Читать книгу Desconocida Buenos Aires. Secretos de una provincia - Leandro Vesco - Страница 11

Los Ángeles,
Reserva Natural de la Humanidad

Оглавление

Uno viaja a Los Ángeles para no poder olvidarlo jamás: el hechizo es simple –muy poderoso– y dura hasta regresar. Aislado entre la pampa y los médanos, es para la mirada sensible una reserva natural de senderos solitarios y atardeceres íntimos con toda la paleta de colores del cielo cayendo en el horizonte, donde se desarrollan historias increíbles y caminatas apacibles. Está habitado por hombres y mujeres que ofrecen su vida al mar y a mantener intacta esta pequeña aldea marina, donde las liebres saltan caprichosas entre las dunas, los pescadores artesanales negocian con las mareas y las vacas tienen la posibilidad de pastar mirando las olas. Es difícil llegar a Los Ángeles, el camino de tierra suele anegarse cuando hay lluvia. A 30 kilómetros de Necochea, el resplandor de esta ciudad-balneario se divisa a la noche; si no fuera por esto, se podría asegurar que aquí se está en otro mundo. Son veinte los habitantes estables que permanecen durante todo el año; el pueblo aún está en gestación. No hay calles, solo senderos que siguen el dibujo de los médanos. A nadie le interesa que esto se desarrolle, conserva aún ese espíritu de que cada pequeña cosa que se haga es pionera. Protegida entre altos médanos, está la Escuela N.º 29 Antártida Argentina, a la que asisten menos de diez alumnos. Hay más liebres que seres humanos en Los Ángeles; van y vienen por las huellas, a veces perseguidas por los perros, acortando grandes distancias en pocos segundos. El mar, el inmenso y magno mar, se oye en todo momento y es el centro de la vida y las charlas. Se nos dirá que todos los días el mar dice algo diferente, todos los días la marea traerá algo a la costa y que cuando las olas están cruzadas no se puede navegar. El Vasco Oscar Zapiain es uno de los primeros pobladores que llegaron a Los Ángeles cuando ni siquiera había huellas ni casas; con su padre se hicieron cargo de la pulpería que hoy es el punto de encuentro de los que viven aquí y de aquellos que, buscando el Médano Blanco (a unos kilómetros), se pierden por los caminos y encuentran reparo en el techo y la amable atención de este hombre que ha hecho todo con sus propias manos. A lo largo de su vida, ha abierto caminos y levantado casas, y todavía atiende todos los días la pulpería olorosa a sal.

El pueblo tiene varias particularidades que abonan la imagen de estar dentro de una situación pictórica: la pulpería del Vasco está en la entrada al balneario, en una esquina ocupada por su casa, un hospedaje y una plantación de cañas. A un costado se puede ver el campo, y enfrente, un camino que termina en los médanos, y estos, en el mar. Campo y mar conviven; el olor dulzón de la bosta y del rocío se une con el aroma encantador de la sal y los pescados. Las playas en esta región de la provincia se destacan por su extensión. El litoral marino es virgen aquí y la pequeña bahía donde se ubica este pueblo retiene el mar con olas suaves para que pueda ser disfrutado, pero suele haber mar de fondo y hay muchas historias de nadadores que se han perdido en alta mar. Solo hay una calle en Los Ángeles que la atraviesa toda: en un extremo está la pulpería y en el otro un bosque que lleva a la Cueva del Tigre y a un parador que es atendido por Pablo, el hijo del Vasco. Se trata de una pulpería marina, ya que está frente a la costa. Pablo, como su padre, es un hombre de pocas palabras; el mar y la soledad han templado una personalidad serena y curiosa. Colecciona restos fósiles que halla entre los arroyos de la zona, y se detiene en sus caminatas a observar la fauna del lugar. Los carpinchos lo siguen y tiene un don: es un gran dibujante; retratos de Nostradamus y de caballos se pueden ver en la pulpería. Forastero es su fiel perro, que le hace compañía frente al mar. Su mirada se pierde en ese ondulante manto azul con corderitos blancos que salpican agua. “Todos los años aparece una ballena en el mismo lugar”, señala un punto en la bahía. En su derrotero hacia la Patagonia, estos cetáceos pasan por Los Ángeles.

Siendo la naturaleza el principal atractivo de este solitario asentamiento, los seres humanos que caminan por sus desolados sende­ros, en­simismados en pensamientos muy profundos, completan este hábitat entretenido, donde mar y cielo se confunden en un horizonte vital. El Vasco llegó a Los Ángeles en 1972, acompañado de su padre, y tuvieron una visión: atender la pulpería de este lugar vacío de presencia humana. Ambos vivían en Necochea y se asentaron aquí. Como buen vasco, el trabajo fue su principal herramienta. Necesitó una pala, carretilla, martillo y algunos ladrillos y cemento. Con esto hizo todo lo que tiene. Gladys, también vasca, se casó con él y atiende el boliche. Es una gran cocinera, muchos de sus platos se pueden probar en la pulpería.

Los Ángeles no tiene más negocios que la pulpería, y al fondo de la calle que lleva a la Cueva del Tigre, el boliche de Núñez, otra posta algo más básica. El Vasco todos los días va a Necochea para atender los pedidos que le hacen sus vecinos. Carne, el diario Ecos, o un remedio, naranjas; su servicio es fundamental. Por la tarde, cuando baja el sol, los pocos que se animan al camino y están en Los Ángeles se acercan a tomar un aperitivo y, si se lo piden con anticipación, Gladys prepara alguna comida. La comunión de bienestar que se logra en la galería a esta hora alimenta el alma. Sin luz exterior, a medida que se va el sol, las estrellas o la luna son las únicas fuentes lumínicas. Todas las novedades y los rumores se crean o se comunican en la pulpería, como fue siempre en el campo. Detrás, las olas tildan todas las voces. Es propio de un lugar solitario que las historias nazcan. El Vasco, que vive todo el año aquí, conoce muchas. Hablará del recuerdo de un danés que apareció por el balneario, tan alto que no entraba por las puertas, y que trabajaba de sol a sol; de su pasado como pupilo en una estancia galesa en Trelew, "Mister Oscar", me decían; en sus primeros días en Los Ángeles y al no tener cómo ganarse la vida, debió cazar liebres para venderlas en Necochea; de la vez que se inundó el pueblo y para salvarlo tuvo que agarrar la pala y hacer un canal para darle al agua un camino alternativo al mar y de esta manera salvar a varias casas de quedar anegadas. Un suceso lo condiciona particularmente. Cierta vez, en una de sus caminatas por la costa, vio el cuerpo de una mujer, flotando en el mar. Llamó a las autoridades y lo llevaron; recuerda que la desdichada no tenía piernas, seguramente por la acción de los peces. “Pasaron unos días, y un atardecer, cuando estaba con un pescador, veo al fantasma de esa mujer que entró por el pasillo de la casa y se fue por la puerta de la pulpería. La vi dos veces”. El espectro y su recuerdo siguen impresionando al Vasco, que es un hombre acostumbrado a los golpes de la vida. “Todavía hoy no le encuentro explicación, pero sentí que vino para decirme algo; se ve que no podía irse de Los Ángeles”, concluye.

La Cueva del Tigre es una caverna natural que limaron las mareas y produjeron un refugio que fue usado, según cuenta la leyenda, por Tigre, un bandolero rural que escondía sus botines allí y también lo usaba como guarida para escapar de la Ley. Las olas golpean contra playones de piedra y esta incesante acción provoca continuos truenos en la costa. Por aquí suelen pasar el Odisea y el Naru III, dos pequeñas barcazas que usan los pescadores para internarse en mar abierto, dejar sus redes y volver al otro día con pescado fresco. Cazón, corvina, salmón, pescadilla y “lo que el mar nos dé”. Cuando se ve a alguna de ellas regresar a la bahía, un cosquilleo de esperanza se siente en la piel, en especial el Odisea, que tiene el casco amarillo. Cuando fondea, los peregrinos se acercan para comprar alimento de mar, fresco y nutritivo. La llegada de los pescadores moviliza. Tanto como la del Vasco con los pedidos que trae de Necochea. Así es como se observan algunas personas recorriendo los médanos con canastas y bolsas. Ir a buscar comida, cocinar, ver el mar, tomar un aperitivo en la pulpería para saber cómo está el camino: estas son las sencillas actividades que se hacen en Los Ángeles. Detrás, la caricia de la espuma marina y la sinfonía de las olas, que evocan un aire de nostalgia cuando se ve caer el sol en esta pampa con gusto a mar. Vivir un día aquí hace germinar la feliz idea de estar aislado de lo que conocemos por mundo. Sin televisión, ni señal de telefonía celular ni diarios ni internet que distraigan los pensamientos, la humanidad que identifica a nuestro corazón puede mostrarse libremente. Todos los silencios se arrinconan en la pulpería y crecen con los mil vientos.

Camino a la Cueva del Tigre, el misterioso refugio de un viejo bandolero rural, está el parador Vasco Beach, en lo alto de un médano. Tiene un deck con una panorámica a toda la bahía y al mar. La vista impacta por su agreste y directa belleza. Esperar el atardecer allí es una actividad muy recomendable. Hacen comidas, la especialidad: papas fritas. Cortadas en el momento y hechas a la vista. La simpleza se completa con charlas con pescadores y surfistas atraídos por la única luz en este paraíso de silencios. + info: @vasco.beach

A 10 km por camino de tierra, desde Los Ángeles se encuentran las Termas Médano Blanco, las únicas rurales de la provincia. Termas del campo, la llaman. Están asentadas en el casco de una estancia de estilo nórdico de una familia danesa que vivió en los años veinte del siglo pasado. Tienen todas las comodidades. Gastronomía de primer nivel. Centro de spa, piletas termales y de agua dulce, una laguna artificial y grandes espacios verdes para pasar el día, también ofrece alojamiento. + info: www.termasdelcampo.com

Un pueblo tranquilo. Siguiendo el camino de tierra, desde las termas, a 10 km está Energía, sobre la ruta 228. Los alumnos de la escuela secundaria recuperaron el viejo cartel que se ve desde la ruta, además de hacer acciones para trabajar el arraigo. Caminar por Energía es una buena actividad, oxigena y alimenta el alma. Viejas construcciones abandonadas, pero también las casas de sus pobladores, simples y encantadoras. Pollitos, patos y gallinas son dueños de las calles de tierra. Una típica postal campera. Un almacén de ramos generales vende todo aquello que se necesita para hacer una parada y almorzar al aire libre. Vende también productos locales.

Desconocida Buenos Aires. Secretos de una provincia

Подняться наверх