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13. EL PRINCIPIO GANA-GANA VERSUS EL PRINCIPIO GANA-PIERDE

Si miramos el mundo como un todo, percibimos que casi nada funciona como es debido. La Tierra está enferma. Y dado que, en cuanto humanos, también somos Tierra («hombre» viene de humus), en cierto modo nos sentimos igualmente enfermos.

Nos parece evidente que no podemos proseguir en este rumbo, que nos conduciría al abismo. En las últimas generaciones hemos sido tan insensatos que hemos construido el principio de autodestrucción, acrecentado por un calentamiento global irreversible. Y esto no es ninguna fantasía hollywoodiense. Entre aterrados y perplejos, nos preguntamos: ¿cómo hemos llegado a este punto?; ¿cómo vamos a salir de este impasse global?; ¿qué colaboración puede aportar cada uno?

En primer lugar, hemos de entender cuál es el eje estructurador de la sociedad-mundo, principal responsable de este peligroso derrote- ro. Tal eje no es otro que el tipo de economía que hemos inventado, con la cultura que lo acompaña, que es la cultura de la acumulación privada y del consumismo insolidario a costa del saqueo de la na- turaleza. Todo se convierte en mercancía destinada al intercambio competitivo. En esta dinámica, únicamente gana el más fuerte. Todos los demás pierden, o bien se agregan como socios subalternos, o bien desaparecen. El resultado de esta lógica de la competencia de todos contra todos y de la falta de cooperación favorece la transferencia fantástica de riqueza para unos cuantos fuertes, los grandes conglo- merados, a costa del empobrecimiento general.

El hecho de que 85 personas detenten conjuntamente una renta superior a la renta total de 3.500 millones de pobres, como hizo públi- co la ong Oxfam-Intermón en 2014, representa, simple y llanamente, un escándalo, además de basarse en una injusticia inhumana y en una falta absoluta de humanidad. 737 actores económicos, según investigaciones de fuentes dignas de toda confianza, controlan el 80% del flujo de la riqueza mundial. Estos datos demuestran que la ecuación económica es la del gana-pierde-pierde.

Pero hay que reconocer que, durante siglos, ese trueque com- petitivo conseguía, mejor o peor, dar cobijo a todos bajo su para- guas. Los controles sociales y estatales impedían la formación de oligopolios devoradores de los demás, con lo cual consiguió crear mil facilidades para la existencia humana.

Hoy, sin embargo, las posibilidades de este tipo de economía es- tán agotándose, como lo demuestra la crisis económico-financiera de 2008. La gran mayoría de los países y las personas se encuentran excluidos. El propio Brasil no pasa de ser un socio subalterno de los grandes, habiéndosele reservado la función de ser un exportador de materias primas y no un productor de innovaciones tecnológicas que le proporcionarían los medios para moldear su propio futuro. Nos en- contramos en un proceso de recolonización de toda América Latina. O cambiamos las proporciones, o la vida en la Tierra está en pe- ligro. ¿Dónde buscar el principio articulador de una forma distinta de vivir juntos, de un nuevo sueño para el futuro? En momentos de crisis total y estructural hemos de consultar la fuente originaria de todo: la naturaleza, que nos enseña lo que las ciencias de la Tierra y de la vida vienen diciéndonos hace ya mucho tiempo: la ley básica del universo no es la competición que divide y excluye, sino la cooperación que suma e incluye.

Todas las energías, todos los elementos, todos los seres vivos, des- de las bacterias hasta los seres más complejos, son interdependientes. Una red de conexiones los envuelve por todas partes, haciendo de ellos seres cooperadores y solidarios, que es el contenido permanente del proyecto político del socialismo humanitario. Gracias a esa red, hemos llegado hasta aquí y podremos tener un futuro ante nosotros. Aceptado este dato, estamos en condiciones de formular una solución para nuestras sociedades: hay que hacer conscientemente, de la cooperación y la solidaridad universal, un proyecto personal y colectivo, cosa que no se percibe en las grandes reuniones promo- vidas por la onu para debatir los problemas de la humanidad, como el calentamiento global, la erosión de la biodiversidad y la escasez de agua potable.

Al revés de lo que ocurre con el intercambio competitivo, donde solamente gana uno y pierden todos los demás, debemos fortalecer el intercambio complementario y cooperativo, el gran ideal de los an- dinos del «bien vivir» (sumak kawsay), en el que todos ganan, porque todos participan y son incluidos en lo que ellos llaman «democracia comunitaria», donde no hay pobres y donde la economía no es la de la acumulación, sino la de la creación de lo suficiente para todos, incluidos los demás seres vivos de la naturaleza.

Es importante asumir lo que la brillante mente del Nobel de Matemáticas John Nesh supo formular: el principio del gana-gana, en virtud del cual, dialogando, mostrándose flexibles y abiertos a la negociación y sabiendo también ceder, todos salen beneficiados y no hay perdedores.

Para convivir humanamente inventamos la economía, la política, la cultura, la ética y la religión. Pero desnaturalizamos estas realida- des «sagradas» envenenándolas con la competencia y el individua- lismo, desgarrando así el tejido social.

La nueva centralidad social y la nueva racionalidad necesaria y salvadora se fundan en la cooperación, en el pathos, en el profundo sentimiento de pertenencia, de familiaridad, de hospitalidad y de hermandad con todos los seres. Si no realizamos esta conversión, cuyo eje articulador lo constituyen el corazón, la sensibilidad y la vida, hemos de prepararnos para lo peor.

Pero, como la vida llama a la vida, esperamos y creemos que aque- llo que hay en nosotros de más verdadero y natural, la cooperación y la solidaridad, abrirán un camino nuevo, rumbo a un tipo distinto de civilización más solidaria, más cooperadora, más distributiva, más generosa y, en definitiva, más justa y feliz.

La Tierra está en nuestras manos

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