luna los fuera serenando y así desandar el camino para volver a ver con la luz el cometa que anunciaba llegar.

Cortamos las plantas que nos indicó la curandera María y las hervimos en la lumbre, la pasta olía deliciosa y en la orilla del río, del lado de las mujeres, fuimos a lavarnos las heridas, nos untábamos el remedio y, frotándonos muy fuerte, disolvimos poco a poco el pasado.

Luego con el cabello mojado y un enredo amarrado al cuerpo fuimos hasta su casa a beber un remedio para el perdón, como decía María.

Las luciérnagas nos iluminaron la entrada y limpias como estábamos y dispuestas a sanar, pasamos a la mesa.

Nos ofreció pozol y lo aceptamos. Había unas flores y la casa estaba esperándonos, María nos dijo que lo primero sería conseguir que el sueño regresara, para así poder darle la bienvenida otra vez. Dijo otras cosas pero ya no la pudimos escuchar, estábamos dormidas.

Me sentí de pronto en un gran vientre materno que se hacía cargo de todas las necesidades, totalmente protegida.

Vi a María en el sueño, como buena partera, recibiendo una criatura más, esta vez un niño que nació antes de tiempo, muy pequeño y frágil.

Luego observé a ese mismo chico con dificultades para entender; su padre lo había querido fuerte para ayudarle en la milpa, y le salió blandengue. Al saber que su herencia se debilitaba, lo corregía a golpes con bastante frecuencia para hacerlo hombrecito, decía, y para que aprendiera. La mamá tampoco ayudaba mucho en el desarrollo del muchacho. Conoció el amor con el puño cerrado, le temía a sus padres, pero su terror más grande eran sus propios pensamientos.

Ése fue más tarde el mismo hombre que nos robaría el sueño, y entonces comprendí, que si la historia se hubiera contado desde el lenguaje del amor, no hubiéramos tenido que pasar por tanto tormento.

Y desde que me asomé por esa ventana en casa de María, he advertido que absolutamente todo se puede llegar a mirar y a sentir desde otra perspectiva. Dijo ella que nuestros sueños estaban desplazados de sus corazones y que a partir de ahora les daríamos la bienvenida otra vez.

Nos despedimos, al salir Itzel miró al cielo y dijo «¡Mira, ya volvieron a brillar las estrellas!».


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