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Introducción

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Lo que suele denominarse «arte de las conservas» debería llamarse en realidad «la paciente y esmerada tarea de la conservación». De hecho, el arte presupone creatividad, y en el campo de las conservas es difícil ser creativo, porque el hombre siempre ha tratado de conservar alimentos. Por el contrario, lo que sí es cierto es que requiere mucha paciencia y un método muy escrupuloso en las operaciones para garantizar el resultado final.

Hay diversos factores que pueden echar a perder una preparación: una limpieza deficiente, una cocción apresurada, una mala dosificación de los conservantes o cierta negligencia (por ejemplo, errores en el proceso de enfriamiento o en la elección del lugar adecuado para dejar reposar la conserva). El placer de preparar conservas caseras se debe a la posibilidad que ofrece de recluir en un tarrito aromas y sabores de una estación, para poder degustarlos al cabo del tiempo en buena compañía. Así, este tipo de conservas gratifican tanto a quien las prepara como a quien las consume.

Por ello, es bueno mantener vivas las tradiciones que nos han legado nuestros abuelos y, en su caso, ayudarnos también de la tecnología moderna para hacer aún más gustosas las antiguas recetas.

Por ejemplo, para cierto tipo de conservas, el frigorífico nos será de gran ayuda: se trata de un aparato muy útil, que en la actualidad está presente en casi todas las casas, y que nos permite degustar fruta y verdura, recolectadas en el punto álgido de su madurez, a lo largo de varios meses.

Ya hemos hablado de la paciencia necesaria para preparar conservas: este esfuerzo, al final, se verá premiado con el resultado. Recordemos únicamente que hay que respetar las normas higiénicas y los consejos de conservación, con el objeto de no exponernos a sufrir ningún inconveniente.

Cómo conservar fruta y verdura

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