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Mar del Sud,
la playa de los hoteles misteriosos, nazis y fantasmas

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Si existe un pueblo marítimo con historias y leyendas, ese es Mar del Sur, en el confín meridional de la costa bonaerense. El pueblo, nacido de un sueño que no llegó a ser, está entre dos arroyos que contienen a un caserío fundado en las últimas décadas del siglo XIX, y que –aún hoy– tiene casas que le dan la espalda al mar, para protegerse del viento que nace de las profundidades del mapa austral. Las leyendas de un hotel embrujado, de otro que desapareció bajo las dunas y del desembarco de militares nazis se mezclan con la paz de una playa de arenas finas que invita a caminar y a perderse en delicados pensamientos.

La historia de Mar del Sur nació a lo grande. Se pensó en construir aquí un balneario similar a Mar del Plata. Entonces, en aquellos años, no había más que viento y médanos rebeldes. En 1888 se levantó un gran hotel a apenas cien metros del mar, en lo que significó la construcción más grande levantada frente a la costa marítima de nuestro país. El hotel se llamó como el pueblo que se imaginaba hacer en estas dunas móviles: Mar del Sud. El viento, principal enemigo, el tren que nunca llegó y la crisis que atravesó el país en 1890 hicieron naufragar en tierra los sueños de aquellos que proyectaron el balneario. El hotel tuvo competencia: a tres kilómetros se construyó otro de dimensiones colosales, el legendario Boulevard Atlantic, de dos plantas y a cientos de metros del mar, más protegido.

La señorial presencia de este hotel se veía desde lejos. A partir de aquí, se ideó otro pueblo que se llamó Boulevard Atlántico, y cuya posición geográfica fue estratégica, porque estaba entre dos arroyos, La Tigra y La Carolina. La situación atrajo a los veraneantes, y entre ambos hoteles, ganó el segundo. El Mar del Sud solo trabajó dos temporadas y en la primera década del siglo XX desapareció. Algunos dicen que una gran tormenta con olas gigantes lo devoró; otros, que la arena lo comió; muchos, que nunca existió. Lo cierto es que más de un siglo después una excavación arqueológica lo desenterró.

Contradicciones de la historia, el pueblo que se formó alrededor del gran hotel nunca se llamó Boulevard Atlántico, sino que es conocido como Mar del Sud, el pueblo que nunca fue y que aquel ayudó a desaparecer. Con la sombra de un hotel que dejó de verse, el balneario atrajo a veraneantes y pobladores, atraídos por ese otro hotel, una mole de 4500 metros cuadrados y 76 habitaciones que por las noches celebraba banquetes propios de una capital europea. La historia cuenta que, en 1891, un grupo de colonos judíos llegó hasta estas playas para hacer una escala antes de irse a fundar colonias en Entre Ríos, pero la desgracia sometió a estos desamparados y la primera noche se desató un vendaval. Siempre según el mito local, los judíos no tenían dónde refugiarse y terminaron agrupados en el obrador del hotel. Algunos murieron durante la feroz tormenta, y esos cuerpos fueron llevados al sótano. Permanecieron allí diez días, suficientes para que naciera la leyenda de fantasmas que cientos de pasajeros han atestiguado ver y oír penando por los pasillos del hotel.

Si algo le falta a Mar del Sur –nombre actual del pueblo– para ser un destino legendario, es una página de su historia imposible de no relatar. Esta costa habría sido elegida por la inteligencia nazi para llevar a cabo una operación militar que incluyó el apoyo de submarinos y el desembarco de militares –presuntos jerarcas– hasta una estancia de un alemán que era vecina al pueblo, El Porvenir, de Karl Gustav Einckenberg. Son muchos los testimonios de viejos pobladores que recuerdan extrañas luces que provenían del mar y la presencia de hombres en la costa, relacionados con ellas. Una historia se destaca: un joven llamado Charra, una mañana, mientras caminaba por la playa, vio el arribo de botes que venían desde el mar, escondido entre los pastizales fue testigo de cómo desembarcaban hombres con uniformes que llevaban armas y pesados bolsos. Este recuerdo abona la idea –apoyada también por el descubrimiento de un cuchillo de la marina alemana en la playa– de que este operativo militar del Reich habría sido exitoso. Todo lo demás pertenece al terreno de la leyenda y lo que queda olvidado por el tiempo.

Hoy Mar del Sur es un pueblo maravilloso de quinientos habitantes con un frente costero único: el profundo azul de nuestro mar se expre-sa con una belleza especial en esta aldea que le da cobijo a un puñado de visitantes que todos los años eligen estas mansas e interminables playas desde las que se accede a una rica fauna ictícola.

Muchos artistas han elegido este solar que da paz y donde las musas caminan por las callejuelas pintorescas y llenas de color. En temporada baja el pueblo desnuda su alma. En la calle principal, de asfalto, se asienta el mítico Hotel Boulevard Atlantic. Hasta hace poco se podía ver a quien ofició como casero y polémico dueño de la propiedad, Eduardo Gamba. Como si fuera un espectro, aparecía detrás de la puerta ofreciendo contar la historia del lugar a los curiosos. Más allá de la calle, la playa. En días lindos, se ven pescadores que regresan con corvinas, congrios y algunos cazones. Finalmente está el mar y su monólogo de olas que rompen en las rocas negras, una formación rocosa que origina un espigón natural. El mugido de alguna vaca y el piar de los jilgueros y las gaviotas apenas alteran la serenidad de un pequeño pueblo que soñó con ser inmenso, y al que el fracaso de su idea fundacional lo transformó en esta comarca marítima que huele a leña humeante y a sal. Mar del Sur es un pequeño paraíso, donde el campo y la arena se funden en una historia que aún no tiene fin.

Eduardo Gamba es el alter ego del hotel. Con más de 90 años, es común verlo alrededor del edificio, ambos son uno. Vive cerca. Es un gran personaje. En 1990 debutó en el cine en la película Penumbras, personificando a un vampiro. El film se hizo en el propio hotel.

A 50 kilómetros está Centinela del Mar, una pequeña aldea que tiene dos habitantes estables. Un acantilado presenta el mar en su absoluta maravilla y, bajando por senderos, están las playas solitarias. Muy poca gente. Agua cristalina, buena temperatura. En el centro del poblado está la pulpería La Lagartija, la única costera del país. Sencilla y muy luminosa. La atienden Carlos Canelo y Patricia Velardo, grandes personas. Ofrecen bebidas frescas y comidas, también un lugar donde hospedarse. Las paredes están decoradas con piezas históricas de naufragios y de la huella tehuelche en el lugar. A un costado se puede conocer el Museo Günün a Küna, un centro de interpretación de la presencia ancestral originaria. “Vienen los que quieren silencio”, anticipa Patricia. Es un paraíso. + info: facebook.com/postalalagartija

Arenas Verdes es una población marítima de 20 habitantes. Las casas se esconden entre los médanos y un bosque frondoso que anticipa una extensa playa de increíble belleza. Guillermina tiene 86 años y fue pionera, junto a su esposo “Chiquín”, ellos soñaron con esta aldea y con atraer turistas. Ella halló la fórmula: sus empanadas. Inigualables, suculentas y muy sabrosas. Hoy La Fonda de Guillermina es un lugar de culto. Ella aún está al frente. Conocerla es la excusa perfecta para caminar por esta paradisíaca playa. + info: Acceso por ruta 88. @lafondadeguillermina

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