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Hotel rutero y comedor Peumayén,
platos con aires trufados

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A la noche es cuando la magia se produce. Uno se acuesta y el sueño llega oyendo a lo lejos los motores de los camiones o autos conducidos por los conductores noctámbulos que recorren los caminos aprovechando el silencio y la tranquilidad de la ruta nacional 33 a esas horas. Dormir en un hotel rutero tiene un encanto particular; es una categoría de alojamiento que se nutre de personas que están en movimiento. Son espacios donde uno se muestra tal como es, cobijan y contienen, y acá el café con leche tiene un aroma que lo hace inolvidable. El hotel Peumayén es uno de estos lugares. Hotel y comedor, la posada –ese es el nombre que mejor le calza– está en el acceso a Espartillar, un pueblo del partido de Saavedra de menos de ochocientos habitantes que en estos años vive pendiente del olfato de los perros que cien días al año encuentran trufas en una plantación vecina.

“No sabíamos nada, pero en dieciséis meses hicimos todo”, cuenta Tito Platz cómo levantaron este hotel que en pocos años cobró trascendencia no por su servicio de hospedaje –atildado y pulcro–, sino por su cocina. Como buenos descendientes de alemanes del Volga, él y su esposa, Liliana Olleta, antes de comenzar a construir las habitaciones, terminaron el salón comedor. El lugar le dio a Espartillar un nuevo espacio donde poder disfrutar comidas tradicionales. Aquí entró en juego Hilda Rauch, quien se ofreció a darles una mano en la cocina. La movida resultó y cómo. “Hice varéniques, como los hacía mi abuela y a la gente le gustaron”. Sin saberlo, cada vez que las mesas reunían a los vecinos y viajantes, la memoria emotiva del sabor despertó. Es un plato que remite directamente a la niñez, a las mesas largas donde se reunían las familias. Un sabor perdido que en Peumayén revivió.

La gastronomía tiene este poder, el de lograr que una persona recorra cientos de kilómetros pare reencontrarse con un sabor que creía olvidado. También atrae al que quiere probar por primera vez un plato que tiene comensales devotos. El varénique es una receta ucraniana que tiene su versión alemana, llamada maultasch, aunque aquí se popularizó con el primer nombre. Se trata de una masa de harina con leche y huevo, que se amasa con forma de empanada o pastelito y se rellena con ricota, manzana y nuez, aunque esto depende de la receta de cada familia, y algunos le agregan papa y cebolla. Se hierve la pasta y se sirve con una salsa de crema y pan frito. Aunque la receta la puede hacer todo el mundo, solo aquellas personas que tienen con ella un puente emotivo, logran hallar el sabor perfecto, un aroma que se funda en el pasado, entre las brisas del recuerdo. En época de cosecha, al plato se le agrega trufa, el diamante negro.

Los varéniques de Peumayén allanaron el camino para que el hotel se hiciera conocido y el sueño de Liliana y Tito creciera. La ruta 33, que pasa a doscientos metros del hotel, fue una vidriera por la cual el salón comedor tuvo vida propia. “La gente nos acompañó siempre, el hotel también nació por necesidad, porque acá se hace la Fiesta de la Carbonada y los músicos no tenían dónde dormir”. Tito, que ha recorrido el mundo en auto y sabe mucho de caminos, pero más de la importancia de un hospedaje cuando uno está viajando y debe parar a descansar, comprendió que era el momento de apostar por el hotel. “Al principio nos trataron de locos, pero siempre, cuando tenés una idea de estas en un pueblo, es igual. Después las cosas cambiaron”. Tito es todo un personaje en el sudoeste de la provincia. Espartillar pronto tuvo un cambio favorable: las familias, al conocer que había un lugar donde hospedarse, comenzaron a regresar al pueblo a visitar parientes.

El hotel rutero, que está a pocos kilómetros de Pigüé, con su prestigioso comedor, que huele a sabores alemanes y a esencias truferas, invita a recorrer el pueblo, buscando la típica plaza donde se desarrolla la vi­da so­cial, el almacén, la carnicería, el paso del tren de carga, la panade­ría donde elaboran la galleta y el silencio propio de estas localidades olvidadas en el mapa.

“Para el pueblo fue un servicio muy importante: muchos vuelven a visitar a sus familiares porque está el hotel. A nosotros nos gusta porque nos llenan de recuerdos. Gente que hacía mucho que no veíamos, volvió. El hotel reunió, fue un encuentro, promovió eso”, cuenta Tito, dando una lección de cómo el trabajo se puede generar desde el propio pueblo para la comunidad. La comida hizo lo suyo. El sabor aquerenció y, como una máquina del tiempo, trasladó a los comensales a los años en que las familias cocinaban por horas y los encuentros formaban recuerdos que luego duraban toda la vida.

“Consejo: todo el que tenga un proyecto, que lo haga; si no, siempre va a estar con la duda; después si sale bien o mal, es otro tema. Gente vive en todo el mundo y en todo el mundo se mueve, come y duerme”, alecciona Tito. Su ladera, Liliana, asegura: “Que sean locos como nosotros y que se arriesguen. Te podés caer, pero también te podés levantar”.

En el pueblo existe un tesoro: el mayor campo trufero del país. ¿Qué es la trufa? Es un hongo, el Tuber melanosporum, conocido como el diamante negro de la gastronomía. Exclusivo y de sabor indescriptible. De mayo a septiembre se cosechan las trufas y Peumayén ofrece platos trufados. También es posible visitar el campo y salir a la caza de las trufas, que crecen bajo tierra y solo perros entrenados pueden captar su aroma. Una aventura genial. + info: @trufasar / www.trufasdelnuevomundo.com

Una de las manifestaciones más extrañas y bellas de la naturaleza sucede en la orilla del lago Epecuén, en Carhué. Con las primeras heladas, el sulfato de sodio (presente en la composición del agua) se concentra y se cristaliza, produciéndose un manto blanco de pequeños cristales salados, similar a la nieve. La postal es surrealista. A 15 minutos de la localidad están las ruinas de la villa turística Epecuén, que en 1985 quedó bajo las hipersalinas aguas del lago. Con los años, se retiraron y dejaron al descubierto las ruinas cenicientas de la ciudadela. Es uno de los puntos más sorprendentes del país. + info: Carhué está a 30 kilómetros de Espartillar.

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