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3. EL HOMBRE SAPIENS Y DEMENS

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Nuestra cultura, arrastrada por el iluminismo, exalta al homo sapiens, al hombre inteligente y sabio, que incluso multiplicó por dos la cualificación y lo llamó sapiens sapiens, sabio-sabio, por su magnífica aptitud conquistadora del mundo, descubridora de los mecanismos de la naturaleza, intérprete de los sentidos de la historia. Reconoce en el ser humano sapiens sapiens una dignidad inviolable.

Curiosamente, los mismos que, en Europa, especialmente a partir de la revolución francesa (1784), afirmaban tales excelencias del ser humano, las negaban en otros lugares: esclavizaban a Africa, sometían a América Latina, invadían Asia. Por donde pasaban dejaban rastros de devastación y de pillaje de las riquezas materiales y culturales. Mostraban el lado demente del ser humano, de lobo voraz y de satanás de la Tierra. Es el homo demens demens.

Hoy, dada la degradación de la condición humana y ecológica mundial, estamos despertando del sueño iluminista. Estamos espantados con la posibilidad de que el ser humano demens demens se haga ecocida* y geocida;1 es decir, con la posibilidad de que elimine ecosistemas y acabe con la Tierra. Ya antes ha demostrado que puede ser suicida, homicida y etnocida.

Colocados los datos así, yuxtapuestos y en mutua contraposición –lo dia-bólico y lo sim-bólico, el sapiens y el demens– se plantea espontáneamente la pregunta: ¿cómo construir lo humano, si en él conviven el ángel de la guarda y el diablo exterminador? ¿Cómo articular un ars combinatoria que permita una alquimia para construir el ser humano utilizando con sabiduría las energías de lo sim-bólico y de lo dia-bólico? ¿Dónde está el mago capaz de esta transformación?

Necesitamos construir puentes, crear un tercer margen, superar oposiciones. Es importante asumir lo dia-bólico y lo sim-bólico en un nivel superior e incluyente. Anticipando una respuesta inicial a este desafío de la naturaleza y del ser humano, diré acerca de las preguntas recién planteadas: las devastaciones de la biosfera fueron de extraordinaria violencia, pero nunca exterminaron completamente la vida. Después de cada hecatombe, la Tierra necesitó 10 millones de años para rehacerse del impacto y reconstituir la biodiversidad. Pero consiguió reconstruir su orden y su armonía. La selva, con sus antagonismos y asociaciones, forma un ecosistema ordenado y bello. La naturaleza, maternal y amenazadora, constituye un inmenso superorganismo vivo, sistema abierto de inter-retro-relaciones que le confiere unidad, totalidad, dinamismo y elegancia. No está biocentrada, como si la vida debiese triunfar siempre. Da lugar a la muerte como forma de transformación. Equilibra, en verdad, siempre vida y muerte.

La vida humana, demente y sabia, es parte y de la historia de la vida, que, a su vez, es parte y fragmento de la historia de la Tierra. La vida humana debe, pues, ser entendida en la lógica que preside los procesos de la Tierra, de la naturaleza y del universo entero. No puede ser tomada como una provincia aparte, desarticulada del todo. Lo dia-bólico debe ser siempre visto en relación dialéctica con lo sim-bólico, y viceversa, aunque nos cueste entender esto. La razón no es todo. Tiene alcance y límites. Existen razones que transcienden la razón; razones que solamente pueden ser alcanzadas por la empatía, la intuición y el corazón. Otras veces permanecen en la dimensión del misterio, posiblemente descifrable sólo en la vida que está más allá de esta vida.

Por eso, a lo largo de este libro vamos a sustentar la siguiente tesis: lo humano se construye y debe construirse, no a pesar de la contradicción dia-bólico/sim-bólico o águila/gallina, sino con y a través de esa contradicción. En la construcción de lo humano entran el caos y el cosmos, el demens y el sapiens, lo dia-bólico y lo sim-bólico.

No solamente lo humano se construye en esa lógica compleja, también el universo. Los conocimientos cosmológicos, las visiones de la nueva física de las partículas elementales y de los campos energéticos, la percepción que la biología molecular y genética nos proporcionan, en una palabra, lo que el discurso ecológico (que incorpora y sistematiza todos estos saberes) nos enseña es la inclusión de los contrarios, la ley de la comple-mentariedad, el juego de las interdependencias. Es la red de relaciones por las que todo tiene que ver con todo en todos los momentos y en todas las circunstancias. Es el funcionamiento articulado de sistemas y subsistemas que todo y a todos engloban. En una palabra, es la visión holística2 y holográfica3.

Lo dia-bólico y lo sim-bólico, el águila y la gallina, se encuentran en un sistema mayor que los encierra, los dinamiza y también los supera. En verdad, como veremos, constituyen el motor secreto de la evolución y de todo movimiento universal. Ambos tienen una raíz común: la interdependencia entre todos los seres. Uno necesita del otro, vive con el otro, a través del otro, para el otro. Todos se complementan. Nadie queda fuera de la red de relaciones incluyentes y envolventes. Nadie existe solo. Todos inter-existen y co-existen.

Estas oposiciones son lados de una misma realidad, una, diversa, contradictoria, plural. Cuando hablamos de complejidad, queremos expresar esa naturaleza singular de la realidad.

No existe el ser simple. Todos los seres son complejos; cuanto más relacionados, más complejos. Por tanto, surge la lógica de lo complejo que sobrepasa la lógica lineal de la identidad pura y simple. Es la lógica dialógica que se realiza estableciendo conexiones en todas las direcciones. Las dificultades referentes a la coexistencia de lo dia-bólico con lo sim-bólico se deben al hecho de que se ven separadas y opuestas. No se tiene en cuenta la conexión, no siempre visible y no rara vez misteriosa, existente entre ellos, su mutua pertenencia y complementariedad dentro de un sistema mayor.

El vuelo del águila

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