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Оглавление9. EL ESPÍRITU ESTÁ PRIMERO EN EL UNIVERSO, Y LUEGO EN NOSOTROS
Para entender lo que es el espíritu hemos de ir más allá de la forma clásica y la forma moderna de comprenderlo e incorporar la comprensión contemporánea.
Según la concepción clásica, el espíritu es un principio sustancial, al lado del principio material, el cuerpo. El espíritu sería la parte inmortal, inteligente, capaz de trascendencia. Convive durante un tiempo determinado con la otra parte, la mortal, opaca y pesada. La muerte separa a una de otra, con destinos diferentes: el espíritu, para el más allá, la eternidad; el cuerpo, para el más acá, el polvo cósmico. Esta visión dualista no responde a la experiencia de unidad que ex- perimentamos. Somos un todo complejo, no la suma de unas partes.
Según la concepción moderna, el espíritu no es una sustancia, sino el modo de ser propio del ser humano, cuya esencia es la libertad. Ciertamente, somos seres de libertad, porque plasmamos la vida y el mundo. Pero el espíritu no es exclusivo del ser humano ni puede desconectarse del proceso evolutivo, sino que pertenece al marco cosmogénico. Es la más alta expresión de la vida, la cual, a su vez, es sustentada por el resto del universo, por las innumerables energías y por la base físico-química.
Según la concepción contemporánea, fruto de la nueva cosmología, el espíritu posee el mismo carácter ancestral que el universo. Antes de estar en nosotros, ya está en el cosmos. El espíritu es la capacidad de interrelación que todas las cosas tienen entre sí. Son el tejido re- lacional, cada vez más complejo, que genera unidades cada vez más elevadas y cargadas de significado.
Cuando los dos primeros topquarks primordiales empezaron a re- lacionarse y a formar un campo relacional, allí estaba ya irrumpiendo el espíritu. El universo está lleno de espíritu, porque es reactivo, panrelacional y autoorganizativo. En cierta medida, todos los seres participan del espíritu.
La diferencia entre el espíritu de la montaña y el espíritu del ser humano no es una diferencia de principio, sino de grado. Es el mismo principio el que funciona en ambos, pero de forma diferente.
La singularidad del espíritu humano consiste en que es un ser reflexivo y autoconsciente. Por el espíritu nos sentimos insertos en el Todo a partir de una parte de este, que es el cuerpo animado y, por lo tanto, portador de la mente. En un nivel reflejo, espíritu sig- nifica subjetividad que se abre al otro, se comunica y, de ese modo, se autotrasciende, gestando una comunión abierta incluso con la suprema Alteridad.
Resumiendo: vida consciente, abierta al Todo, libre, creativa, mar- cada por la amorosidad y el cuidado: he ahí lo que es concretamente el espíritu humano.
Si espíritu es relación y vida, su contrario no es materia y cuerpo, sino muerte y ausencia de relación. Pertenece también al espíritu la voluntad de enclaustramiento en sí mismo y la negativa a comu- nicarse con el otro. Pero eso es algo que nunca consigue del todo, porque vivir significa, forzosamente, con-vivir. Ni siquiera negando puede dejar de estar conectado y de conectarse.
Esta concepción hace consciente el eslabón que liga y religa todas las cosas. Todo está envuelto en el inmenso y complejísimo proceso de la evolución, atravesando todas las etapas en virtud del espíritu, que emerge cada vez en formas diferentes, inconsciente en unas ocasiones y consciente en otras.
Según está acepción, espiritualidad es toda actitud y toda acti- vidad que favorecen la relación consciente, la vida refleja, la comu- nión abierta, la subjetividad profunda y la trascendencia rumbo a horizontes cada vez más amplios, hasta incluir la Realidad Suprema. Finalmente, la espiritualidad no es pensar a Dios, sino sentir a Dios como el Eslabón que enlaza a todos los seres, interconectándolos y constituyéndonos a nosotros mismos juntamente con el cosmos. Es percibido como entusiasmo (que en griego significa tener un dios dentro) que nos toma y nos otorga la voluntad de vivir y de crear constantemente sentido. Es el Espíritu vivificando nuestro espíritu.