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Nueve

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Reacher dijo:

—Igual no entiendo. La señora observadora de aves aportó la identificación de Stan, y Stan podría haber sido presionado para que identificara a su misterioso amigo, seguro. Solo un paso extra. Una visita extra a su casa. Cinco minutos a lo sumo. Ese no es un problema de disposición de personal. Un solo hombre lo podría haber hecho de camino a comprar donuts.

—Stan Reacher estaba registrado como residente fuera de la jurisdicción —dijo Amos—. Solo ahí ya hay un montón de papeleo. Lo único que tenían en aquel entonces eran máquinas de escribir. Además de que deben haber asumido que probablemente de todas maneras mantuviera la boca cerrada, por mucho que lo presionaran, que tampoco podría haber sido tanto, porque habrían estado en territorio ajeno, probablemente con alguien local presente, y quizás abogados o padres también. Además deben haber asumido que el misterioso amigo ya debía haber desaparecido y estaría fuera del estado. Además que igual no estaban llorando por la víctima. Sin dudas la decisión fácil era dejarlo pasar.

—¿Stan Reacher era residente fuera de qué jurisdicción?

—El Departamento de Policía de Laconia.

—La historia era que había nacido y crecido aquí.

—Quizás nació aquí, en el hospital, pero después quizás creció fuera de la ciudad, en una granja o algo.

—Nunca me dio esa impresión.

—En un pueblo cercano, entonces. Lo suficientemente cercano como para estar en el mismo club de observadores de aves que una mujer que vivía arriba de un almacén del centro. Ponía Laconia como su lugar de nacimiento, porque ahí es donde estaba el hospital, y probablemente también decía que creció en Laconia. Como una simplificación de toda la zona en general. Como la gente dice Chicago, a pesar de que muchos de los suburbios técnicamente no son Chicago para nada. Lo mismo con Boston.

—El área metropolitana de Laconia —dijo Reacher.

—Las cosas estaban más dispersas en aquel entonces. Había pequeños molinos y fábricas por todos lados. Algunas docenas de trabajadores en viviendas pequeñas. Quizás una escuela de una sola aula. Quizás una iglesia. Todo era Laconia, sin importar lo que dijera el servicio postal.

—Pruebe con Reacher solo —dijo él—. Sin nombres de pila. Quizás tengo primos en la zona. Podría conseguir una dirección.

Amos volvió a acercarse el teclado y tecleó, siete letras, e hizo clic. Reacher vio cómo cambiaba la pantalla, reflejada en los ojos de ella.

—Aparece una cosa más —dijo ella—. Más de setenta y algo de años después que lo otro. Deben ser una familia relativamente respetuosa de las leyes. —Volvió a hacer clic, y leyó en voz alta—: Hace alrededor de un año y medio una patrulla respondió la llamada de las oficinas del condado porque un cliente estaba provocando disturbios. Chillaba, gritaba, se comportaba de manera amenazadora. Los uniformados lo tranquilizaron y se disculpó y no pasó nada más. Dijo que su nombre era Mark Reacher. Residente fuera de la jurisdicción.

—¿Edad?

—Entonces veintiséis.

—Puede ser un sobrino mío, muy, muy lejano. ¿Por qué estaba enfadado?

—Manifestó que un permiso de construcción estaba tardando demasiado. Manifestó que estaba renovando un motel en algún lugar fuera de la ciudad.

Después de treinta minutos al sol Patty fue dentro a usar el baño. Cuando estaba volviendo se detuvo en el tocador frente al final de la cama. Se miró en el espejo y se sonó la nariz. Hizo un bollo con el pañuelo y lo lanzó al cesto de basura. Falló. Se agachó para corregir el error. Era canadiense.

Vio un bastoncillo usado en la junta de la alfombra con la pared. No era de ella. No usaba. Estaba bien en las sombras, al fondo del espacio entre las cajoneras debajo del tocador, más allá de las patas de la banqueta. Servicio de limpieza imperfecto, sin lugar a dudas, pero entendible. Incluso quizás inevitable. Quizás las mismas ruedas de la aspiradora lo habían empujado aún más en su escondite.

Salvo que.

Gritó:

—Shorty, ven a ver esto.

Shorty se puso de pie y entró a la habitación.

Dejó la puerta bien abierta.

Patty señaló.

—Es para limpiarse las orejas —dijo Shorty—. O secarlas. Quizás las dos cosas. Tienen dos puntas. Los he visto en la farmacia.

—¿Por qué está ahí?

—Alguien falló al tirarlo al cesto. Quizás rebotó en el borde, y salió rodando. Pasa todo el tiempo. A las empleadas no les importa.

—Vuelve a tu tumbona, Shorty —dijo ella.

Él volvió.

Un largo minuto después ella se le sumó.

—¿Qué hice? —dijo él.

—Es lo que no hiciste —dijo ella.

—¿Qué no hice?

—No pensaste —dijo ella—. Mark nos dijo que esta es hasta ahora la primera habitación que reacondicionaron. Dijo que de hecho la acababan de terminar. Nos pidió que le hiciéramos el honor de ser sus primeros huéspedes. Así que ¿por qué hay adentro un bastoncillo usado?

Shorty asintió. Despacio pero seguro. Dijo:

—La historia de lo de su coche fue rara, también. Peter debe ser una especie de saboteador. ¿Cuándo lo van a entender?

—¿Por qué mentirían con respecto a la habitación?

—Quizás no mintieron. Quizás un pintor usó el bastoncillo. Para retocar una marca de último minuto en la tintura de la madera. Eso pasa, también. Quizás cuando llevaron adentro los muebles. Difícil de evitar.

—¿Ahora crees que está todo bien con ellos?

—Con lo del coche, no. Si el de ellos no arrancaba esta mañana, ¿por qué no habían llamado todavía al mecánico?

—El teléfono no funcionaba.

—Quizás sí en ese momento. Quizás sí a primera hora de la mañana. Nos podríamos haber sumado. Podríamos haber dividido el recargo que cobran por venir hasta aquí. Eso lo habría vuelto más razonable.

—Shorty, olvídate del recargo que cobran por venir hasta aquí, ¿vale? Esto es más importante. Se están comportando de manera rara.

—Yo te dije eso al principio.

—Pensé que simplemente no te caían bien.

—Por una razón.

—¿Qué vamos a hacer?

Shorty miró alrededor. Primero a la entrada al camino entre los árboles, y después al espacio de carga del Honda muerto, donde la maleta hacía presión sobre los amortiguadores.

—No sé —dijo él—. Quizás podríamos remolcar el auto con un quad. Quizás tienen las llaves puestas. O están en algún gancho adentro del granero.

—No podemos robar un quad.

—No sería robar. Sería tomar prestado. Podríamos remolcar el coche tres kilómetros hasta la carretera, y después traer el quad de vuelta hasta aquí.

—¿Después qué? Lo único que tendríamos sería un coche muerto en el borde de la carretera.

—Quizás podría pasar alguien que lo remolque. O podríamos conseguir cualquier tipo de transporte y olvidarnos del coche. Antes o después el condado va a venir y lo va a tirar.

—¿Tenemos una soga para remolcar?

—Quizás hay una en el granero.

—No creo que un quad sea lo suficientemente potente.

—Podríamos usar dos. Como remolcadores tirando de un transatlántico a la entrada del puerto.

—Eso es una locura —dijo Patty.

—Vale, quizás podríamos usar un quad para cargar solo la maleta.

—¿Quieres decir arrastrarla?

—Creo que tienen una plataforma en la parte de atrás.

—Demasiado pequeña.

—Entonces podríamos acomodarla entre el depósito de gasolina y el manubrio.

—No les va a gustar que dejemos el coche aquí.

—Qué lástima.

—¿Tienes idea al menos de cómo se conduce un quad?

—No puede ser tan difícil. Vamos a necesitar ir despacio, de todos modos. Y no nos podríamos caer. No como en una moto común.

—Es una posibilidad —dijo Patty—. Supongo.

—Esperemos hasta después de la cena —dijo Shorty—. Quizás haya línea otra vez y aparezca el mecánico y todo se resuelva bien. Si no, echamos un vistazo en el granero cuando esté oscuro. ¿Vale?

Patty no respondió. Se quedaron donde estaban, entregados en las tumbonas, manteniendo el sol bajo en sus rostros. Dejaron la puerta de la habitación bien abierta.

A cincuenta metros de distancia en el centro de comandos en la habitación de atrás, Mark preguntó:

—¿A quién se le pasó por alto el bastoncillo?

—A todos —dijo Peter—. Todos comprobamos la habitación y dimos el visto bueno.

—Entonces todos cometimos un grave error. Ahora están nerviosos. Demasiado pronto. Necesitamos controlar mejor el ritmo.

—Él cree que fue el pintor. Ella eventualmente le va a creer. No quiere estar preocupada. Quiere estar contenta. Se va a convencer sola. Se van a tranquilizar.

—¿Tú crees?

—¿Por qué les íbamos a mentir acerca de la habitación? No hay ninguna razón para eso.

—Tráeme un quad —dijo Mark.

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