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Punta Desnudez
y su hotel de Las mil y una noches

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La ruta provincial 72 pasa por Orense, y antes de llegar a la ciudad hay un desvío que apenas se ve. Hay que estar atentos. Es un atajo al paraíso. Son cerca de 20 kilómetros de camino de tierra. Más allá el mapa muestra el mar, pero la pampa sigue mostrando su vestimenta de pastizal hasta que al fin del camino y desde el cielo se ve una señal: las primeras gaviotas son la vanguardia del horizonte azul en movimiento. El aire se refresca, la tierra cambia del polvo a la arena o una mezcla de ambos. Detrás de una curva aparecen los médanos, sugerentes. Una laguna atraviesa el camino, y cuando pareciera representarse la quimera inalcanzable de no hallar más al pueblo que vengo a conocer, un cartel da la bienvenida: Punta Desnudez.

En un principio no había nada, solo médanos e inmensidad, y la certeza de que acá había una entrada al Edén. El fuerte viento nacarado ornamentaba el salvaje entorno. El topógrafo que intentó ubicarle un nombre al lugar se dio por vencido. Desnudez; aquella punta desierta que entraba al mar se debía llamar así, Punta Desnudez, y de esta manera se dio a conocer. En los primeros años del siglo XX se animaron los pioneros, construyeron casillas de madera que al año siguiente fueron tragadas por la arena. Eran tierras de la familia Álzaga, quienes llamaron a un proyectista para que soñara una población. En 1908 se inaugura la primera escuela y recién en 1930 don Francisco Hurtado levanta la primera vivienda de material; no habían sido loteados los terrenos aún. Aislada del ejido urbano, la casa, que hoy es la biblioteca del pueblo, aún vibra de soledad. Nos imaginamos en aquellos años cuando el rugir del mar era la única compañía de don Hurtado, lejos de todo.

La aldea nació ganándoles terreno a los médanos móviles. Punta Desnudez es una playa habitada a la que se le han trazado en forma caprichosa algunas callejuelas. Sus habitantes son joviales y saludan. Hay flores y plantas suculentas que se mezclan con algunas conchillas. Al­re­dedor de una rotonda se desarrolla la vida de esta población idílica. Al­gunos almacenes, una escuela, una capilla pequeña y recoleta y la casa de algunos duendes en un bosque encantado prefiguran la escena final: el mar Argentino. Pampa al revés, alfombra natural azul en movimiento con rulos blancos, comienzo y fin de un estado mental que debidamente cumple con lo suyo: tranquiliza.

Como si fuera un ser vivo, la comarca creció. En 1951 se lotearon 226 terrenos y el paraíso comenzó a habitarse. Hoy hay 77 habitantes estables, pero en el verano la población aumenta; muchos tienen aquí un refugio adonde poder retirarse cuando el mundo abruma y la necesidad de la calma es un deseo que quita el sueño. El pueblito, suena bien y justo llamarlo así, se desarrolla entre la arena y un bosque. Entre medio sucede la plácida vida de Punta Desnudez. Los nombres de las calles son encantadores: Los Líquenes, Algas Marinas, Los Tamariscos y Los Siempre Verdes. A un costado de las casas se halla el Médano 40, una enorme duna forestada, desde cuya cima se puede apreciar una vista absoluta del mar. Desde lo alto se percibe la pequeñez de la condición humana. Al este se halla el arroyo Cristiano Muerto, límite natural con el partido de San Cayetano; los pescadores bendicen la presencia de este hilo de agua dulce que se mezcla con el mar.

En la playa se ve una construcción señorial, que atrae la mirada: es el Hotel Punta Desnudez. Es el centro social del balneario y el pueblo. De reminiscencias árabes, sus ventanales muestran ambientes soñados.

El mar, a metros del hotel y de todos, es una extensión de las casas, pintadas de colores vivos. La aldea marítima tiene el aroma de un tesoro aún no hallado, y muchos en el pueblo lo saben. “No queremos que as­falten el camino de acceso, eso traería mucha gente y queremos que se mantenga la paz”, me cuenta un hombre que camina por la avenida Costanera Ingeniero Williams. Vuelvo la vista al hotel. “Acá recuperás tu alma”, se presenta Laura Schulze, anfitriona y demiurga de este hechizo del que es difícil escapar. Aromas de oriente, lujos y arena. El Hotel Punta Desnudez de Orense es un puente invisible entre el mar, la soledad y un secreto en donde sobrevuela la mítica figura de su creadora.

Ana Ben Amat, mentora del hotel, tuvo la idea. Le gustó el lugar y se preguntó por qué no tener una casa aquí. Fue modelo internacional, catorce veces tapas de Vogue, trabajó para los mejores fotógrafos. Se casó con el último héroe vivo de la independencia marroquí, y pasa un tiempo en Marruecos y otro tanto acá. El hotel es obra de ella, de su fuerza creadora, una extensión de su vida, sus gustos, pasiones y deseos. “Antes acá había un médano; Ana le fue ganando y hoy tenemos el hotel. Esto es como un cuento de Las mil y una noches hecho realidad”. Sucede en Desnudez lo mismo que en Marruecos: hay médanos móviles. La vida acá se hace notable. Ana está en el hotel pero no se muestra, su presencia se aprecia por su obra, y su misterio es una atracción más. “El mar tiene estados de ánimo, vos podés saber cómo está por el color y por la forma en la que hablan las olas”, asegura Laura. Hace poco sufrieron un tornado y la mitad del hotel desapareció. “Ana logró levantarlo nuevamente. ¿Cómo lo hizo? –se pregunta Laura intrigada–. Ana siempre tiene una solución para todo, ella es una persona mágica”. El Hotel Punta Desnudez es como la quilla de una embarcación perdida, su blanquísima construcción se ve a la distancia y su presencia produce fascinación. Naufragio en mares de fantasía, el sueño y el misterio son los elementos que unen su relación con estas playas.

Ricardo y Marga vinieron hace algunos años cuando solo había doce habitantes en Desnudez. Tienen una cabaña en un bosque encantado. Trajeron esa cabaña en ferrocarril. Los primeros años él sacaba conchilla del mar para hacer bloques de hormigón y con eso se fue haciendo unos pesos y también, de tanto andar por la costa, vio que la gente que venía a conocer esta playa elísea no podía llevarse un recuerdo. Entonces tuvo una idea. “Fabriqué los recuerdos de la aldea”. Hoy puede vivir con eso y por nada en el mundo cambiaría su vida.

Por sortilegio de la naturaleza, Punta Desnudez se halla aún en un estado puro, y acá se produce un extraño fenómeno: el amanecer y el ocaso pueden verse desde la costa, que es visitada por ballenas que descansan antes de emprender su viaje hasta la lejana Patagonia. “El mar nos habla”, confiesa en secreto una mujer que camina por la playa, en busca de una señal, siguiendo el camino que deja la espuma que desaparece con la caricia del viento.

Ana Amat es una de las grandes mujeres de Argentina, al punto que bien vale reservar una habitación solo para conocerla. Mujer de mundo y de mil historias. Por las noches, baja de su habitación para cenar junto a los pasajeros en una mesa propia, donde se sientan sus invitados, es dueña de todos los momentos del hotel, es alegre y la mejor compañía. Ella tiene una frase que la define: “He olvidado los lugares donde lo pasé mal, he comenzado a olvidar los lugares donde lo pasé bien, lo que jamás olvidaré es dónde me divertí”. Punta Desnudez, es Ana Amat. + info: @hotel_punta_desnudez

El concepto del hotel es ofrecer variedad de platos, en abundancia, con productos de gran calidad. El buffet donde se sirve la cena y el desayuno recuerda las grandes comidas palaciegas. La experiencia de hospedarse se completa contemplando los manjares que se presentan en una mesa de sabores de ensueño. Es una experiencia inolvidable.

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