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Almacén Adela,
con aroma a comida casera

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La recuperación de los pueblos muchas veces depende de un grupo de personas, y algunas veces, de una sola persona. Aquí sucedió esto último: la historia del renacimiento de Fulton, una pequeña localidad de menos de cien habitantes en el partido de Tandil, es la historia de Romina Romeo, una mujer que jamás le tuvo miedo al fracaso. “Estaba embarazada de cinco meses y la señora que tenía el almacén lo quería vender; no lo pensé dos veces. Estaba en Tandil y quería volver al pueblo. Sin decirle nada a mi esposo, me vine, negociamos y de un día para el otro, me vi dueña del almacén. A la noche le dije a mi esposo que ya no vivíamos más en Tandil, que se viniera para Fulton”. Así fue como nació este almacén que le cambió la vida a su familia y a todo un pueblo. Decisiones así difícilmente tengan consecuencias negativas. A los pocos meses Romina tuvo a Morena, su hija, que se cría entre el mostrador, las picadas, y su madre, Susana López, quien debió asistirla, al igual que su padre, Daniel Romeo. “Pusimos el almacén al servicio del pueblo, y así fue como nos empezaron a visitar; esto produjo un contagio en los vecinos, que de a poco comenzaron a cortar el pasto, a embellecer todo. Como familia nos puso rutinas, y es hermoso que podamos trabajar juntos todos los días”. La corazonada de Romina fue el comienzo de una hermosa historia.

En la búsqueda del ADN del sabor argentino, el camino necesariamente debe detenerse en este almacén y comedor de campo. Ese código genético que se traslada en recetas de generación en generación se conserva aquí, y la gente lo sabe. Fulton, que tiene su acceso sobre la ruta provincial 74, ve pasar cada vez más seguido autos, caballos y motos que vienen atraídos por lo que se traslada de boca en boca: “En Adela se come muy bien”. Con este dato, los viajes se hacen solos. El almacén está pintado de azul. Es la única casa del pueblo de ese color, imposible no hallarla, por este motivo y por el aroma a comida casera. Uno de los secretos del almacén es el amor y la dedicación con la que elaboran sus platos. Picadas, carnes, locros y salsas son su especialidad. “No tenemos ningún plato listo, todo lo preparamos en el momento. La salsa está hecha con los tomates de la huerta, al igual que la albahaca o la cebolla: todo es fresco”, explica Susana. Entonces no hay mucho más que decir, se trata de sentarse en este salón decorado con elementos camperos y esperar que Romina traiga la comida. “Acá cocinamos como si los clientes fueran amigos que vienen a visitarnos a nuestra casa. Nos interesa poder escucharlos, oír sus historias. A veces tenemos que dar de comer a cuarenta personas, pero no los disfruto tanto, porque no me acuerdo de la cara de la gente a la que le estoy dando de comer, no sé nada de su vida. Prefiero que seamos pocos, que podamos sentarnos y compartir con ellos la vida y la comida”, sintetiza Romina la esencia del comedor de campo: contacto humano, tiempos humanos, y la ceremonia de la mesa que se completa con la charla.

Fulton es un pueblo hermoso, no hay otra forma de definirlo. Sus ochenta habitantes viven a 40 kilómetros de Tandil; su buen acceso lo vuelve un destino posible para cualquier vehículo. Algo se está gestando acá, y es bueno. La estación de tren está a un costado del pueblo, que tiene casas muy bien mantenidas, pintadas y con sus jardines florecidos. En este edificio tres amigas se unieron para producir alfajores y delicias dulces que perfuman el aire. El emprendimiento se llama Estaful y es la causa del aroma a chocolate que de a ratos se percibe. Los hombres, en el mientras tanto, trabajan en el campo. Las mujeres son las responsables del renacimiento de Fulton.

La vida en el almacén no les pesa a Romina y a su familia. Conscientes de que lo que ofrecen es único y que están haciendo historia todos los días en este pueblo, el compromiso con el cliente, que es además un amigo, es profundo. “Todavía está la gente que se viene a caballo, que hizo 30 kilómetros y que llega a las tres de la tarde. Yo a esa gente tengo que abrirle, esta persona no puede esperar y ellos saben que cuentan con nosotros”. El salón tiene un lugar destinado al almacén propiamente dicho, con sus innumerables artículos, donde conviven alpargatas, cuchillos, salamines, cuadernos, ropa y regalería. Del otro lado, a unos pasos, las mesas del comedor. La vivienda familiar está a un costado, y la cocina es el corazón de la casa. “A nosotros nos funciona el boca en boca”, me cuenta Romina. Esa forma de publicidad inclasificable para las tácticas modernas que el marketing no sabe explicar, pero que es más efectiva que cualquier campaña mediática. El boca en boca va por la ruta, por los caminos rurales, cruza las sierras, se traslada por las casas y cada vez que un conductor se arrima al acceso de Fulton, se enciende una alarma en el costado más sensible del corazón que logra dar el volantazo y girar hacia el pequeño pero tan cómodo comedor de campo.

La gastronomía es sin dudas la puerta de entrada para la independencia rural. En lugares como el almacén Adela se come como se hacía hace un siglo. La matriz de la cocina argentina está intacta aquí, porque todo se produce dentro del pueblo y con manos que sienten amor por el trabajo. La soberanía alimentaria, basada en el uso de productos locales, sin agroquímicos, es la partitura por donde se comunica el menú del comedor. Romina Romeo entendió cómo es el turismo rural: “Nosotros no queremos cambiar nada, porque perderíamos identidad. Hace poco impusimos para después de la comida el Chupe y Pase: es una taza grande de té con aromáticas de estación, pueden ser boldo, cedrón y menta, y la compartimos entre todos. A veces salimos a caminar por el pueblo; si no, lo tomamos en el patio y después les regalamos tortas fritas”. Así es como se cierra la experiencia gastronómica en el almacén Adela, con el sentido de haber conseguido recuperar los aromas de ayer y de reconocer nuestra paz interior. “Nunca pensé que íbamos a ser tan conocidos, nunca le tuve miedo al fracaso; estamos en el campo, tenemos la naturaleza de nuestro lado”, concluye Romina, esperanzada en lo que vendrá.

Tres amigas del pueblo tuvieron la mejor idea: recuperar parte de la vieja estación ferroviaria para crear una pequeña fábrica de dulces sueños, Estaful, una línea de alfajores deliciosos que hacen a mano y que se han convertido en objeto de culto en Tandil y la región. Imposible estar en Fulton y no conocerlas y probar estos alfajores, que tienen una particularidad: son cuadrados. + info: @estaful_

En Udaquiola (Ayacucho) una propuesta atrae por su sencillez y belleza. Una familia abre las puertas de su casa en el pueblo y ofrece comida casera hecha con productos del terruño. Se trata de compartir algo tan básico y emocionante como una comida y charlas. Luego se camina por el pueblo. La mejor manera de conocer el corazón de una familia y su lugar en el mundo. + info: @finaestampabytrini

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