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MANIFIESTO AUTOCRÍTICO

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Juan Luis Cebrián1

Hay abogados famosos, millonarios, capaces como decía Cicerón de convencer con su oratoria a los jueces y jurados de tal forma que mejor hubiera sido los corrompieran con dinero; y los hay también menesterosos, habituales del turno de oficio durante más años de los debidos, quejumbrosos de la burocracia judicial, tildados de picapleitos, mirados con desprecio, agredidos con sarcasmos tanto por sus colegas como por sus propios clientes, por lo general incapaces de atender a sus minutas.

La literatura sobre la abogacía es inmensa y lo mismo reúne las experiencias, hilarantes unas, dramáticas las más, de quienes decidieron por vocación o necesidad dedicarse a este oficio, que las diatribas de un Carlos Marx. Este, a pesar de ser hijo de un prestigioso y bien aposentado jurista, o quizás precisamente por eso, decidió abandonar los estudios de leyes para sumergirse en las aguas de la filosofía, lo que le permitiría más tarde escribir sobre el derecho desde esa perspectiva.

Diríamos entonces que hay abogados para todos los gustos, y algunos son tan honestos, aunque también tan ingenuos, que confunden la aplicación de la ley con el hecho de ejercer justicia, mientras no pocos saben que junto a aquella siempre emerge la trampa que nos permite burlarla.

Ya que hablamos de Marx, él dedicó frases ostentóreas (siempre me ha cautivado este neologismo improvisado que algunos se empeñan en menospreciar) contra los abogados perseguidos y ejecutados en la Comuna de París.

Los miraba como a la burguesía jacobina dedicada a legitimar el poder de quienes dominaban al pueblo y el grito “pas d’avocats” resonó con frecuencia en las barricadas parisinas.

Otro Marx, en este caso Groucho, tuvo hace ahora casi un siglo un triunfo resonante en su interpretación de un tal señor Flywheel, leguleyo cantamañanas protagonista de una serie radiofónica en tiempos en que todavía no existían las telenovelas y no sabíamos de la existencia de Perry Mason. Su hermano Chico era el pasante del despacho, por cierto, más razonable a deshoras que el propio titular de la firma, como sucede con alguna frecuencia.

Todo esto es para explicar que la abogacía es en muchos aspectos una selva por explorar, aunque se hayan escrito miles de tratados sobre ella, y en ocasiones también un desierto por el que discurrir en busca del oasis pertinente.

Mi relación con ella ha sido, aparte la de lector de libros, la de asiduo cliente y mi experiencia de los tribunales es fundamentalmente la de un reo, habida cuenta de la cantidad de deposiciones que he tenido que hacer ante los jueces, a consecuencia del desempeño de mi agonizante profesión de periodista.

He de decir que, siempre, tuve la suerte de poder hacerlo acompañado de buenos profesionales capaces de llevarme la contraria, y por lo tanto de llevarme por los senderos adecuados.

Uno de ellos, en aventuras difíciles, aunque no fueran peligrosas ha sido, y es, León Fernando del Canto, al que agradezco muy de veras este Manifiesto en favor de una Abogacía Crítica, que es en realidad una autocrítica de la abogacía.

Leyéndolo se da uno cuenta de que algunas de las exageraciones de los Marx (Carlos y Groucho) no lo eran quizá tanto pues quedan muchas millas por recorrer en el camino hacia la excelencia de los servicios legales.

Fernando es en sí mismo un icono multicultural. Heredero de la tradición del derecho romano y los códigos napoleónicos es también experto en los predios de la Common Law, que como su propio nombre indica es la ley de los comunes, o sea la del pueblo.

Su experiencia profesional, después de haber ejercido incluso en territorios también de la sharía le convierte en miembro de una tribu singular, capaz de un entendimiento ecuménico de la diversidad de la fe en las leyes.

Su manual nos sugiere más preguntas que respuestas, lo que desde luego es un buen comienzo para lanzar este debate. Este se va a ver coloreado bien pronto por la incidencia de las nuevas tecnologías en el ejercicio profesional, cuando los algoritmos sean capaces de encontrar la jurisprudencia apropiada a cada caso en cuestión de segundos y comencemos a ver robots sentados en los despachos y redactando contratos o demandas.

Pero por el momento el problema de la inteligencia artificial es descubrir cuando va a ser capaz de reírse de sí misma. Mientras eso no suceda seguiremos necesitando abogados autocríticos, herederos de la tradición marxista, la buena, la de Groucho, capaces de interpretar que significa que “la parte contratante de la primera parte será considerada la parte contratante de la primera parte”, cuando ya sabemos que eso no es necesariamente verdad.

Juan Luis Cebrián Echarri

Madrid, 27 de mayo 2020

1. Juan Luis Cebrián Echarri (Madrid, 1944) periodista y escritor, fue director-fundador del diario El País y es miembro de la Real Academia Española. Cebrián ha sido considerado por diversos medios internacionales como uno de los diez españoles más influyentes en España y América Latina durante 43 años (desde 1976 a 2018).

Abogacía Crítica: manifiesto en tiempo de crisis

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