Читать книгу Tiempo pasado - Lee Child - Страница 8

Cinco

Оглавление

Shorty probó con la llave una vez más, pero otra vez no pasó nada. No se oyó más que un clic suave y mecánico, que era solo la llave física misma, girando dentro del tambor en la columna de dirección. Un pequeño y suave clic que nadie oía nunca, porque normalmente lo ahogaban al instante las explosiones de un coche al encenderse. Lo mismo con el clic de un gatillo, previo a un disparo.

Pero no esa mañana. El Honda parecía muerto. Como un perro viejo y enfermo que muere de noche. Una condición totalmente distinta. Ningún tipo de respuesta. Algún tipo de carga que ya no estaba.

Patty dijo:

—Creo que va a ser mejor que llamemos al mecánico.

Peter miró por encima del hombro. Ella se giró, y vio a los otros tres tipos caminando hacia ellos. Desde la casa, o el granero. El hombre principal iba al frente, como siempre. Mark, el que les había hecho el registro la noche anterior. El que los había invitado a cenar. El tipo de la sonrisa. Detrás de él estaba Steven, y después Robert. Llegaron y Mark dijo:

—¿Cómo estamos esta mañana?

—No demasiado bien —dijo Peter.

—¿Qué problema tiene?

—No te sabría decir. Está completamente muerto. Supongo que se quemó algo.

—Deberíamos llamar a un mecánico —dijo Patty—. No queremos robaros más tiempo.

—Anoche arrancó —dijo Shorty—. Al primer intento.

Mark sonrió y dijo:

—Sí, arrancó.

—Ahora está muerto. Nada más digo. Conozco este coche. Lo tengo desde hace mucho tiempo. Tiene días buenos y malos, pero nunca muere.

Mark se quedó en silencio durante un rato largo.

Después volvió a sonreír y dijo:

—No sé bien lo que estás queriendo decir.

—Quizás meter mano ahí lo empeoró.

—¿Crees que Peter lo rompió?

—Algo lo rompió, entre anoche y ahora. Eso es lo único que estoy diciendo. Quizás fue Peter, y quizás no. Ya ni siquiera importa. Porque la cosa es que vosotros metiendo mano ahí es casi lo mismo que vosotros asumiendo la responsabilidad por eso. Porque sois un motel. Estoy seguro de que hay leyes para los guardianes de hoteles. Mantener a salvo la propiedad de los huéspedes, todo ese tipo de cosas.

Otra vez Mark se quedó en silencio.

—No lo dice en serio —dijo Patty—. Está enfadado, nada más.

Mark simplemente negó con la cabeza, casi sin moverse, como si estuviese sacándose de encima la cosa más pequeña de todas. Miró a Shorty y dijo:

—Es difícil lidiar con el estrés, estoy de acuerdo. Creo que todos lo sabemos. Pero de la misma manera todos sabemos que lo inteligente aquí es establecer una cantidad mínima de cortesía, en todos nuestros intercambios mutuos. ¿No lo crees? Un poco de respeto. Quizás un poco de humildad, también. Quizás asumir un poco de responsabilidad. Tu coche no ha estado bien cuidado, ¿o sí?

Shorty no respondió.

—El reloj sigue corriendo —dijo Mark—. Se acerca el mediodía. Que es cuando anoche se vuelve esta noche, en el negocio hotelero, hora en la cual nos van a deber otros cincuenta dólares, que en la cara de Patty puedo ver que no quieren pagar, o no pueden pagar, por lo que una respuesta rápida te ayudará a ti mucho más de lo que me va a ayudar a mí. Pero rápido o lento, vosotros elegís.

Patty dijo:

—Vale, nuestro coche no está bien mantenido.

—Eh —dijo Shorty.

—Bueno no lo está —dijo ella—. Apuesto a que esta es la primera vez que se levanta el capó desde que lo compraste.

—No lo compré. Me lo dieron.

—¿Quién?

—Mi tío.

—Entonces apuesto a que esta es la primera vez que se levanta el capó desde que salió de fábrica.

Shorty no dijo nada.

Mark lo miró y dijo:

—Patty ve las cosas desde la perspectiva de un tercero. Lo que implica cierta medida de objetividad. Por lo que estoy seguro de que tiene toda la razón. Estoy seguro de que es así de simple. Tú eres un hombre ocupado. ¿Quién tiene tiempo? Algunas cosas se descuidan.

—Supongo —dijo Shorty.

—Pero lo tienes que decir en voz alta. Necesitamos escucharlo de tu propia boca, con tus propias palabras.

—¿Qué?

—Así todos podemos empezar con el pie derecho.

—¿El pie derecho de qué?

—Necesitamos establecer una relación amistosa, señor Fleck.

—¿Por qué?

—Bueno, por ejemplo, anoche os dimos la cena. Y, también por ejemplo, más o menos dentro de una hora nos vais a pedir que os demos el desayuno. Porque ¿qué otra opción tenéis? Lo único que os pedimos a cambio es que deis además de recibir.

—¿Dar qué?

—Un recuento honesto de tu propia parte del aprieto en el que estás.

—¿Para qué?

—Sería como poner unas fichas sobre la mesa, imagino. Al empezar una partida. Sería como una apuesta emocional en nuestra relación amigable. Nosotros nos abrimos a vosotros, cuando estabais en nuestra mesa, y ahora os pedimos que nos devolváis el favor.

—No queremos desayuno.

—¿Ni siquiera café?

—Podemos tomar agua del grifo del baño. Si eso os parece bien.

—Nos vais a pedir que os demos el almuerzo. El orgullo puede hacer que te saltees una comida, pero no dos.

—Solo llevadnos hasta la ciudad. Mandaremos una grúa a buscar el coche.

—Llevaros hasta la ciudad no es una opción disponible.

—Entonces llamad a un mecánico.

—Lo haremos —dijo Mark—. Inmediatamente después de que hayas hablado.

—¿Quieres una confesión pública?

—¿Tienes algo que confesar?

—Supongo que podría haber hecho mejor las cosas —dijo Shorty—. Alguien me dijo que los motores japoneses lo aguantaban. Como que te podías saltar un año. Después supongo que algunos años no me podía acordar si ese año me tocaba o no. Así que en total supongo que algunos años se pasaron, que no deberían.

—¿Solo algunos?

—Quizás todos. Como dijiste. No tenía tiempo.

—Una buena política en el corto plazo.

—Era lo más fácil.

—Pero no en el largo plazo.

—Supongo que no —dijo Shorty.

—Un error, de hecho.

—Supongo.

—Esa es la parte que queremos que diga en voz alta, señor Fleck. Queremos oírlo decir que cometió un error tonto que le está ocasionando a todo tipo de personas todo tipo de inconvenientes. Y lo queremos oír decir que lo lamenta, especialmente a Patty, que creemos que está siendo conmovedoramente fiel. Se ganó un premio con ella, señor Fleck.

—Supongo.

—Necesitamos escuchar que lo diga en voz alta.

—¿Lo de Patty?

—Lo del error.

No hubo respuesta.

—Hace un momento —dijo Mark— nos pediste que asumiéramos la responsabilidad. Pero eres tú el que debe hacerlo. Nosotros no descuidamos tu coche. Nosotros no tratamos como un pedazo de mierda una buena máquina, y después partimos hacia un viaje largo e importante haciendo no mucho más que darles unas pataditas a los neumáticos. Usted es el que hizo todo eso, señor Fleck. No nosotros. Lo único que estamos intentando es que quede claro.

No hubo respuesta.

El sol brillaba. Hacía calor en la parte alta de la cabeza de Patty.

—Simplemente dilo, Shorty —dijo ella—. No va a ser el fin del mundo.

—Vale —dijo Shorty—, cometí un error tonto que le está ocasionando a todo tipo de personas todo tipo de inconvenientes. Os pido disculpas a todos los implicados.

—Gracias —dijo Mark—. Ahora iremos a llamar a un mecánico.

Reacher volvió caminando por donde había venido, pasó junto a las tiendas con los bolsos, y los zapatos, y los artículos, pasó junto al lugar que había elegido para comer, pasó junto al lugar en el que había pasado la noche, de vuelta hasta el departamento de registros, dentro de las oficinas de la municipalidad. Otra vez no había nadie en el mostrador que llegaba a la cintura. Tocó el timbre. Hubo una pequeña espera, y después entró Elizabeth Castle.

—Oh —dijo ella—. Hola otra vez.

—Hola —dijo él.

—¿Hubo suerte?

—No hasta el momento —dijo él—. No estaban en ninguno de los censos.

—¿Está seguro de que es la ciudad correcta? O estado, incluso. Podría haber una Laconia en alguna otra parte. Nuevo México, o Nueva York, o Nueva Jersey. Hay muchos estados con N.

—Ocho —dijo Reacher—. Entre Nuevo o Nueva y Norte y Nevada y Nebraska.

—Entonces podría no haber sido N-H lo que usted vio. Podría haber sido N-alguna otra cosa. La escritura manuscrita de antes puede ser rara.

—Lo vi escrito a máquina y en ordenador —dijo Reacher—. Mayormente por oficinistas del Cuerpo de Marines. Que por lo general entienden las cosas bien. Y se lo escuché decir, miles de veces. Mi madre se burlaba de él por algo, casi seguro ante la falta de algún gesto romántico, y él decía, bueno demonios, no soy más que un simple yanqui de New Hampshire.

—Mmmh —dijo Elizabeth Castle.

Después dijo:

—Supongo que en todos los censos se pierden personas. Por todo tipo de causas frikis. Están siempre intentando mejorar la metodología. Hay una persona aquí con la que debería hablar. Es un apasionado de los censos.

—¿Qué es eso, algo nuevo?

—Probablemente no —dijo ella, un poco bruscamente—. Estoy segura de que es una ocupación seria con una larga e ilustre historia.

—Lo lamento.

—¿Qué cosa?

—Creo que la ofendí.

—¿Cómo me podría haber ofendido? Yo no soy una apasionada de los censos.

—En el caso de que el apasionado de los censos fuera su novio, por ejemplo.

—No lo es —dijo ella, con un suspiro de indignación, como si la idea fuera absurda.

—¿Cómo se llama?

—Carter —dijo ella.

—¿Dónde lo puedo encontrar?

—¿Qué hora es? —dijo ella, mirando de repente para todas partes en busca de su teléfono, que no estaba allí. Reacher había notado que mucha menos gente usaba reloj. Los teléfonos hacían todo.

—Casi las once —dijo él—. Menos cuatro minutos, más algunos segundos.

—¿En serio?

—¿Por qué no? Me lo tomé como una pregunta seria.

—¿Más algunos segundos?

—¿Cree que es demasiado exacto?

—La mayoría de la gente diría menos cinco. O casi las once en punto.

—Algo que yo habría hecho, si me hubiera preguntado qué hora era aproximadamente. Pero no fue lo que hizo. Me preguntó qué hora era, punto. Tres minutos y monedas, ahora.

—No está mirando su reloj.

—No uso —dijo él—. Igual que usted.

—¿Entonces cómo sabe qué hora es?

—No sé.

—¿De verdad?

—Ahora son dos minutos y quizás cincuenta segundos antes de las once de la mañana.

—Espere —dijo ella. Salió por la puerta de la pared de atrás. Un buen rato después volvió con su teléfono. Lo apoyó en el mostrador. La pantalla estaba oscura.

Dijo:

—¿Ahora qué hora es?

—Espere —dijo él.

Después dijo:

—Tres, dos, uno, es casi la hora. Once en punto exacto.

Ella apretó el botón del teléfono.

La pantalla se iluminó.

Mostró 10:59.

—Cerca —dijo ella.

Cambió a las 11:00.

—¿Cómo lo hace? —dijo ella.

—No sé —volvió a decir él—. ¿Dónde lo puedo encontrar a su amigo Carter, el apasionado de los censos?

—Yo no dije que era mi amigo.

—¿Compañero de trabajo?

—Un departamento totalmente distinto. En la sección administrativa. No es parte de la ecología de trato con el cliente, como suelen decir.

—¿Entonces cómo hago para verlo?

—Por eso pregunté la hora. Hace una pausa para tomar un café a las once y cuarto. Todos los días, puntual como un mecanismo de relojería.

—Suena a un hombre sensato.

—Se toma exactamente treinta minutos, en el local cruzando el semáforo. Afuera en el patio, si hay sol. Lo que podría ser o podría no ser. No lo podemos saber desde aquí adentro.

—¿Cuál es el nombre de pila de Carter? —preguntó Reacher, pensando en baristas llamando en voz alta por el nombre a los clientes. Asumió que el local podía estar lleno de oficinistas tomándose pausas de treinta minutos, todos bastante parecidos.

—Carter es su nombre de pila —dijo Elizabeth Castle.

—¿Cuál es su apellido?

—Carrington —dijo ella—. Después vuelva y cuénteme cómo le fue. No se rinda. La familia es importante. Habrá otras maneras de averiguar.

Tiempo pasado

Подняться наверх