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2. EL FIN DE LAS REVOLUCIONES DEL NEOLÍTICO

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Hace diez o doce mil años, el ser humano inauguraba el neolítico. Abandonó las cavernas y se aventuró a la conquista del mundo exterior. Mediante sucesivas revoluciones, que podemos llamar revoluciones del neolítico, lo transformó.

La primera de ellas, la más universal de todas fue la revolución agrícola. Se domesticaron animales y plantas, se regaron los campos, se crearon villas y ciudades y se garantizó la infraestructura de la subsistencia material de los seres humanos. A partir de esta época, se empezaron a echar las raíces del patriarcado, es decir, de la dominación del principio masculino y de los hombres sobre las mujeres en la organización de la vida humana. Dicho en términos tecnológicos, fue una gran liberación. ¿Pero a qué costo?

14 mil años después, se hizo la revolución industrial. Se creó la máquina, que se incorporó a la fuerza física del ser humano. Éste ya no tuvo necesidad de hacer grandes esfuerzos, cargar pesos y gastar su salud en la producción. Lo sustituyó la máquina. Se mantuvo e incluso se reforzó el patriarcado, pues crecieron los medios y las formas de dominación sobre las personas y sobre la naturaleza. No obstante, en relación a las carencias humanas, fue una considerable liberación. ¿Pero a qué costo?

En nuestros días, trescientos años después, se hizo la revolución del conocimiento y de la comunicación. Se creó otro tipo de máquina, que se incorporó a la fuerza mental del ser humano: el cálculo, el trabajo intelectual, el descubrimiento por medio del computador, del robot y de la informática. Se avanzó hacia dentro del corazón de la materia, sacando informaciones de las partículas subatómicas y de las energías primordiales. Se penetró dentro del misterio de la vida, recogiendo las informaciones del código genético y revolucionando el futuro por la biotecnología y por el copilotaje de la evolución. Es una liberación tecnológica inimaginable. ¿Pero a qué costo?

Es importante reconocer, sin embargo, que asistimos al surgimiento de lo femenino, que desenmascara la presencia del poder masculino en todos los campos de la vida familiar y social, en las expresiones del lenguaje, en la formulación del saber y en la institución de ritos y tradiciones, y denuncia el patriarcado como poder opresor de la mujer y del mismo hombre. El ecofeminismo de manera especial, ha obligado a lo masculino y a toda la cultura a una redefinición que busca más equilibrio y relaciones más inclusivas y participativas.

Hay que reconocer que todas estas revoluciones, nacidas en el cambio del neolítico, transformaron, sin duda, la faz de la Tierra. Acortaron distancias y aceleraron el tiempo. Trajeron comodidades para la vida cotidiana, llenando, por ejemplo, nuestras casas de electrodomésticos y de otros instrumentos de comunicación. Cambiaron los paisajes. Donde ayer había mar, hoy hay una ciudad. Donde había una montaña, hoy funciona una fábrica. La misma composición físico-químico-biológica del Planeta es otra. El ser humano acumuló un poder inmenso pero peligroso.

Este proceso conquistó, en mayor o menor escala, los cuatro puntos cardinales de la Tierra. Penetró en todas las culturas, hasta en las más recónditas del corazón de la selva amazónica o del interior del Sudeste Asiático. Allí puede faltar comida en la mesa, pero no falta un aparato de radio o un televisor que permite a sus moradores el estar unidos al mundo y soñar. Hoy, todo está pensado, proyectado y producido en función de la aldea global planetaria en que se está transformando nuestro planeta Tierra.

Simultáneamente, este proceso es responsable de la devastación del sistema-Tierra, por la monocultura tecnológica y material, por el patriarcado todavía dominante, por la deshumanización y falta de compasión en las relaciones sociales. La Tierra y los humanos han pagado un precio demasiado alto por el tipo de desarrollo que proyectaron. La continuidad de este proceso puede destruirnos.

El vuelo del águila

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